Vivimos en un país con una cultura de bares mítica y todo lo que conlleva con ello. Nos vanagloriamos de contar con un sinfín de locales recorriendo cualquier rincón de nuestro territorio. Siempre me ha llamado la atención que un pueblo pueda no tener ayuntamiento,  juzgado, universidad o centro de salud, pero un bar es condición sine qua non para ser pueblo y no un trozo de tierra entre tal pueblo y cual otro, que sí tiene bares.

Estos bares ofrecen a su clientela refrescos burbujeantes, batidos, licores sin alcohol y el una inmensa variedad de alcohol. En  este último bloque, hay infinidad de sabores y graduaciones: vino, cerveza, ginebras, whiskeys, rones y un largo etcétera de innumerables bebidas espirituosas. Los bares son frecuentados por parejas, solteros, jóvenes, ancianos y también por niños. Los típicos domingos de vermut, son algo tan nuestro que no debe haber ser humano que viva o haya vivido en España, que no lo haya vivido alguna vez. Deberían declararlo patrimonio de la humanidad, como las cuevas de Altamira o la Alhambra. Algo así con el título de Las cañas/vermut del domingo Español. La inmensa mayoría, tenemos en la memoria a nuestros padres, tíos y/o abuelos, sujetando una copa de Pacharán, cerveza o vino un domingo cualquiera de nuestra infancia.

Nos recordamos en un ambiente jovial, distendido y viendo a nuestros padres sonriendo y socializando, liberando las tensiones acumuladas durante la semana laboral y las disputas familiares. Unos con cigarro en mano (cuando en antaño estaba permitido durante tantos años, fumar en los locales) y copa en otra, otros con codo  apoyado en barra y tercio o quinto agarrado en la mano.

Cuando echas la vista atrás, sueles tener un recuerdo divertido, incluso nostálgico. Esos bares se convertían en sitios mágicos, donde los mayores volvían a ser jóvenes y los niños podíamos ser un poco adultos.

Hace no tantos años el vino caliente se consideraba comida, era la merienda de muchos niños. Sin hacer demasiado esfuerzo se me antojan diversos eventos en los que el beber alcohol son síntoma de relación social: bodas, comuniones, cumpleaños, cenas de trabajo, comidas familiares y la copita de cava de navidad, en la que solo te mojabas los labios y ya probabas, cuando todavía eras un crío. Y ya el colofón es la copa o chupito de coñac que se les ponía a sus Majestades los Reyes Magos, como agradecimiento por traer los regalos de Oriente.

Es algo tan habitual socializar en bares, tener alcohol en casa, tomar las cañas después del trabajo o beber una copa de vino para relajarnos, que no vemos el peligro que representa para aquellos que por desgracia, no pueden o no saben realizar un consumo responsable de estas bebidas. El alcohol está tan metido en nuestras vidas, como el ir al médico cuando tenemos gripe.

Hoy todos nos llevamos las manos a la cabeza cuando nos enteramos que una niña de 12 años ha muerto a causa de un coma etílico, provocado por haber bebido ron y vozka en un  botellón. Nos escandalizamos al volver a saber de otra noticia de 13 años que está en estado grave por el mismo motivo.

“¿Cómo puede ser que los padres no lo supieran?”

“Es que los jóvenes cada vez empiezan más pronto a hacer de todo, así les va.”

“¡Estaban bebiendo ron y vodka! Qué exageración, anda que era vino o cerveza. En mis tiempos bebíamos Martini, que era mucho más flojo.”

Buscamos culpables, el que les vendió el alcohol, los propios amigos que no alertaron a tiempo para salvar la vida o no dejar que llegue al estado de gravedad, la policía que no patrulla lo suficiente ni por los sitios que debe. Hablamos del ayuntamiento, el gobierno y los partidos políticos. Pero nadie habla de una culpa que todos tenemos, porque en nuestra sociedad el alcohol es algo tan inherente como el pincho de tortilla o insultar al que en el grupo de amigos no quiere ir de botellón.

No os confundáis, disfruto del consumo del alcohol. Y disfruto a sabiendas, es decir, me gusta el sabor de ciertas bebidas que consumo, con graduación alcohólica. Esto lo escribe alguien que sí hizo botellón (jamás me mofé de quien no quisiera, mi amiga Nuria puede dar fe), alguien que recuerda con cariño los domingos de vermut cuando su abuelo aún vivía, alguien que si le ofrecen un plan de cañas por la Latina, salta del sofá para ir volando y alguien que cuando era una adolescente, lo usaba para  desinhibirse y dejar de lado por unas horas la enorme vergüenza que pasaba cuando hablaba con chicos, bailaba o tenía que hacerse la guay frente al grupo molón y enrollado del instituto-al que no pertenecía-. Pero también os lo dice alguien que vea la culpa que tiene este país con el alcoholismo en nuestra sociedad y cómo todos y cada uno de nosotros contribuimos a ello pensando que son cosas de adolescentes problemáticos y que eso a nuestros hijos, sobrinos, primos o vecinos no les ocurriría.

Así como antes no se era consciente de lo nocivo que resultaba el humo del tabaco en sitios tales como consultas médicas, lugares de trabajo, trenes, bares y aeropuertos entre otros, hoy no queremos ver lo nocivo que es la facilidad con la que introducimos a los jóvenes al consumo del alcohol, estos casos seguirán ocurriendo a vuestros hijos, vuestros sobrinos y vuestros vecinos.

Laura Rodríguez Bolarín