EL DÍA QUE UN DESCONOCIDO ME PERDONÓ LA VIDA

 

Esta historia me pasó hace ya 23 años en Berlín. Es una de esas historias épicas que siempre cuento para amenizar la sobremesa, que ya estoy mayor y soy como la abuela batallitas. Eran los 2000 y en aquel entonces no tenía móvil, me manejaba con una tarjeta de teléfono que iba recargando y llamaba desde cabinas de teléfono.Tenía 20 añitos y era una joven fotógrafa que estaba empezando su carrera y mi trabajo en aquel entonces consistía en realizar fotografías de viaje de la ciudad de Berlín y alrededores, tenía que hacer un reportaje sobre la gente, las costumbres, la comida, los monumentos y sitios turísticos, la vegetación y fauna, sitios curiosos, eventos, etc. 

Yo me iba organizando la agenda cada día y tenía que cumplir con los plazos de entrega. Mi estrategia consistía en pegarme el día entero en la calle buscando las mejores fotografías, intentando estar en el lugar adecuado en el momento adecuado. Sólo me movía andando y en metro, nada de taxis ni coche. Además me pagaban por foto publicada así que tampoco es que me sobrase el dinero. Comía donde surgiese lo que descubría y me alojaba en un albergue, en una habitación donde dormía con otras 7 personas, nada de hoteles ni lujos, tenía que meterme lo máximo posible dentro y vivir lo mínimo posible como una turista. Estaba sola y no tenía ni idea de alemán aunque siempre se me ha dado bien el inglés.

La verdad es que en aquella época tuve muchísimas anécdotas que dan para contar muchas aventuras, viví mucho y maduré más, conocí mucha gente de todas partes del mundo y descubrí facetas de mi misma que no sabía que existían.

Un día decidí ir a fotografiar el Campo de Concentración de Sachsenhausen que está cerquita de Berlín, a unos 40 km. Por aquel entonces el S bahn te dejaba a unos 15 minutos andando y en aquellos tiempos era andar por un camino donde no había nada, era una zona boscosa con casas unifamiliares de leña bastante separadas unas de otras. La verdad es que a la hora de ir no tuve ningún problema en llegar y el camino era bastante recto. Estuve bastantes horas haciendo fotos allí como os podéis imaginar y cuando terminé ya se había hecho de noche. No se ahora pero entonces la iluminación por aquella zona era prácticamente inexistente. Y a eso le sumamos que soy una persona muy despistada así que me perdí. No pasaba ni un alma a quien preguntarle y ya me estaba empezando a poner cardíaca cuando vi a lo lejos a un señor paseando el perro, y en ese momento para mí fue como una aparición mariana así que allá que fui derechita y toda decidida y cuando llegué hasta él le expliqué con mi inglés con acento español que me había perdido, que buscaba la parada del S bahn, etc 

Y conforme iba hablando, empecé a fijarme más detenidamente en el señor en cuestión.

Bueno señor, para mí entonces era un señor pero que igual tenía mi edad ahora, debía ser cuarentón. Era enorme, musculoso, con la cabeza rapada, tatuajes con simbología nazi, botas hasta la rodilla con punta de acero y el perro un pedazo de Rottweiler. 

Ahí estaba yo, una guiri perdida en medio de la nada, de noche, con un equipo fotográfico que costaba una pasta, incomunicada, pidiéndole a un nazi desconocido ayuda en otro idioma. Y acababa de estar en un campo de concentración, con lo cual iba sugestionada a tope y con mal cuerpo, un montón de imágenes horribles asaltaron mi mente y me empezó a entrar el pánico. Además hay que tener en cuenta que el carácter alemán en sí, es bastante diferente y ya que un desconocido te hable de repente por la calle no es algo tan habitual y mundano como pueda ser para un latino o un español. El señor al principio parecía confuso,no dijo ni una palabra y yo también me quedé callada. Nos empezamos a comunicar con la mirada, mis ojos decían:

  • Por favor, perdóneme la vida señor. Soy despistada, joven y estúpida.

Sus ojos me analizaban y se notaba que estaba decidiendo que coj*nes hacer conmigo.

Al final se fue con su perro sin decir ni una palabra.

Mi ángel de la guarda tiene una parcela en el cielo desde aquel día.

Yo estaba cagadísima y me contenté con seguir viva y no haber acabado desaparecida enterrada en un bosque.

Eché a andar como alma que lleva el diablo y eventualmente conseguí encontrar la parada.

Yo supongo que al verme con un equipo profesional de fotografía pensaría que era periodista y que me echarían de menos, lo cual no iba nada desencaminado con la realidad o vete tu a saber lo que pensó ese señor. Yo con salir viva de aquello tuve más que suficiente.

Sara Navarro