Tengo una cicatriz en la frente que me hice con aproximadamente 4 años, cuando caminaba feliz e inocente hacia delante y me di contra una farola. Ahí se dio cuenta mi madre de que la niña no veía bien. Soy un topo. Llevo gafas desde entonces y, con 15 años, descubrí que tenía ojos gracias a las lentillas. Desde entonces, es muy difícil que yo me deje ver con mis gafas de culo de botella por ahí; siempre voy con lentillas. Tengo una graduación de miopía de casi 8 dioptrías y casi 2 de agtismatismo en cada ojo, con lo cual veo entre poco y soy vendedora de cupones ONCE. Me he planteado operarme muchas veces pero mi graduación es oscilante y no reúno los requisitos para hacerlo, además de que es una clavada de dimensiones épicas, carísimo. Tengo suerte porque puedo tolerar las lentillas y me van muy bien, por lo que gracias a eso puedo ahorrarme muchos problemas que sufre la gente que SÓLO puede usar gafas, lo cual es bastante más incómodo. Aún así, estoy segura de que, si eres un topillo como yo, te verás reconocida en más de una de estas situaciones:
1. Todo el mundo te dice que te operes y tu no tienes ni pa’ bragas del Primark o, simplemente, no puedes operarte porque tu tipo de miopía no lo permite.
2. Quedas fatal con la gente que te saluda de lejos y no les ves. Al final uno opta por devolver el saludo a todo quisqui, porque la gente te mira raro cuando le dices que, de verdad, no le viste aquel día que te saludó.
3. Siempre has deseado unos limpia parabrisas instalados en tus gafas. Cada vez que llueve el mismo drama.
4. Sólo ha conocido el verdadero dolor quien ha sufrido que una pestaña se le pose en la lentilla.