Diana, hija de Hipólita, la reina de Themyscira, y de Zeus, Dios de Dioses y rey del Olimpo. Princesa de las Amazonas. Un bebé sano, fortote, con unos mofletitos de esos que dan ganas de apretar. Un bebé muñequito michelín. ADORABLE.

Diana fue criada y educada rodeada de mujeres fuertes e independientes, que le ensañaron las artes, las ciencias, idiomas y a ser la guerrera que debe ser. Ser una princesa no le iba a conllevar menos entrenamiento o un trato ventajoso respecto al resto:  ni ser la única niña en un mundo de luchadoras, ni ser la única gorda por aquellos lares paradisíacos. Se sometió a entrenamientos como el resto.

  • ¡Diana, corre, que te pesa el culo!
  • ¡A este ritmo no perderás los kilos que te sobran!
  • ¡Mi abuela es más rápida!

Pero Diana es hija de un Dios (aunque desconozca este dato) y nadie le dice lo que puede hacer o no hacer. Diana se pasa por el forrete lo que le digas.

Así que corre, y entrena, y se hace cada vez más fuerte Y SUELTA UNOS MAMPORROS QUE TE QUEDAS PICUET, AMIGA.

Y año tras año, se ganó la confianza de sus compañeras y amigas, todas la respetaban como futura líder gracias a su tesón y gran corazón.

Pero un fatídico día cayó del cielo algo que no esperaban, algo que Diana nunca había visto, algo de lo que se habían mantenido alejadas durante tanto tiempo (llámalas tontas…): un hombre.

Steve Grijander (de los creadores del Resplandior y cómo no jugársela con los derechos de autor) era un soldado que había estrellado su avión en Isla Paraíso, oculta a los ojos de los hombres y donde nunca nadie había podido llegar.

Estaba huyendo del enemigo, pero debía volver y continuar su lucha. Una amazona debía acompañarlo, y Diana se ganó el derecho a ser ella quien lo hiciese.

Se enfundó en su traje de guerrera con sus pantaloncitos porque con las faldas del uniforme griego de guerra le rozaban los muslitos.

Cogió sus armas, su avión invisible (¿He dicho ya lo que molan estas amazonas?) y se encaminaron hacia un mundo nuevo, el mundo del hombre. La princesa, con su corazón puro, no era capaz de imaginar lo que le esperaba.

Llegaron. Y tras un tiempo para aclimatarse, Diana luchó junto al teniente Grijander. Y ahí, en medio de la lucha, en lo más cruento de la batalla, Diana descubrió que todo ese tiempo se había contenido y su poder de semidiosa se desencadenó. Y lo barrió todo a su paso, mostrando al mundo de todo lo que era capaz.

¡Nadie daba crédito! ¡Una nueva superheroína! Se hablaba de ella en las noticias, en las redes, en cada café y en cada blog:

  • Con ese corpiño se le ven las lorzas laterales.
  • ¿Dónde va con esas tetazas que no le caben en ese traje ridículo?
  • No sé ni cómo puede levantar el vuelo con el peso que debe tener, no lo entiendo.
  • Los palabra de honor no sientan bien con unos kilos de más: te realza un busto que ya, de por sí, es demasiado grande, y se te ven las chichas sobaqueras.
  • Esta chica no está sana. Tendría que dejar de comer tanta porquería y cuidarse más. ¿Qué imagen le va a dar a nuestros hijos? Eso es promoción de la obesidad y la vida poco saludable.
  • Por un módico precio me ofrezco a hacerle de entrenador personal y con mi dieta milagrosa de batidos de aire mega détox perderá todo lo que le sobra.

Los medios ya la habían bautizado, había llegado su salvadora: ¡GORDER WOMAN!

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Y Diana se hizo suyo el nombre, lo lució con orgullo y siguió salvando el mundo de los males que lo acechan y de los gilipollas que lo pueblan. ¡Que pa eso es una Diosa, joder!

PD: Para los frikis, en esta historia que debía ser breve e ilustrativa, me he permitido el derecho de mezclar universos, cánon/no cánon, líneas temporales, peli, whatever. Ya me perdonaréis.

Ilustración de Andyn