No han sido ni una ni dos las veces que me han llamado ‘odiadora de hombres’ como reacción a mis radicales -ironía- planteamientos en esto de la lucha por la igualdad y la diversidad. También me han llamado fea, gorda, feminazi, malfollada e incluso bollera (¿?)… todo por señalar, normalmente con evidencias, determinados hábitos, costumbres y comportamientos relacionados con los privilegios masculinos. Pero, sin ninguna duda, ‘odiadora de loquesea’ es mi insulto (por llamarlo de alguna manera) favorito. Tengo muy claro que me estas cosas me las llaman para que me avergüence aunque no se muy de qué. Y lo de ‘odiadora de hombres’ tiene un puntito de guasa extra teniendo en cuenta que vivimos en un contexto de una misoginia institucionalizada y totalmente interiorizada.

Al principio intentaba explicar que eso es mentira, que yo no odio a los hombres así en genérico, que mi idea es la de construir un mundo más justo para todos y todas. Pero casi siempre me quedaba con la extraña sensación de que mis justificaciones eran un poco fiasco porque, haciendo un ejercicio de honestidad brutal, sí que odio un poquito a algunos hombres. Quizás odio sea una palabra demasiado contundente porque creo muy fuertesito en eso de que de todo se sale (si se quiere, claro), así que mejor voy a decir que, como feminista, existen algunos señoros a los que cada vez soporto menos…

  • A los que no tienen ganas de escuchar lo que tenemos que decir porque les resulta demasiado incómodo tener que deconstruir todas sus cosis.
  • A los que ejercen cualquier tipo de violencia (física, psicológica, económica, sexual…) sobre las mujeres por el simple hecho de considerarnos inferiores.
  • A los que asesinan y violan, por supuesto.
  • A los que ven amenazada su masculinidad haciendo actividades arquetípicamente femeninas y encima lo hacen notar porque claro, ellos son muy machos.
  • A los homófobos y/o tránsfobos (esto me pasa también con las mujeres).
  • A los que hacen un uso del espacio público poco responsable porque escupen y/o mean donde les sale del parrús, porque practican el despatarre por los sitios, porque utilizan su corporalidad para intimidar y por muchas cosas más.
  • A los que hacen comentarios machistas y sexistas escudándose en el humor (no los odio del todo pero empiezan a resultarme incómodos por encima de mis posibilidades).
  • A los que van de aliaditos pero se escandalizan cuando les señalas cualquier cosa en lugar de debatir, escuchar, exponer sus posturas y todo lo demás.
  • A los que recurren a la falacia de las denuncias falsas en violencia de género para intentar tumbar tus argumentos.
  • A los que desvían la responsabilidad de determinados actos hacia las víctimas porque había bebido demasiadas copas o llevaba la falda demasiado corta.
  • A los que se creen sistemáticamente superiores que sus compañeras de trabajo.
  • A los fanáticos del fútbol que no ven ni un partido de fútbol femenino porque debe restar puntos en la barra de esperma o algo así.
  • A los moscones de la discoteca que invaden tu espacio vital solo por rozarse y ser pesados (pese a todas la veces que hayas intentado quitártelos de encima).
  • A los que insultan a las mujeres que deciden hacer y decir lo que les sale del higo.

Y no, no me avergüenzo… porque quizás quienes deberían de avergonzarse son ellos. Pero si me quieren seguir llamando ‘odiadora de hombres’ yo seguiré riendo a carcajadas. TURURÚ.

El feminismo nunca será odio al hombre. Si os sentís amenazados por las mujeres que luchamos activamente por nuestros derechos y libertades quizás los que tenéis un problema de odio sois vosotros, queridos.