Nunca he sido una persona agradable por las mañanas.  La razón no es que me guste dormir hasta tarde. Al contrario, me gusta levantarme bien temprano  y aprovechar el día. Pero lo de levantarme con buen humor… Eso era diferente.

Hasta que mis días empezaban de una forma diferente. Estar en la universidad te quita tiempo de otras tantas cosas y por las tardes una estaba para el arrastre. Así que a eso de las seis o siete de la mañana, salía a correr. Muchos me han dicho que estoy loca, que donde voy a esas horas…o que cómo lo hago. El truco es muy sencillo: sal de casa antes de que tu cerebro se haya despertado del todo. Puedes amar correr tanto como yo, pero ni la más grande de las motivaciones te va a sacar de la cama un día de invierno a las seis de la mañana para hacer 10 kms corriendo. Tienes que ser disciplinado o en mi caso, ser más lista que mi cerebro.

El caso es que, como a muchos, a mi al principio, correr no me gustaba. Y ahora es una adicción. Lo que sientes al correr es plenitud. Es saber que puedes volar con los pies. Sentirme invencible al coronar la cima de una montaña. Es llorar hasta vaciarse de problemas y pensamientos negativos. Es encontrar a otro loco que corre a las seis de la mañana. Es empezar el día con buen pie. Es empezar el día comiéndose el mundo. Y bailándolo (porque yo correr con música, oigan, sin música no sé si llego más allá de la esquina).

El caso es que a veces, no todo es tan bonito.

Empecé a correr por la sierra de una ciudad pequeña. La música a todo volumen a las seis de la mañana me servía para ahuyentar las paranoias mentales. Los sonidos nocturnos que quizá, eran de animales. Una rama al quebrarse. Pequeños sobresaltos. El que mi corazón dejase de latir durante un segundo cuando al final de una subida con curva tenía un encontronazo con otro corredor. El encontrarme algún borracho que me increpase solo hacía que corriese más deprisa… Sabiendo que todavía tenía que volver por el mismo lugar.

Ahora corro por ciudad. Me levanto a las cinco de la mañana porque a las cinco y media empiezo a trabajar. De mi casa a mi trabajo hay cuatro kilómetros que hago corriendo en noche cerrada y con mala iluminación. La música me ayuda a ahuyentar posibles sonidos nocturnos que me puedan asustar. Porque cuando corro, quiero estar tranquila, no con los cinco sentidos alerta como si fuera una presa.

Pero hay veces, que lo peor no ocurre a las cinco de la mañana, cuando todavía está oscuro, sino a plena luz del día, a las siete u ocho de la mañana.

En el último mes, de cada cinco días que he salido, dos me han mirado descaradamente el culo. Descaradamente significa que me he girado y ese chico ha seguido mirándome el culo mientras me alejaba corriendo.

En el último mes, dos chicos me han parado. El primero, iba en bici. Me pidió indicaciones para ir a un lugar y de paso, al acabar, me pidió mi número de teléfono. A las siete de la mañana, repito. Que es de noche, repito. En ese momento, me cabreó tantísimo que me hiciera parar para pedirme el teléfono… Pero ¿podría haber sido peor, no?

El segundo chico no me paró. Me adelantó, se giró para mirarme y saludar. Le devolví el saludo y se acoplo conmigo a correr. No tengo ningún problema en que alguien haga algo así. Pero no si empiezan a preguntarme por mi vida personal, por si tengo pareja y por si le doy mi número de teléfono. Al final tengo que darle un número falso e inventarme que tengo pareja. Repito. Son las siete de la mañana y he salido a correr.

Lo único que quiero, es que se me respete cuando corro sola, bien por la ciudad, bien por la montaña.  

Nunca he sentido miedo al correr ¿por qué debería sentirlo? Tampoco voy a empezar ahora.

 

Cristina Puerta