Dicen que tenemos que, de vez en cuando,  dejar que nuestro niño interior sea el que disfrute. En mi caso, a veces pienso que mi niña interior es la que se ha instalado, fabricado un parque de bolas de dos pisos y ha dejado a la adulta que tengo que ser en un rinconcico. Lo justo para acordarse de pagar el alquiler y las facturas. Y gracias.

Porque sí. Esa niña interior, en mi caso, vive a tope. Jamás he entendido la relación que se establece con cumplir años y dejar de hacer cosas que nos hacen felices, que nos hacen reír o alimentan nuestra imaginación. No comprendo por qué debemos de dejar de jugar, soñar o  incluso emocionarnos con la Magia porque dejemos de ser niños.

Por eso, no me pilló por sorpresa engancharme a los libros de Harry Potter cuando ya andaba en la veintena. Sí, ya “se me había pasado la edad” (bueno, entendedme, eso es lo que dice la gente) y me vi enganchada a uno tras otro. La rabia que me dio saber que mi infancia no pasó esperando una carta de entrada en Hogwarts. Pero bueno, ahí estaba, sufriendo y emocionada descubriendo ese universo mágico. Así que tarde pero se me hizo un huequito (huecazo) en el corazón para amar a todo lo relacionado con Hogwarts.

Así que  siempre tenía en la mente buscar un momento para visitar diferentes lugares relacionados con Potter y compañía. Y, aunque soy más de los libros que de las pelis, me decidí a mirar una visita a los estudios de Londres donde han rodado las películas. Y sí, hace poco fui.

Ay, ay. Los llantos. No, no voy a llenaros de spoilers ni deciros qué os podéis encontrar… Vengo a deciros que lo hagáis. Si soñáis con ir a Disneyland, id (además, los fans de Star Wars tendréis que ver qué hacen para vosotros). Si disfrutáis tirándoos por el tobogán, hacedlo. Si creéis en la magia, creed en la Magia.

Porque ahí estaba yo, en mi treintena y con la barbilla arrugada y la lágrima cayendo ante la puerta del Gran Comedor (vale que los nervios empezaron antes de ver los estudios en la lejanía pero fueron a más). Porque las piernas tiemblan de emoción caminando por el callejón Diagon o al mirarte en el espejo de Oesed. Porque descubres que la cerveza de mantequilla no tiene el sabor que imaginabas al leer. Y porque la sensación al descubrir la varita con el nombre de J.K. es indescriptible.

Con la misma emoción que un niño se levanta la mañana de Reyes podemos seguir viviendo las cosas. Ser adulto no quiere decir ser aburrido, las cosas de niños pueden crecer con nosotros. Parece que los adultos sólo pueden emocionarse con cosas de mayores (eventos deportivos, grandes fiestas) pero ¿quién dice que se es mayor para soñar con la magia, con lugares fantásticos? No me gusta que se asocie la idea de cumplir años con la de tener una vida gris. Como si al pagar facturas tuvieses que dejar de hacer cosas divertidas. La seriedad no equivale a responsabilidad  y ser un Hombre Gris como en Momo no debe ser reflejo de vida adulta.

Puede que no me llegara la carta a los once años, pero me he encargado de buscar el camino a Hogwarts. Ya sabéis, sólo un poco de polvos flu y el camino es más sencillo. Y no dejéis que os confundan, ser adulto no significa ser muggle. Y, aunque a veces se nos olvida, ya nos lo dice J. K. Rowling: “Es importante recordad que todos tenemos magia dentro de nosotros”.

 

Fotografía destacada: Warner Bros Harry Potter Tour London