Desde que empezamos a ser amigas siempre nuestro entorno ha fantaseado con la idea de que éramos más que amigas, que nos acostábamos o algo más allá. Siempre nos hemos reído o incluso hemos hecho bromas al respecto. Si todas las personas que sospechaban de esta relación inexistente supieran que al final una noche se hizo realidad fliparían, y ya si añadimos a una persona más en la ecuación ni os cuento. 

Nosotras somos mujeres de costumbres, cuando la cogemos con un bar no nos sacan de allí en meses. Es como una regla no escrita, nos tenemos que aburrir soberanamente para cambiar y probar un bar nuevo. Ese día estábamos en el bar del momento: música rock, gente bailando y bebiendo como si fuera el último día que se pudiera hacer en mucho tiempo… y resulta que al final lo fue porque todo ocurrió el fin de semana antes del confinamiento. 

Cervezas, más cervezas, algún chupito de tequila, más cervezas… estábamos un poco contentitas cuando de repente entran en el bar un grupo de chicos claramente cayetanos. (Cayetano: persona con chaleco, mocasines y repeinadito). Llamaban bastante la atención porque en un bar de rockeros que de repente entre un grupo de cayetanos chocaba bastante. Nosotras no estábamos para hablar porque también desentonábamos pero no por el mismo motivo.

Se nos acerca el que podríamos denominar el Cayetano Supremo. Nos intenta vender a sus amigos y le mandamos a la mierda sutilmente. Lo seguía intentando pero la verdad que sus amigos no nos interesaban para nada. El Cayetano Supremo de repente nos dejó locas cuando se pone a cantar y a darlo todo con canciones que eran cero conocidas no sólo para nosotras sino para más de medio bar. Seguían las canciones y él dale que te pego sabiéndoselas todas. Yo no sabía si era el alcohol o que miraba mucho o vete tú a saber qué que le empecé a ver atractivo. Salimos mi mejor amiga y yo a fumar y se lo confesé pero aquí llegaba el dramita: a ella también le hacía tilín. Bueno más que tilín a las dos nos ponía y mucho el hecho de ver a un chico que no nos cuadraba mucho su apariencia (que no nos gustaba) con sus gustos (que sí que nos gustaban). 

Volvemos dentro y el chico ya no nos quiere vender a sus amigos y empieza a hablar de sí mismo; que si era abogado, que si sus ideales aunque eran de derechas no deberían echarnos para atrás, etc. Las dos estábamos más tiempo fumando fuera hablando de cómo era posible que nos pusiera cachondas esta persona que dentro del bar hablando con él. En una de estas sale el chico, el Cayetano Supremo. Nos pregunta que qué nos pasa que nos echa de menos dentro y yo que tengo vergüenza cero le dije la verdad: “mira tenemos un problema y no sabemos cómo solucionarlo, nos pones muy cachondas a las dos”. Su respuesta fue lo que terminó de rematar la decisión: “no sabía por cual de las dos decantarme así que ya está solucionado”.

Nos fuimos los tres a su Airbnb y todo fue de lo más natural dentro de lo raro. Entre nosotras nunca nos habíamos visto totalmente desnudas y tampoco nos importó; por turnos (y sin ellos también) fuimos experimentando cómo era el tema de estar pendiente de dos personas a la vez.  Hoy en día nos reímos de esta anécdota y nos alegramos de compartir por primera vez este tipo de experiencia. Era imposible no sentirme más unida a ella pero esa noche literalmente nos unimos todo lo que se pudo y más. 

 

Sandra Regidor