Hello sweeties,

La última vez que hablamos, antes de mi viajecito ruso, dejamos a mi pobre novio X, surcando la web y las tiendas para encontrar el anillo ideal para su chica XL. Debo empezar explicando que soy una adicta al control y me aterraba la idea de dejar en manos de mi novio (que mezcla negro y marrón tan feliz), la elección de algo que iba a llevar por un largo, muy largo, tiempo. Así que hice la típica jugada de todos los cumpleaños, reyes y demás ocasiones: dejar claro lo que quería. Pero que muy claro. Mucho. Demasiado.

Cada vez que pasábamos por una joyería le indicaba machaconamente el tipo de anillo que me gustaba. Yo era como los carritos del Carrefour que siempre se van para la izquierda, pero con las joyerías. Pasaba por todas. Terminé siendo tan cansina que me acabó prohibiendo acercarme a más de 10 metros de una joyería. Si lo intentaba me decía “Aléjate Gollum, deja los anillos, que te voy a comprar el que yo quiera.” Y cuando me decía eso yo le ponía mirada de ojos pequeños (sí, sí, esa mirada que condensa el odio máximo, mediante el achinamiento ocular y la emisión de un ruido similar al del perro pulgoso enfadado).

Al final me fui calmando con el tema, ya que me dejó claro que no iba a haber anillo hasta que fuésemos a Rusia, así que cuando nos fuimos unos días de vacaciones al norte yo me fui la mar de tranquilita. Tras pasar unos días en casa de mi “Wendy Planner” que es asturiana (ya os hablaré con calma de ella) nos fuimos a Lugo, a la zona de la Playa de las Catedrales. El  problema de esa playa es que solo puedes andar por ella cuando está baja la marea, y llegamos dos horas antes de tiempo. Eso sí, a esa hora estaba ya hasta arriba de turistas.

Yo no le di mayor importancia, pero X que es hipertímido, ya con el anillo en el bolsillo, empezó a echar cuentas de la cantidad de gente que iba a  verle hincar la rodilla en el suelo, y le entraron los siete males. Y yo tan campante. De nada me enteré.

Como teníamos que matar un par de horas nos acercamos a la playa de los Castros, recomendados por una amiga de Lugo. Era una preciosidad de playa, pequeñita, recogida y totalmente desierta. Bajamos y estuvimos explorando un poquillo las cuevas cuando descubrí que en uno de los corredores de piedra, habían instalado unos baños públicos. Aquí es donde el glamour de la historia se va por la taza del váter, literalmente.

Mientras yo me acercaba al baño, X se dio cuenta que no iba a tener una oportunidad mejor el resto de las vacaciones, una playa desierta y preciosa, donde se ahorraría el mal trago de tener a cientos de personas mirando cómo se declaraba.

Mientras yo, metida en uno de los baños, estaba entretenida en cuestiones menos románticas, cuando escuché ruidos en el baño de al lado. Sabiendo que éramos los únicos en la playa comencé a entrar en pánico porque había dejado a X lejos y no podía ser él. Me abroché el pantalón a toda pastilla y abrí cuidadosamente la puerta mientras oía sonar la cisterna en el baño de al lado, con un hilo de voz comencé a llamar a X que asomó la cabeza a lo lejos y le empecé a hacer gestos señalando el baño de al lado con cara de “ahí está el psicópata que nos va a matar”. Entonces se abrió la puerta y salió una señora de cincuenta y pico años (igual de asustada que yo) que se fue a toda pastilla por el lado contrario del corredor que por lo visto conectaba con la playa de al lado. Mátame camión.

Mientras me acercaba a X, que me gritó para que fuese a ver “una cueva muy bonita” comencé a contarle toda la historia del psicópata y la señora. Yo cuando hablo pierdo el sentido y ni veo ni oigo ni ná. Por eso tardé como dos minutos en ver que, al lado de un sonriente X, sobre una roca se encontraba una preciosa cajita cerrada. Una cajita que cuando ves, tienes claro qué lleva dentro.

Al verla comencé a llorar. Lloré y lloré. Lloré cuando X hinco rodilla en el suelo, lloré cuando abrió la cajita y me enseñó el anillo de mis sueños, lloré cuando me dijo “¿te quieres casar conmigo?”. Lloré asintiendo, y lloré, más que nunca cuando me puso el anillo y me quedaba perfecto.

Su esfuerzo por sorprenderme, y por encontrar el anillo perfecto y que mis superdedos no lo fastidiaran, fue lo que me convenció, más aún, de que X era el chico adecuado. Y se lo demostré llorando y llorando hasta que le dio la risa y me besó.

Quizá no fue como me lo imaginaba (yo imaginaba ir más mona, no con los vaqueros rotos y el pelo revuelto) pero fue perfecto porque fue absurdo, intenso e íntimo. La cenicienta invertida había logrado encontrar su zapatito, pero más importante aún, había conseguido al mejor de los príncipes.

-S-

P.D. Ahora espero vuestra experiencia ¿Os gustaría una pedida o lo veis muy moñas? ¿Dónde o cómo os gustaría que fuese? También me encantaría conocer cómo fue la pedida de todas las casadas.

P.D.2 Si queréis ver fotos del viaje a Rusia, del anillo y de otras estupideces varias, mi IG y twitter es @migranbodagorda y en Facebook Doña S de Sabrosa