Cuando era pequeña pensaba que los límites del mundo estaban en la frontera entre Zamora y Portugal. Luego crecí y comprendí que lo que toda mi vida había sido vivir en Mordor, para un madrileño eran dos paradas de metro. Aun así, ninguna capital va a hacerme renunciar a mi seña de identidad, que es haber crecido viviendo en el quinto coño, un drama que muchos hemos sufrido en silencio.

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1. Para los urbanitas somos campesinos que solo van al centro cuando se acaban las provisiones.

2. Spotify es nuestro mejor amigo. Siete canciones de Camela es lo que tardamos en llegar al centro, está todo calculado.

3. Cada mañana de instituto, mientras caminábamos jodidos de frío hasta clase, nos cagábamos en nuestros padres por no haber comprado una puta casa más cerca del centro.

4. En Mordor no hay timbres. Gritas “mamáaaaaaa” y tienes la puerta abierta.

5. Las cuatro palabras más emotivas para nosotros siempre serán: “te llevo en coche”. Se me saltan las lágrimas.

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6. Somos de esos que, desde que se sacaron el carnet de conducir, cogen el coche hasta para ir a cagar.

7. Nos dejamos la pasta en taxis cada vez que salimos de fiesta porque es inviable volver andando.

8. Cuando se inventó la compra online fue como si La Virgen se apareciese para iluminarnos el camino. ¿Para qué perder una tarde en el centro comprando camisetas cuando puedes pedirlas por Internet y esperar cinco días a que lleguen?

9. Todos los centros comerciales grandes están en Mordor, WE WIN. Y es bien sabido que no hay mejor plan en invierno que dar vueltas como gilipollas por la sección de neumáticos del Carrefour.

10. Aquí están los bares buenos. Esos donde te ponen un montadito de panceta del tamaño de la polla del negro del WhatsApp por 50 céntimos y encima te regalan una caña.

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11. Tenemos el parque de skate, donde se reunían todos los tíos guapos cuando se puso de moda eso de imitar a Tony Hawk allá por el 2005.

12. Conocemos el nombre de todos los del barrio, chismes y ligoteos inclusive, y si te crees que las señoras que se sientan en el banco frente a la iglesia no te van a mirar de arriba abajo cuando pases es que no eres de los nuestros.

13. Más de una vez nos hemos quedado en casa porque nos apetecía un cojón y medio ir hasta el centro.

14. Vivir en la zona chunga da personalidad. No solo no nos achantamos cuando vemos al quinqui del barrio, sino que además le saludamos porque es el nieto de La Puri y hemos jugado con él a los cuatro años en el parque de detrás de casa.

15. Que le jodan al Mercadona. Nosotros tenemos una relación de confianza y amor con la señora del kiosko que nos lleva vendiendo barras de pan desde los 90.

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16. Jamás encontrarás un Starbucks en las afueras. Café con magdalena a un euro forever, y los frappes, smoothies y muffins para los pijos del centro.

17. La banda sonora de Mordor corre a cargo de los canis que siempre aparcan en la puerta de nuestra casa para que hasta las cigüeñas del campanario admiren sus nuevos amplificadores.

18. La ruta rápida para ir al centro implica cruzar las vías del tren por todo el medio. Aunque nuestra pobre madre nos ha dicho cien veces que no lo hagamos, nosotros nos sentimos como Lara Croft cada vez que hay que saltar la valla y adentrarse en la espesura.

19. Cuando por fin encontramos el amor resulta que también vive en las afueras. EN LA OTRA PUNTA. Gracias Karma.

20. Siempre somos nosotros los que vamos a casa de la gente porque para ellos “volver después es un coñazo”. GRACIAS, NO ME HABÍA DADO CUENTA.

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La próxima vez que tu amigo pijo te diga “joder, qué pereza ir hasta tu casa” llévale al Bar Pepe para que pruebe unas croquetas caseras de verdad y ya verás cómo se le quita la hostia que lleva encima.