Llevo mucho tiempo leyendo historias increíbles en vuestra página web y lo cierto es que siempre termino pensando que os debo la mía. Quizás no es todo lo loca o interesante que muchas de las que han contado otras Loversizers, pero a mi alrededor siempre me dicen que mis inicios con Fran son dignos de libro. Lo sean o no, hoy me siento aquí para contaros cómo comenzó lo nuestro porque realmente creo que lo que a mí me ocurrió fue más cosa del destino. Así que ahí voy.

Me llamo Ade y soy una mujer divorciada de 39 años, o al menos eso era hace ya algunos años. Y no creáis que ahí donde estaba había pasado por un divorcio terrible o que mi matrimonio había sido un cúmulo de desdichas, penas y llantos. ¡Ni muchísimo menos! Puede que lo peor de mi divorcio fue lo poco que me lo esperaba. De pronto un día estaba casada y la mar de feliz, y al siguiente el que había sido mi marido durante 7 años decidió decirme que no era feliz y que cada uno a lo suyo. Os juro que pensé que aquello era una puta broma hasta que vi que, efectivamente, los papeles del divorcio eran reales y me sentí como una auténtica mierda por no haber visto que aquel señor que había sido mi marido era un infeliz a mi lado.

La cuestión fue que sí, que me divorcié antes de cumplir los 40. Tenía mil planes en mi lista vital. Quería recorrer el mundo, conseguir ese tan merecido ascenso en el trabajo y ser madre. Mi castillito de naipes se desmontó por completo el día que me vi en mi nuevo apartamento completamente sola. Miré el calendario de mi teléfono móvil y me encontré perdidísima. Aquello era como si me hubieran tirado a una piscina muy profunda sin yo saber nadar. No tenía ni idea de cómo reconstruiría mi vida, todo había sido demasiado precipitado.

Aunque después de unas primeras semanas de querer arrancarme la piel la tiras, de llorar por no saber qué podía haber hecho mal y de soportar a mi familia mientras me reprochaban cómo no les había informado con tiempo de todo lo que estaba ocurriendo; un buen día me miré ante el espejo del baño y zanjé la historia. Se había terminado eso de querer buscar un motivo. Mi exmarido ya no estaba, por la razón que fuera ya no me quería y yo entonces ya era una persona completamente independiente y con más de media vida por delante. ¿Iba a pasarme lo que me restaba en el mundo culpándome porque una persona ya no me quisiera? ¡Venga ya, amiga! Me mojé la cara con bien de agua fría, pegué un grito y me juré cambiar el rumbo de todo aquello.

Fue como una especie de punto y aparte. Hasta entonces me había estado maldiciendo por haber sido una gilipollas ciega y desorientada. Pero ya había llegado el momento de cambiar. Me centraría en lo importante, en mí, en mi propia felicidad, en vivir al máximo tal y como me merecía.

Y después de aquel momento vital todo cambió. Dejé de buscar respuestas y me centré en mí. Salí de compras como hacía tiempo, quedé con mis amigas de toda la vida y les juré que esta señora de casi 40 se iba a comer el mundo y empecé a hacer planes donde solo yo era la protagonista. Aquel verano viajé sola por primera vez en mi vida y os puedo asegurar que ha sido la escapada más maravillosa y completa que he hecho en toda mi vida.

El día que cumplí los 40, después de un gran fiestón en casa de mi mejor amiga, me quedé charlando un buen rato con ella y con su novia. Acababa de soplar ni más ni menos que 40 velazas en la tarta y aquello imponía un poco. Me bebí de un trago la última copa de champán que había caído en mis manos y decidí informarlas de mi gran labor para ese año: ser madre. Creo que ellas mismas pensaron que todo aquello solo era el resultado de todas las burbujas de champán haciendo mella en mi cerebro, pero en mi interior yo llevaba ya algunos meses fraguando la idea de mi maternidad. Siempre lo había deseado, no sabéis de qué manera, y la barrera de los 40 había llegado, no podía esperar más.

Así que, sin contárselo a muchas más personas puesto que consideré que aquello era un asunto mío y solo mío, invertí una parte de mis ahorros en un proceso de fertilidad que fuese realmente efectivo. Nunca me había quedado embarazada, de hecho mi exmarido y yo lo habíamos hablado en más de una ocasión pero al final siempre lo habíamos postergado. La doctora me dio los resultados de todas las pruebas iniciales y me aseguró que mi útero estaba en óptimas condiciones para albergar vida. Me miró con mucha complicidad y me preguntó si quería seguir adelante. ¡Y que lo dudes!

Y así fue como me quedé embarazada del que es a día de hoy mi mejor tesoro y compañero de vida. Jamás podré borrar la cara de mi madre el día que aparecí en su casa, me quité el abrigo y dejé a la vista mi incipiente barriguita ya de 15 semanas. Tuve que soportar algún que otro comentario desafortunado preguntando cómo podía haberme dejado inseminar por un hombre desconocido, que si mi hijo podría ser de un padre delincuente y varias tonterías del estilo. A mí me daba la risa y opté por decirles que sí a todo mientras acariciaba mi barriguita esperando que mi bebé no fuese nunca consciente de todas las chorradas que el mundo podía ser capaz de inventarse.

Tenía 41 cuando di a luz a mi pequeño Marco. De pronto mi vida giró de nuevo y eso de viajar sola o de salir hasta las tantas ya no era un plan. Me centré en mi maternidad, en ser esa mamá soltera que se desvive por completo por darle todo lo mejor a su hijo. Me había cambiado a un piso algo más grande y allí donde yo iba se venía Marco colgando de mi mochila de porteo. Éramos un pack inseparable, él era mi todo.

Mi pequeño crecía y yo me adaptaba a sus etapas viendo como aquel bebé al que tanto me gustaba achuchar se escapaba rápidamente. Antes de que me diera cuenta Marco ya corría por el parque y yo lo observaba feliz pero algo triste porque aquella primera etapa se hubiera terminado tan rápido. En apenas unos meses mi pequeño empezaría el colegio y yo sabía que sin lugar a dudas aquello cambiaría por completo nuestro día a día. Aquella tarde decidimos aprovechar al máximo los últimos rayos de sol en su zona de juego favorita, él se colgaba de una liana mientras me llamaba para que lo viese. Yo aplaudía a aquel pequeño trapecista del Circo del Sol y en ese momento vi como una niña de aproximadamente su edad intentaba imitarlo riendo sin parar.

Marco la miró y en seguida se puso a jugar con ella como si la conociera de toda la vida. Es la magia de los niños, el no tener que buscar un motivo para simplemente divertirse. La niña rápidamente se presentó diciéndole que se llamaba Lucía y preguntándole emocionada si querría jugar un rato con ella. Mi hijo la tomó la mano y los dos echaron a correr buscando un nuevo invento en la zona de juegos del parque.

¿Es tu hijo?‘ Escuché la voz de un hombre que se encontraba a mi lado.

Sí, es mi hijo Marco, ¿ella es tu hija?

Sí, Lucía es mi pequeña, tenía miedo de traerla al parque por primera vez porque es una niña un tanto intensa, pero me alegro de ver que ha encontrado con quien jugar…

No puedo mentir, a aquel hombre se le veía preocupado. Debía tener aproximadamente mi edad y de su brazo colgaba una mochila de las Lol de lo más llamativa. Era la primera vez que lo veía en el parque de la urbanización y, aunque no era privado, siempre solíamos ser los mismos cuatro gatos los que nos animábamos a utilizar aquella zona de juego tan apartada del centro.

Es la primera vez que os veo por aquí ¿sois nuevos en el barrio?

Efectivamente, de hecho mi casa ahora mismo es un terrible piso repleto de cajas apiladas. Nos acabamos de mudar. Por cierto, soy Fran.

Me tendió la mano educadamente y yo hice lo mismo. Mientras Lucía y Marco seguían corriendo alrededor del parque como si les hubiesen dado cuerda, Fran y yo entablamos una cordial conversación sobre su mudanza. Nada fuera de lo normal, lo horrible que es recolocar toda una vida en un piso nuevo, que habían viajado más de 500 kilómetros por su trabajo y que se alegraba de que Lucía tuviera un nuevo amigo al que volver loco.

A ella se la veía una niña risueña y muy feliz. De vez en cuando se acercaba a su padre en busca de agua para rehidratarse después de toda la carrera y Marco aprovechaba para venir a mí y decirme que Lucía era ya su más mejor amiga.

Es todo un logro ¿eh? Mi hijo jamás me había dicho nada de esto…

¡Uy, eso es porque no conocía a Lucía! Déjala, dentro de un par de días estará en tu casa tras haber organizado una fiesta de pijamas…

La tarde de parque terminó cuando ya hacía frío para seguir allí parados. Los niños estaban acalorados pero todavía estábamos en marzo y comenzaba a refrescar. Fran me contó me Lucía empezaba en el colegio del barrio al día siguiente. Aunque la pequeña acababa de cumplir los 4 años él había decidido que terminase el curso de infantil que ya había empezado en su anterior colegio. A ella se la veía ilusionada y Marco solo opinó que él también quería ir al colegio de una vez.

 

Sí, aquella tarde conocimos a Fran y a Lucía y de alguna manera empezamos una nueva rutina donde aquella pareja tomó mucha más importancia en nuestras vidas. Al principio porque esperábamos encontrarlos en el parque y después porque directamente quedábamos con ellos para que los niños pudieran verse.

La no presencia de una mamá de Lucía me había llamado la atención desde el principio. Los primeros días di por hecho que quizás aquella mujer estaba en casa invadida por un millón de cajas de mudanza que deshacer, pero el paso de las semanas me empezó a dejar claro que quizás las cosas no eran como yo había imaginado. Una tarde mientras Lucía y Marco merendaban sentados en el jardín de la urbanización Fran mencionó por primera vez a la madre de su hija tras un gesto que la niña había hecho con la mirada.

Hay veces que veo a mi mujer en Lucía, tiene gestos en los que simplemente aparece, sin más…

No me he atrevido a preguntarte en todos estos días porque no quería meterme donde no me llaman…

No te preocupes, yo tampoco voy por ahí pregonando que soy un pobre viudo de 40 años.

El corazón me dio un vuelco terrible. La mamá de Lucía había fallecido cuando la niña apenas tenía unos meses de vida y Fran, obviamente, había salido adelante de la mano de su pequeña. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Aunque de alguna manera aquel hombre supo quitarle hierro al asunto bromeando sobre la locura que había sido el criar el solo a un pequeño terremoto como su hija. Le di la razón, Lucía era de todo menos una niña tranquila, aunque sin dudarlo era todo corazón.

¿Y tu pareja? Siempre os vemos a Marco y a ti solos, ¿divorciada, separada?

Ufff, ¿cómo te lo explico? ¿Divorciada? Sí, pero Marco no fue fruto de ese matrimonio. Soy madre soltera.

A Fran pareció fascinarle mi historia. De alguna forma terminamos poniéndonos al día sobre cómo habíamos terminado allí, pasados ya los 40, aferrados a dos pequeñas personitas que ocupaban todo nuestro tiempo. Los niños se habían puesto a jugar y nosotros nos manteníamos de pie viéndolos correr pero sin dejar de hablar sobre nuestra situación como padres solteros. Fran era programador informático de profesión y había conseguido un puesto importante en una empresa de la ciudad. Yo le conté que como jefa de publicidad no me iba mal aunque en los últimos años me había ya acomodado en un puesto del que sabía que ya no sacaría mucho más jugo.

Creo realmente que aquel fue el día que marcó el antes y el después en mi relación con Fran. Hablamos durante más de dos horas sobre temas que jamás había tocado con ningún amigo. De alguna manera el que fuera una persona nueva en mi vida me daba la libertad de contarle algunas cosas sin miedo a que me juzgase. Él hizo lo mismo, me contó cómo había superado la muerte de su mujer, la manera en la que su familia quiso ayudar pero lograron todo lo contrario o cómo sobrellevó su hija todo lo ocurrido.

Por suerte era demasiado pequeña para enterarse de lo que estaba ocurriendo. Aunque mi pena es que no guarde un recuerdo total de su madre. Le hablo mucho de ella, le enseño fotografías y vídeos y Lucía sabe perfectamente quién era su madre y lo mucho que la quería. Pero a veces pienso que no es suficiente.

Fran había pasado por un proceso terrible y era evidente que le había faltado el dejarlo salir. Se me escaparon las lágrimas al pensarlo y me sentí idiota viéndolo a él con su entereza mientras una absurda como yo lloraba por su historia. Le pedí disculpas y el me echó un brazo por encima diciendo que no pasaba nada. El contacto tan cercano con aquel hombre me hizo estremecer.

Antes de que nos diéramos cuenta aquel cuarteto que habíamos formado en el parque se había afianzado muchísimo. Lucía pasaba mucho tiempo en nuestra casa, siempre que a Fran se le ponían mal las cosas por el trabajo sabía que podía contar con nosotros para cuidar de la pequeña. Marco tampoco se quedaba atrás y muchas tardes se autoinvitaba a casa de su amiga para disfrutar de las tortitas con chocolate que Fran les preparaba.

Por mi parte, me encantaba ver que mi hijo había encontrado una mejor amiga con la que disfrutar tantísimo. La conexión entre ellos era total. El día que Marco celebró su cumpleaños hicimos una gran fiesta en un parque de bolas del barrio y tras terminar decidimos invitar a Fran y a Lucía a cenar unas pizzas en casa. Los niños estaban reventados y poco tiempo después de cenar dejamos de escuchar ruido en la habitación, los dos había caído roques después de un día de tantísimas emociones.

Fran se ofreció a ayudarme a recoger la cena. Era la primera vez que realmente nos encontrábamos solos, sin estar pendientes de los pequeños, en los casi 5 meses que llevábamos siendo amigos y vecinos. De alguna forma me puse nerviosa. Claro que había visto en aquel hombre una persona interesante, atractiva y buena de quien poder chiflarme pero mi edad y las circunstancias me había hecho abandonar un poco toda esa historia.

Entré en la cocina y me acordé de aquella botella de vino que había comprado para una ocasión especial. Los cables se me cruzaron y la agarré, giré sobre mí misma y vi a Fran en la puerta de la cocina cargando con los platos de la cena.

No sé si será buena o mala idea pero ¿te apetece que nos la bebamos?

No tenía nada claro por qué me había animado a aquello. Por pasar un rato diferente con mi amigo, por ver cómo reaccionaba él a la invitación o simplemente porque a veces hago cosas sin sentido. El caso fue que a Fran le pareció una excelente idea, así que después de recoger el salón nos abrimos la botella y decidimos elegir algo que ver en Netflix.

Mi corazón iba a mil por hora, ¿en qué se había convertido aquella noche de pizza con los niños? Di un largo sorbo del vino y bromeé con Fran sobre qué película le apetecía ver. Cada vez estaba más nerviosa, bebía vino intentando calmarme. Habíamos pasado de golpe de ser dos colegas del parque a encontrarnos allí solos, con la luz tenue y una botella de vino que no iba a durar ni un suspiro. Fran también daba buena cuenta de ella. Yo continuaba con el mando de la televisión en mis manos tonteando lo más grande, sonriendo como una idiota y lanzándole miradas que ni a mis 20 años. Pero aquel hombre me seguía el juego hasta que optó por pedirme que le dejase a él el mando y terminamos medio luchando sobre el sofá como dos idiotas.

De pronto estábamos más cerca de lo que habíamos estado nunca. Fran intentaba agarrar el mando mientras yo lo escondía tras mi espalda en un gesto que sin duda lo animaba a pasar sus brazos alrededor de mi cuerpo. Los dos nos dimos cuenta de lo que estaba pasando y antes siquiera de poder elegir qué película poner en la televisión pude sentir como Fran se acercaba todavía más a mí y me miraba fijamente a los ojos.

Nos dimos un beso de esos que surgen inesperadamente pero que te matan de intensidad. De alguna forma no nos podíamos despegar y nos dejamos llevar por las ganas que los dos albergábamos el uno del otro. Fran me abrazaba con fuerza y yo me derretía entre sus brazos de una manera increíble. Tras unos largos minutos nos separamos y nos volvimos a mirar, Fran sonreía como aceptando que aquello era una realidad que le estaba gustando. Yo guiñé un ojo y acaricié su nuca con cariño, entonces él dejó caer esa frase que me conquistó por completo.

Gracias Ade, porque aunque no lo creas has estado y estás cuando más falta me haces…

 

 

 

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