Odio la frase “el resto de las mortales”, y no hay cosa que me ponga de peor genio que leer en una revista de moda coletillas del tipo: “nosotras, el resto de las mortales…”, “una pena para el resto de las mortales…”, “lamentablemente, mientras el resto de las mortales…”. O sea, ¿de qué cojones van? ¿Y quién me ha metido a mí en ese grupo? ¿Desde cuándo las mujeres estamos divididas en la clasista jerarquía de diosas y mortales? Lo siento, señoras periodistas, pero yo me siento divina y ustedes no son nadie para bajarme de ese estatus en el que yo solita me he subido. ¡Hombre ya!

Siempre he apoyado aquello del body positive. O sea, soy la primera que reconozco mis imperfecciones y, con el tiempo, he aprendido a amarlas y aceptarlas. Porque, vamos a ver… ya sé que tengo un fémur exageradamente largo, una nariz anormalmente grande o unos pechos desdichadamente pequeños. A lo que hay que sumar que estoy clasificada socialmente dentro de lo que se llama el grupo de las “chicas flacas”. Pues bueno, ¡qué queréis que os diga! Al menos hasta el día de hoy no puedo cortarme las piernas con un serrucho, o achicarme el tabique nasal, o inflarme las tetas con la bomba de la bici. Salvo que pase por el quirófano. Y tampoco, siento deciros, voy a engordar 10 kilos a golpe de varita por comerme un buen cocido, como todas esas “expertas nutricionistas” me aconsejan siempre que me ven. Gracias, queridas mías, por sacarme toda esa innumerable lista de defectos. Como no tengo un espejo en mi casa, no me había dado cuenta hasta que os he oído. Os estoy eternamente agradecida (espero que se note la ironía).

Así que, sí: estoy un poco hasta la coronilla de que, después de haber aprendido a lidiar con “todas esas hermosas criaturas” que se permiten el lujo de criticarme a la ligera y sin pelos en la lengua, descuartizándome con cada palabra y clavándome en el corazón sus fétidos dardos venenosos, vengan, además y de buenas, las señoras revistas de moda, a las que adoro y admiro, y decidan incluirme en el funesto grupo de “el resto de las mortales”. Mmmm… ¿hellou? ¿De qué vais? ¿Dónde ha quedado toda esa parafernalia que publicáis de que todas las mujeres molamos y tal Pascual? Creía que erais mis amigas… Snif, snif.

Pero es que parece que este mundo, mientras algunas luchamos por la defensa de la diversidad, está siendo cruelmente atacado por una etiquetadora del lenguaje, como si todas fuéramos carne de ganado a las que clasificar por absolutamente todo: por si nos maquillamos mucho o por si no lo hacemos nada; por si nos depilamos o decidimos dejarnos los pelos al libre albedrío; por si nos gusta el rosa o adoramos vestirnos de negro; por si… y dentro de esos “porsis”, a la sociedad, “muy inteligentemente”, se le ha ocurrido relegarnos al plano de las “simple mortales” frente a la divinidad de las “eternas diosas”, diferenciándonos de estas últimas y dejándonos muy claro que nunca podremos llegar a ese selecto grupo, salvo que pasemos por una buena dosis de Botox y Photoshop, tengamos una mansión en las Bahamas y poseamos unos cuantos millones en el bolsillo. Y, la verdad, no me importaría hacer toda esta reflexión sobre un yate en el Caribe con un jugo de coco en la mano, todo hay que decirlo, pero que – ¡oye! – yo me siento estupendamente maravillosa y no voy a permitir que nadie intente bajarme de mis sueños, que mucho camino he recorrido hasta llevar a mi amor propio a la cima.

Andrea Mateos

@prepyus