Casualidades de la vida, Chiara Ferragni y yo nos hemos casado el mismo día, pero las comparaciones son odiosas y mi boda ha sido divinérrima aunque no haya salido en todos los periódicos all over the world (mirad que influencer soy que meto palabras en inglés).

Para los que estáis más perdidos que un pulpo en un garaje, Chiara es una chica monísima de la muerte con casi 15 millones de seguidores en Instagram y con un blog de moda que le llevó al estrellato en las redes sociales. Hace un tiempecito conoció a un rapero, se enamoraron, se quedó preñada, tuvieron un bebé monísimo y ahora se han casado por todo lo alto.

¿Qué tiene esta historia de especial? Pues para empezar, que Dior le ha diseñado dos vestidos de alta costura. Debe ser que casarte con un solo vestido sólo mola si eres una mortal paupérrima como yo. Y nada, que la muchacha se enfundó un vestidazo clásico con tul y crochet en la ceremonia y para la after party rompió un poco los esquemas con un vestido rosado con bordados dedicados a su relación con el rapero. O te encanta o te horroriza.

Mientras tanto yo, con un culo que no entra en las butacas del cine de mi pueblo, tuve que patearme toda la ciudad buscando una tienda con vestidos de novias plus size para acabar en Modas Trini, el paraíso en la tierra. Una señora de casi 70 años me tomó las medidas y me diseñó un vestido para mí, cómo os quedáis. Nada de vestidos prefabricados, todo corte y confección al momento. Sí Chiara, jugamos en la misma liga.

También destaca el estilazo de sus damas de honor, que vistieron vestidos hechos a mano por la diseñadora Alberta Ferretti. Mientras tanto mi testigo y mejor amiga se puso un traje de Asos que le costó 28 euros y que le quedaba como un guante.

Poniendonos serias, ¿qué diferencia una boda influencer de una boda normal, corriente y moliente? Lo primero es lo más obvio: el dinero. Lo segundo viene de la mano: el postureo. Mientras que en la boda de Chiara la gente estaba más ocupada haciendo stories y fotines pa’ Instagram, en la mía acabamos afónicos de gritar, con dolor en las manos de aplaudir y con un pedo que ni Alfredo.

Luego está la pedida. En el caso de la influencer, su ahora marido le hizo subir al escenario en un concierto, le dedicó una balada romántica y luego hincó rodilla. Con mi miedo escénico me hace eso mi pareja e igual no llegó viva a la boda. Tampoco me puedo quejar de romanticismo, que a mí me lo pidió después de hacer una ruta de senderismo de 4 horas. Sudada, cansada y con sed veo que mete la mano en la mochila. No os mentiré, me sentí un poco decepcionada al ver que no era agua o comida. Que no os engañen, el hambre es más fuerte que el amor.

Otra gran diferencia es que la muchacha se casó en el Palazzo Ducezio de Sicilia, un ayuntamiento del siglo XVIII divino de la muerte. Ahí salgo perdiendo, porque comparado con semejante palacio, mi boda era un truño total.

Y al final una boda es una boda te gastes una millonada o lo justo para que quede bonito, porque lo importante es rodearte de tus amigos y familia, darle todo el amor del mundo a tu pareja y confiar que la gente esté más pendiente del banquete que de las redes sociales. Si en una de las doscientas fotos de la boda no sale nadie mirando el móvil es que has triunfado.