El «Guernica» y la salud mental en la novela de Juliana Echeverri.

Por Eva Fraile.

La primera vez que fui al Museo del Prado recuerdo alucinar muy fuerte delante de los cuadros de Goya. Yo me acercaba y veía brochazos inconexos, pinceladas dadas como a desgana, como cuando yo misma, en mi escuelita de pintura, me ponía a enredar con el pincel y lo apretaba fuerte contra el lienzo, dejando un manchurrón de colores. Si embargo, lo que realmente me estremecía era que, al alejarme unos pasos, todas aquellas pinceladas sin sentido cobraban vida y representaban una imagen perfecta, inconcebible a juzgar por lo grosero del detalle visto de cerca. Era una sensación que se me antojaba muy similar a la que tendría alguien que pudiera ver todo el batiburrillo de estrellas del firmamento y después alejarse y contemplar el baile armónico de constelaciones, el caos ordenado del universo. O poder ver un conjunto aleatorio de células al microscopio, para luego alejarte unos pasos y comprobar que todo ese conjunto ha formado la figura bella y armónica de un ser humano. Es una sensación que creí que no volvería a experimentar, pero que me ha venido a la cabeza tras descubrir Los grises sobre el lienzo, de la colombiana Juliana Echeverri.

Los grises sobre el lienzo no es un libro sobre cuadros, aunque en realidad sí lo es, porque un papel muy importante lo cumple el Guernica, la obra inmortal de Pablo Picasso. En la historia de Echeverri, el Guernica es un poco como aquellos cuadros de Goya para mi yo infantil: uno se acerca a él y ve una infinidad de historias, de traumas, una antología del sufrimiento humano; luego se «aleja», en el sentido de que va leyendo más páginas, avanzando por la historia, y lo que ve es una hermosa oda a la esperanza. De hecho, este cuadro es una especie de tótem para la protagonista, que solo a través de él encuentra algo de calma. 

Otra cosa que me llama la atención es la figura de los tótems en el relato cultural sobre la salud mental, como sucede en Los grises sobre el lienzo, pero también estoy pensando en Una mente maravillosa o en Shutter Island. Esas realidades a las que agarrarse para sentir que uno no pierde del todo la cabeza, cuando en realidad, valga la redundancia, y esto es una opinión personal, desde luego, quizá no exista mejor tótem que el mero hecho de poder hablar en libertad de lo que nos pasa, o de poder leerlo, porque pienso que es igual de importante poder expresar lo que a uno le aflige que encontrar referentes en la literatura o el cine y saber que no estamos solos.

Y es que tengo la sensación de que el viaje al que se somete siempre al protagonista de estas historias es demasiado ajetreado, que da la impresión de llevar una vida sin pausa posible, un frenesí vital desmesurado que creo que da una imagen distorsionada sobre cómo son y cómo sienten las personas que sufren de mala salud mental. Por supuesto, hay muchos casos distintos y entiendo que la ficción no es más que eso y que tiene que intentar representar casos «llamativos», cuando menos. Pero, precisamente por eso, no deja de sorprenderme el personaje de Violeta, protagonista de Los grises sobre el lienzo, porque es una persona normal, solo que sufre de amnesia selectiva, y por lo general, los personajes literarios o audiovisuales cuya salud mental no es todo lo buena que cabría desear son mucho más ajetreados. Personalmente, creo que el personaje y la historia salen reforzados, porque a menudo me pregunto si después de leer libros sobre personas como Violeta, la moraleja que nos puede quedar es que su personalidad ya era propensa a ese trastorno, y, por tanto, de algún modo, corremos el riesgo de culpabilizar en parte al personaje de lo que le sucede. De ahí que me parezca tan importante que aparezcan historias como la de Juliana Echeverri, porque, si queremos normalizar que se hable de salud mental en cualquier ámbito, eso también pasa por asumir que las personas que sufren son normales, y que viven también en todo tipos de ámbitos. Y que merecen que nos acerquemos a observar sus pinceladas, lucir sus trazos más groseros, para comprender el mosaico en su totalidad.

Eva Fraile, psicóloga, agente literario, asesora editorial, creadora de proyectos creativos para escritores y editora de La Reina Lectora.