Come cereales

Lava más blanco

Ponte ESTOS zapatos

Usa colorete. Este pintalabios. ¡Triple de pestañas!

Te sobran kilos. Te faltan tetas.

Fuera pelos.

No huelas a nada.

Acórtate la falda.

Cuídate las uñas.

Devora 50 sombras de…

No envejezcas.

Cocina.

Trabaja.

Sé madre.

Cásate.

O viceversa.

Ten celos.

Hormónate.

Alísate el pelo.

Tíñete las canas.

Camúflate.

Suspira.

Ruborízate.

Sé una mujer completa.

No seas tú.

Sé la mujer que te dicen que seas.

Sé la mujer que esperan que seas.

 

En el par 23 de mis cromosomas hay una conjunción XX en lugar de XY desde el momento de la concepción. Cromosómicamente soy lo que se llama una hembra de la especie humana. Según el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (RAE) una hembra es todo animal del sexo femenino, tal como indica en su definición. Si atendemos al desarrollo de los caracteres sexuales hay que diferenciar entre primarios y secundarios. Los primeros se refieren a la producción de células sexuales (o gametos) que en el caso de las hembras son óvulos. Los secundarios son los más visuales y científicamente representan el fenotipo: desarrollo de las glándulas mamarias, ancho de las caderas, tórax estrecho y talla “redondeada” como dicen los manuales.

 

Punto.

 

A partir de aquí no me valen las definiciones, ni procedencias de Marte o de Venus. No me valen los “¿estás en esos días?”, el “mujer tenías que ser” o la literatura, las revistas, el cine y la música “para chicas”. No me vale que desde todos los frentes me fiscalicen el cuerpo, los modales, la ropa que me pongo o me dejo de poner, el volumen de la voz, la mirada, los gustos y las ganas. No me valen los que preguntan: “¿Pero qué más queréis conseguir?”.

 

No me valen los que me etiquetan: mujer, blanca, treintañera, soltera.

 

No me acotes. No me restrinjas en cuatro categorías.

 

Conóceme.

 

María Toraño