Puedes ser GAMER y tener vida o ser un GAMER y que tu vida exclusivamente sea el GAME. En ese segundo grupo se encontraba el que, gracias al Fornite, es ahora mi expareja.

No quiero criticar este estilo de vida. De hecho, ojalá Diosito, me hubiera gustado y se me hubiera dado bien porque hoy en día puede convertirse en una profesión MUY BIEN REMUNERADA. Ojalá me hubieran atraído las skins, las sillas espaciales y los teclados luminosos…. igual ahora estaba discutiendo si irme a Andorra o quedarme en España. Pero eso son problemas del primer mundo que yo no he desbloqueado por no pasar pantallas, amigas.

 

Si es que os pongo en contexto: a mi en el Mario Kart me están continuamente pescando porque me caigo al infinito en cada curva.  Perdía al Sing-star porque me dedicaba a cantar y bailar en vez de atinar la barra de puntuación. Y en los SIMS, SOLO construía. Me daba igual la vida de esos seres, solo quería diseñarles la casa que nunca tendría.

Pero el amor no pregunta si te enamoras de un gamer o de una «jaima», como dijo una vez mi abuela.  Y a mí me tocó enamorarme de alguien que jugaba en la liga de la obsesión por el juego online más absoluta.

Vivíamos en ciudades diferentes, que, menos mal, porque igual me hubiera enganchado. Y estar 23 horas del día delante de una pantalla y una hora para mear, en mi estilo de vida no encajaba demasiado.

Fui a verle muchas veces. Fines de semanas enteros en los que apenas comíamos y cenábamos juntos algo rápido para que él se sentara delante del ordenador con unos cascos que parecía un controlador aéreo y se pusiera a a hablar con su equipo como si yo ya no existiera.

Lo hablé con él ( cuando no estaba más preocupado de robar pociones para sus muñecos) para ver si había un punto intermedio. Al final decía quererme y yo le quería a él, así que, ¿qué podía salir mal? Je, je y je. Él me dijo que no podía cambiar su rutina. Yo me sentí mal, pensé que estaba siendo una egoísta reclamándole tiempo de calidad juntos, así que lo dejé pasar.

Y en el mundo de los videojuegos, solo se pasan las pantallas, parece ser.

Os juro que me propuse aprender pero no entendía la necesidad de estar horas en las mismas pantallas, haciendo las mismas jugadas y hablando exactamente de las mismas cosas. Así que separé mi relación con él de su relación con el juego. Os aviso: fracasé muy mucho.

No éramos mínimamente compatibles. El GAME era su vida. Lícito. SU VIDA. Pero después de un tiempo comprendí que por mucho que lo quisiera a él, ese aspecto no tenía cabida en la mía. Aunque tardé años en descubrirlo, no os miento y en atreverme a dar el paso para pulsar el «next».

Los últimos meses le veía como una peonza girando del sofá y la play, a la silla y el ordenador. La de juegos que hay, madre mía.  A cada cual mas adictivo, parece ser. A este le daba igual el LOL, que el Fortnite, que el pinturillo, que el FIFA, que el Tetris…. menos el teto amigas, todos los demás estaban en su radar.

Hasta que un día malo, de estos que necesitas un abrazo porque nadie puede ayudarte de otra forma , me dijo : » cuando acabe la partida, cielo». Y ahí estaba yo. MAL. Y ahí estaba él, riéndose con sus amigos virtuales, matando a monstruos horteras y construyendo escaleras y edificios. Y, así, según iba bajando su vida en el juego, bajaba mi interés en seguir una relación en la que el único juego era yo.

En cuanto se quitó los cascos y antes de que se fuera a mear, le dije que SE ACABÓ.  GAME OVER. Yo ya había recogido mis cosas. Él se disculpó, intentó retenerme y me pidió por favor que no me marchara, que iba a cambiar. Es la primera vez que le vi tomarme en serio. Pero para mí ya no había más primeras veces de nada con él.

No fui peor. No me gustaba mi vida con él y la única solución era tener una vida conmigo. Ninguno necesitábamos cambiar para encajar con el otro. Si no se puede, no se puede.  Y ambos merecíamos encontrar a quien, en esta vida, fuera un verdadero y compatible  compañero de juego.