Yo seré muy escéptica para muchas cosas, pero en cuestiones cosméticas estoy deseando creer en milagros. De momento no he tenido demasiadas revelaciones místicas en este sentido, pero yo no desisto: pruebo y pruebo, y esto unido a que me gusta más un remedio de la abuela que recibir un pedido online hacen que sea como una Txumarisa Alfaro del belleceo.

No hace mucho me volví a rebotar con un tratamiento reafirmante de pecho porque no cumplió mis muy elevadas expectativas de elevación tetil, valga la redundancia. Así que decidí hacer una investigación sobre los mejores productos naturales para reafirmar los pechos. Un par de vídeos y unas yahooansgüers después constaté que el plátano era mi aliado.

Veamos, tenía un buen par de plátanos de Canarias implorándome su consumición, genial. En la receta, venía uno solo pero dada la dimensión de mis gemelas, utilicé los dos. Miel no había, así que… ¿un poquillo de aceite de coco irá bien? Siempre me ha encantado cambiar las recetas… Añadí un huevo XL, formé un pastiche y ya está. Mi remedio mágico estaba listo.

Busqué un sujetador viejo, roído diría yo, de esos que te resistes a tirar porque ya no se te clavan en ningún lado, y lo rellené a cucharadas con la mezcla. Después, hice un repaso mental sobre mi agenda de las próximas horas, no quería interrupciones para ejecutar la operación: no había mensajeros pendientes, estaba de Rodríguez hasta la noche, el del gas ya había pasado… ¡Ok, es el momento!

El aceite de coco se solidificó un poquillo, cosa que no vino mal para que la mezcla fuera más consistente, pero… monté un poco el show, sí. Allí me veis, con el sujetador cual alforja en la encimera, en tetas y de puntillas intentando ponérmelo en horizontal para que la pasta se moviera lo menos posible.

Reafirmar no sé, pero efecto tensor… ¡Sus muelas, qué frío!

Lo logré al final y, no sé cómo, hasta llegué a probar la receta, que oye, igual para un pan de plátano incluso vale… Encorvada cual primate, casi arrastrando los nudillos por el suelo, me postré en el sofá, previamente protegido por toallas viejas de esas que tu madre te dice que guardes por si acaso. Un café, un libro y una lima de uñas me acompañaron durante la hora que estuve en reposo esperando a que el invento hiciera efecto y notando cómo avanzaban los churretillos por todos los lados.

Con el tiempo cumplido y con las ganas de saber si se me habían quedado más firmes que dos cocos, me dirigí a la ducha. Casi me da un pasmo con el estertor del telefonillo, pero decidí ignorarlo. A falta de un tobillo para deshacerme de las bragas, llamaron a la puerta y yo contuve instintivamente la respiración. Volvieron a tocar el timbre, seguido de un ‘¿Hija, estás?’. Era mi abuelivecina de al lado… ‘Un momento, Antonia’. Lancé las bragas con el pie, cogí el albornoz de mi santo y entreabrí la puerta notando como la pasta de plátano me iba a reafirmar hasta el mismísmo.

‘Nada, bonita, que me ha dicho el portero que cortan el agua una hora’

Volví al baño intentando buscar la cámara oculta de esta historia. Al final, pude quitarme la mayor parte del invento con el poco agua que quedaba antes de que a la ducha le entrara posesión demoniaca. Pero no fue suficiente. Unas toallitas de bebé me ayudaron con el resto.

La vuelta del agua no tardó una hora, sino casi dos. Tiempo en el cual pude comprobar que, si bien me había quedado la piel del pecho muy suavecita e hidratada, para milagros a Lourdes… Tocaba recoger todo el despliegue de medios, decir adiós sin apego a ese sujetador caído en combate, y explicarle al consorte que no, que no había bollito de plátano para desayunar mañana.