Pero míralo bien, ¿cuántas rayas ves?‘ volví a repetir nerviosa dentro de aquel diminuto baño.

Laura, mi eterna amiga, aquella que no había visto un test de embarazo en su vida, volvió a observar detenidamente el palito. Con cara de circunstancia puso su mirada en contacto con la mía y levantó dos dedos.

Era más que evidente. Aquella prueba de embarazo no podía ser más positiva. Estaba preñada hasta las trancas. Esta vez sí que la había hecho buena.

 

test de embarazo positivo

Busqué mi teléfono y me dispuse a llamar a Félix. En el fondo, muy muy en el fondo, entre la decepción también tenía un resquicio de emoción por darle la noticia. Nos había pillado completamente por sorpresa, sí, pero en absoluto esperaba que él se lo fuera a tomar como el fin del mundo.

Aunque yo todavía era muy joven, acaba de cumplir los veintiuno, él ya era un chico maduro e independiente. Tenía su trabajo, su coche, pagaba sus gastos y su alquiler… Puede que yo por mi parte tuviera que replantearme mi vida con aquella sorpresa, pero él lo entendería, me apoyaría, eso sin duda.

¿Cómo que estás embarazada? ¿Y es mío? Eso no te lo crees ni tú, que yo uso siempre protección, a saber a quién te has follado y me quieres largar a mí el muerto‘ me soltó sin más y sin apenas dejarme responder.

Tres años de novios parecían no haber sido suficientes para que yo me diera cuenta de que estaba saliendo con un completo gilipollas. Casi treinta y seis meses en los que creía haber conocido al chico de mi vida, y resulta que ante el primer bache su opción fue la de tacharme de fresca y dejarme más tirada que una colilla.

Fue cuestión de horas. Aquella mañana había amanecido mareada pero con una vida totalmente encauzada. Ya por la tarde la realidad era otra: había descubierto que estaba embarazada y el que hasta entonces había sido mi novio, me había dado la espalda de la peor de las maneras.

Miré a Laura en silencio. Estaba sentada sobre la taza del váter y me miraba como pensando en qué hacer ahora. ‘¿Te abrazo? ¿me necesitas? ¿quieres llorar?’ parecían preguntar sus ojos. Yo rompí en llanto sin soltar de mi mano aquel palito donde, ahora sí, se veían dos líneas rojizas muy marcadas.

¿Qué voy a hacer con mi vida?

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El parque estaba atestado de gente. Era verano y no habiendo playas en la ciudad, la sombra de aquella arboleda era la mejor de las soluciones para muchos padres. Pedro corría entre los columpios persiguiendo a otros niños del barrio y yo sonreía al verlo tan feliz. Faltaban nada más que dos meses para que empezase el colegio y estaba claro que nuestra rutina cambiaría muchísimo.

Tres años habían pasado desde aquella terrible tarde dentro de aquel horrible baño. El tiempo había volado a la velocidad del rayo y si ponía la vista atrás tenía casi la impresión de haber estado soñando. El cortárselo a mis padres, plantearme el abortar, tomar decisiones tan importantes siendo tan joven… Volvía a mirar a Pedro que ahora trepaba por una red de cuerda como si fuera Spider-Man.

Tenía la misma cara de su padre, ese del que no había vuelto a saber absolutamente nada. El que cambiaba de acera al encontrarme a lo lejos. El que me había bloqueado de todas las redes sociales existentes. El que tan solo me envió un mensaje a través de un amigo, pidiéndome que por favor no siguiera adelante con el embarazo, que él no quería pensar que tenía un hijo.

Tuve suerte y mis padres apoyaron mi decisión fuese la que fuese. Sobre la mesa valoré el poner fin a todo aquello y también el continuar. Algo me hizo tirar para adelante, aunque tengo claro que igual de digno hubiera sido frenarlo. No somos nadie para juzgar a una mujer en tremenda tesitura. Es todo tan complicado.

Por unos meses había dejado que mi vida continuase como hasta entonces, con mis estudios y mis planes de futuro, aun sabiendo que llegado el momento tendría que dejarlo todo paralizado por y para mi hijo. Y con todo lo que ello conlleva di a luz y me centré durante unos meses en Pedro, en ese ser que ahora dependía de mí al doscientos por cien.

El sol empezaba a ser asfixiante y tomé asiento en la esquina de un banco cubierta por la sombra. Estaba pensando en la cantidad de trabajos pendientes que tenía por entregar de una de las asignaturas de la carrera, que ahora estudiaba a distancia. E intentaba organizarme sin quitar los ojos de encima a aquel pequeño torbellino que era mi hijo.

Al poco rato un chico joven se acercó buscando también refugio del tremendo calor. Frenó la silla en la que llevaba a una pequeña niña preciosa y empezó a preguntarle con voz dulce si quería la merienda. La chiquitina no le respondía, era todavía muy pequeña para hacerlo, pero le sonreía lo más grande logrando que su padre se deshiciera en mil babas.

Yo también sonreí ante aquella imagen preciosa.

Sí que hace calor en este pueblo, ¿no?‘ me preguntó aquel chico levantándose las gafas de sol e intentando abanicarse con una mano.

Los que somos de aquí estamos acostumbrados, pero sí, hoy aprieta que da gusto‘ le respondí sonriente.

Nosotros es que llevamos aquí unos días y ya estoy deseando que llegue el otoño…

Como deseoso de conversar con alguien de su edad, en cuestión de segundos aquel joven papá y yo comenzamos a hablar como si nos conociéramos de siempre. Guiada un poco por sus comentarios supe que él y su pequeña se acababan de mudar por temas de trabajo. Se llamaba Carlos y ella, Martina.

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Pedro se había adaptado tan bien al colegio que no podía ni creérmelo. Con lo trasto-demonio que podía llegar a ser, mis mayores miedos eran que la profesora se negase a tener tal elemento en su clase. Pero para mi sorpresa los comentarios no podían ser más positivos.

Habían pasado un par de meses desde el inicio del curso y yo me había centrado muchísimo más en lograr terminar la carrera para así empezar a trabajar y poder independizarnos pronto. Estaba deseando empezar mi auténtica vida junto a mi hijo, dejar de depender de mis padres de una vez.

Cada tarde regresábamos al parque, ahora repleto de ríos enteros de hojas secas que eran para Pedro un juguete más. Y allí siempre, o casi siempre, nos esperaban Carlos y Martina. En el mismo banco de aquel primer día.

El tiempo había conseguido que tanto Carlos como yo nos fuéramos abriendo poco a poco. Nuestras tardes en aquel parque nos habían regalado valiosos minutos que nos ayudaron mutuamente. A él a ser capaz de dejar salir su dramática historia, y a mi para comprender que mi situación era complicada pero siempre habrá cosas peores.

Treinta años tenía aquel hombre que había perdido a su mujer el mismo día que había llegado su pequeña hija al mundo. Una cesárea complicada con pérdida masiva de sangre se había llevado al amor de su vida, a la mamá de Martina. El día que me lo contó todavía pude ver como sus ojos se llenaban de lágrimas. No había pasado ni un año de todo aquello, ¿cómo superar algo así?

Con la tristeza y viéndose desbordado por todo, fue consciente de que su ciudad, su casa, su trabajo… todo, le recordaba a su mujer. Incapaz de levantar cabeza con todo aquello se había mudado al otro extremo del país, para empezar de cero de la mano de la pequeña Martina.

Hoy habéis llegado algo más tarde‘ me comentó Carlos desde la distancia mientras desabrochaba el arnés a Martina para que comenzara a corretear detrás de Pedro.

El colegio por las tardes es una locura, cualquier día me traigo al niño equivocado‘ tomé asiento a su lado agotada.

Carlos me miró y después puso su vista en Pedro, que agarraba con sumo cuidado a Martina tratando de ayudarla a subir un escalón del parque.

Creo que eres una madre magnífica, estás criando a un hijo estupendo‘ me dijo de repente dejándome sin palabras.

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Casi una semana llevábamos con la mudanza a cuestas. Estaba agotada de bajar y subir trastos que ni imaginaba que había podido almacenar en casa de mis padres. ¡Pero si tan solo era una habitación! ¿Dónde estaba todo esto escondido?

El calor volvía a apretar en la ciudad, pero yo estaba ya desesperada por llegar a mi casa y poder darme un chapuzón en la piscina de la urbanización. Pedro llevaba días paseándose por el piso con los manguitos puestos. Yo lo esquivaba y le pedía que se los quitara, pero en el fondo me parecía la mar de graciosa su disposición.

 

Si tengo que montar un mueble más me tiro por el balcón‘ dijo Carlos desde el centro del salón completamente rodeado de piezas de madera e instrucciones suecas.

Te cambio el puesto‘ le grité yo desde la cocina mientras intentaba poner un poco de orden al caos.

Martina y Pedro corrían por el pasillo jugando al escondite (o a algo similar), y yo solo les pedía que tuvieran cuidado con la cantidad de cajas que todavía decoraban la entrada del piso.

Entonces Carlos entró en mi territorio. Le sudaba la cara pero sonreía al ver la locura que yo tenía formada en la pequeña cocina. Le respondí mandándolo a la mierda y haciéndole una mueca. Tomó un vaso de agua, dio un largo trago y me miró.

De todo lo que pude encontrar en mi nueva vida, tú sin duda eres la pieza que faltaba‘.