Recorren las calles de la ciudad de noche, preparados para llegar cuando los necesitas. Cuando ya no hay forma de salir de ahí, aparecen. Son superhéroes. Y no, estos no llevan capa, pero son héroes como Batman. Son los taxistas, esos salvadores que te llevan a casa los fines de semana con un pedal descomunal.

Señores y señoras taxistas. Gracias.

Porque ahí estás tú. Con el rimmel caído hasta los pies, la boca ya pastosa y tu cabeza está venga a dar vueltas. La culpa puede que sean de los chupitos, de cubatas bien mezclados o a lo mejor de las cuatro cañas con limón que te tomaste en la cena. El caso es que estás like the grecas pronosticando la pedazo de resaca que vas a tener en unas horas.

Ya es la hora de marcharte, porque necesitas que todo deje de dar vueltas y dormirla. No sabes cuánto rato llevas esperando a que os lleve un taxi a casa y, por fin , con  los ojicos  casi cerrados que tienes,  ves una lucecita verde al fondo. Bueno, la ves después de confundirte cinco veces con un semáforo (que siempre es el mismo, aunque tú asegures que se mueve). Ves que la luz verde está más y más cerca.

Levantas la mano (y por una milésima de segundo te sientes en Nueva York, como cuando en las pelis para un taxi en la quinta avenida. Pero no, estás en un barrio de tu ciudad, apestando a tinto de verano, cerveza, kalimotxo, ron y todo lo que por accidente se te ha caído encima. Con lo mona que has salido de casa, hija) y el coche para.

Y ahí entras, ¡por fin te puedes sentar en algo que no es el suelo! Si eres de las que llevas tacones y todavía no los llevas en la mano, gritaras de placer intenso y brutal cuando te los quites ahí, porque te acomodas como si fuese tu casa. Si como yo, ya no llevas tacones, te lanzarás sobre el asiento y le jurarás amor eterno. Ayyy, ese olor a ambientador de pino.

Es entonces cuando los taxistas demuestran, aunque sea ultra secreto del sector taxitil, que tienen un máster en la universidad Güidenflaunder y son capaces de reconocer lo que balbuceas a duras penas. Es la única explicación a que hayan podido averiguar las direcciones que les decía cuando no podía ni quitar la lengua del paladar (y estamos hablando de ciudades con nombre alemán, personajes mitológicos, nombres perdidos y lugares indios). Creo que son capaces hasta de entender lo que el conductor de metro dice a veces, Google Translator a vuestro lado no es nada.

Y ya durante el viaje se suceden una serie de hechos que demuestran que, en realidad, estos señores y señoras son superhéroes.

  • Con una mirada de refilón por el retrovisor son capaces de averiguar que deben reducir la marcha, bajar volumen de la música, abrir las ventanillas y decirte dónde tienen las bolsas preparadas. No tienes ni que decir el “pota va”. Ahí están, preparados para actuar.

  • Cuando ven que algo ha pasado te dicen un ¿Estás bien? y ahí que les cuentas lo que ha pasado, terminas por echarte a llorar y acaban pasándote pañuelos, quitando el Todoéxitos de la radio y diciéndote que no mandes más Whastapps.
  • Cuando te quedas dormida, activan el teletransporte. ¿Cómo si no han atravesado la ciudad en dos ronquidos?
  • A veces son psicólogos que te escuchan a ti, o a con quien vayas, el #drama de la noche y terminan dando consejos. ¡Gracias, majos!

 

 

  • Nos aguanta cuando continuamos la fiesta en el taxi. Y cuando vamos varias personas y decidimos cantar temazos en modo desgañitamiento-karaoke, demuestran que tienen el súper poder de aguantarlo (pero no cantar la de El taxi, por favor).

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Y a esto puede añadirse que se lleven panderetas, pistolas de pompas, silbatos, flores de plástico o collares luminosos. Ahí que entramos, en modo árbol de Navidad.

  • Pueden volverse invisibles. Porque hay veces que estás al lado de un mozo, el camino a casa se hace muy largo y no puedes evitar magreo. Oye, para mí desaparecen porque no noto su presencia.

  • Hay veces que tienes algún taxista rancio a más no poder. Pero qué se le va a hacer. Donde hay héroes, hay malvados. Yo a estos los llamo Pepes (perdonadme Pepes del mundo). Porque mi madre dice que los melones o son buenos o son pepes (¿?), y nunca sabes cuál te toca. Aquí no son melones, pero oye, abres la puerta del taxi y no sabes cómo va a ser.

Y por fin llegas a casa, te dice cuánto es y vacías el bolso, los bolsillos del abrigo, los calcetines, miras debajo del asiento… y por fin encuentras la cartera, el móvil perdido y las llaves. Bajas del taxi buscando el equilibrio perdido, que no está por ninguna parte. Abres el portal y te giras para decirle adiós, porque sigue ahí, Batman  está esperando a que llegues bien. Ha cumplido su misión.

Así que tenlo claro, que no te engañen, no es sólo un taxi, es un batmóvil camuflado, pintado de blanco y con esterilla en el asiento del conductor.

Imagen destacada: Walk of Shame (2014) – Lakeshore Entertainment