“Llegados a este punto será necesario realizar una cesárea”.

En la recta final de tu embarazo, cuando tanto tus hormonas como el estrés por la llegada del retoño te hacen parecer más frágil, escuchas esas temidas palabras.

De pronto mucho de lo que habías leído, para lo que te estabas preparando, cambia por completo dando lugar a un escenario totalmente diferente. Un quirófano, una cirugía mayor y todo en manos de profesionales, nada en las tuyas.

Horas de trabajo de parto resumidas en treinta minutos de bisturíes y anestesia. Un final para el que pocas se han preparado pero que nos toca a muchas, quizás demasiadas.

Y tras ese proceso se esconde una recuperación tremendamente dura, en la que además de lidiar con una cicatriz inmensa hay también que adaptarse al recién llegado. Sin apenas movimientos posibles pero con todos los cometidos que requiere una pequeña personita.

¿Y aún así hay quien desacredita a las mujeres que han pasado por ello?

“No perdona, es que tú no has parido, a ti te han sacado al bebé”.

“¡Pues me vas a comparar! Yo estuve trece horas de contracciones y una más de expulsivo sin epidural, tú en menos de una horita ya tenías a tu bebé en brazos”.

Como es habitual, por desgracia, a ciertas personas les encanta jactarse de sus logros menospreciando al resto sin pensar siquiera en qué sintió esa mujer o lo que es peor, si en su interior todavía guarda una espina en forma de remordimiento.

Porque esa es la realidad muchas veces silenciada. En medio de la felicidad por la llegada de un bebé sano se esconde la tristeza latente ante el sensación de culpa por no haber podido dar a luz como nos hubiera gustado.

Muchas de las chicas que han terminado sus embarazos con una cesárea aseguran que no logran superar esa tarea pendiente, y que incluso ver o hablar de un parto les crea sentimientos encontrados. Lo peor de todo, sin duda, es el llegar a acusarse a una misma.

“Puede que si hubiera hecho algún ejercicio más, el bebé se hubiera colocado”.

“Todas estamos preparadas para parir, algo más de esfuerzo por mi parte seguro hubiera ayudado”.

Pues yo solo veo mujeres valientes. Madres que, al igual que aquellas que dan a luz, lo ponen todo por y para su bebé. Mujeres fuertes, capaces de soportar una cirugía complicada, pensando únicamente en poder acariciar y dar calor a su pequeño.

Veo chicas luchadoras que batallan en un marco diferente al resto, pero que lo hacen con igual esfuerzo y ganas que aquellas que empujan en cada contracción. Veo mamás que guardarán para el resto de su vida una cicatriz que fue la puerta a este mundo de su más preciado tesoro. Mamás que han superado un posparto de puntos y grapas. Mamás que se entregan con amor, como lo hacen todas.

Porque quizás nuestros embarazos tomaron caminos dispares, pero el final es exactamente idéntico para todas, ¿verdad? Somos MADRES con todas las letras, y esto no nos lo puede quitar nadie.