Tenía dieciocho años cuando sentí TERROR con mayúsculas por primera vez. Me habían invitado a una boda. Tenía que buscar un vestido!! Sííii, esa prenda infernal que había evitado desde la comunión.

Era  esa época en que odiabas ir de compras porque las dependientas te miraban con aire de superioridad, y que sentías que al decir tú talla en voz alta se haría un silencio en la tienda y oirías varios OHHH. Antes dirías el número de PIN de tu tarjeta bancaria que tu talla. Era la  misma época en la que eras la mejor asesora de compras de tus amigas delgadas, pero tú recorrías las tiendas del brazo de tu madre, porque sólo ella podía ver la realidad que escondías en el probador.

Y de ese mismo brazo acabé entrando en una de las tiendas más “cukis” de mi ciudad, dónde mi madre-personal-shopper, se empeñó en que me probara unos vestidos. Tenían “tallas grandes”, o sea, la 44 de aquella (quien la pillara ahora) y de repente me vi en un  diminuto probador lleno de gasas, muselinas, vestidos vaporosos y demás.

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Me miré al espejo con aquel vestido azul celeste,  encajado en mi cuerpo, y  me sentí como un puto cupcake. Así que me giré hacia  mi madre con ojos de gacela y corrió veloz en busca de más “pastelitos” que probarme.

Cuando me dispuse a quitarme el vestido, el muy cabrón se incrustó literalmente bajo mis tetas, con lo que mi peor pesadilla se había hecho realidad, tenía los brazos levantados como si fuera a saltar de un puñetero trampolín, la gasa del vestido enrollada, y daba una visión perfecta de mi trasero y barriga cubiertos solamente con unas bragas modelo “abuela del pueblo”, sí esas bragas que todas tenemos para que nos recojan los mondongos. Estaba atrapada.Skinny-13

Oí a la dependienta dudar de los comentarios de mi madre sobre cómo me sentaba el vestido, y un miedo visceral me invadió…la claridad de su voz me indicaba que venía hacia el probador, mientras yo daba saltitos con los brazos estirados, con el pelo enmarañado  y tiraba del vestido con todas mis fuerzas. Ahí descubrí que hay un momento en la vida que te da igual matar que morir, porque sabía que sería capaz de asesinar a sangre fría a  aquella bruja en cuanto abriera la cortina.

El crujido de la tela al romperse me indicó que estaba salvada.

Acababa de abrocharme el pantalón cuando mi madre abrió las cortinas sorprendida.  Nos vamos, le dije. No preguntes.  

Mientras caminábamos por las calles como fugitivas, mi madre-personal-shopper divisó una boutique que ponía el  cartel de TODAS LAS TALLAS. Y de repente me vi ante una mujer preciosa, entrada en carnes, vestida impecable y con una sonrisa cálida. Cuando puso ante mí aquella variedad de vestidos de mi talla, me sentí como una princesa. Me fui de allí con  un bonito vestido de tirantes en tonos verdes, que probablemente había diseñado un ingeniero, ya que disimulaba asombrosamente mis kilitos, y me hacía un escote de infarto.

Por primera vez en mi vida, el día del evento,  me sentí “La Guapa de la Fiesta”, como canta Conchita.

Sue Aroza.