El día 26 de febrero de este año, al borde de cumplir los 35, mi chico, X, me acompañaba al hospital tras una semana soportando una migraña más fuerte que el tono de voz de Belén Esteban. Llovía y yo parecía Paris Hilton (o idiota, podéis elegir)  con las gafas de sol puestas en un día casi sin luz. Mientras íbamos para el hospital, X, que de normal habla poquísimo, comenzó a parlotear sobre formalizar lo nuestro en 2017 pero sin descender al detalle. Le pregunté que si con eso se estaba refiriendo a casarnos, y que aquel momento, conmigo hecha polvo con el pelo revuelto y las gafas de sol tatuadas en la cara, no era el idóneo para hacer proposiciones. Ahora os lo describo muy digno, pero en el momento creo que mi frase exacta fue: » A mi esta mierda no, eh, yo quiero rodilla, anillo y todo lo demás».

Así mejor, chato
Así mejor, chato

A cualquiera que me conozca “momento anillo” en mí le sorprendería. Soy una feminista convencida, una persona de talante sexual muy aperturista, de ideas progresistas, y de poco convencionalismo. El Let it be de los Beatles, el vive y dejar vivir, es mi lema. Mientras la gente consienta, que cada uno viva como quiera. Detesto la intolerancia, lo rancio y la caspa que a veces impregna este país. Por eso los que me rodean no son capaces de comprender por qué me hace ilusión que mi novio hinque la rodilla en el suelo y me ofrezca un anillo, si llevamos más de un año viviendo juntos.

Cuando mis amigas me preguntaron por qué quería un bodorrio con vestido de merengue, 100 invitados y baile nupcial, tuve que pararme a pensar la respuesta. Realmente era cierto, aquello no iba para nada conmigo, ¿o sí?

Entonces tras pasar un rato pensándolo, entendí la causa, y como dirían en las webs de coña la respuesta te dejará sin habla.

La razón era la siguiente: me lo debía a mí misma. A mi yo gordita. Para demostrarme la falsedad de la frase que me ha acompañado toda mi vida como un mantra: Deja de comer, que gorda no te va a querer nadie.

La  frase. LA frase. La he oído de todas las maneras, enunciada con mayor o menos sutileza, pero la idea era clara, si estás gorda no tendrás pareja, estarás siempre sola. Por primera vez la oí de niña saliendo de forma directa y sin tapujos de boca de mi familia: padres, tíos, abuelos. Todos.

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La misma frase pero mucho más edulcorada provenía después de amigas bienintencionadas. Todas pequeñitas, todas flacas. Hasta hace menos de 5 años apenas he tenido amigas gorditas como yo, con las que hablar sobre lo incómodo que es que te rocen los muslos en verano o sobre el miedo a que alguien se sentase a tu lado en el autobús por no caber. Mis amigas normalmente no llegaban ni al 1,50 de altura ni a los 60 kilos. Siempre he dicho que me sentía una Nancy en un mundo de barriguitas y Pin y Pones.

Por último la frase provenía de extraños que se sentían con derecho a juzgarte ya fueran borrachos de sábado por la noche que te insultaban cuando volvías a casa, viejas amargadas que te asaltaban en el pueblo, vecinas cotillas que te enganchaban en el ascensor o dependientas odiosas que te decían que en su tienda no tenían nada para tí (sobre Zara escribiré un día largo y tendido).

Se perfectamente lo mucho, muchísimo que quiero a mi novio, no necesito una fiesta que valga miles de euros para acreditarlo, pero lo que sí necesito es una pequeña victoria en un mundo que no te da un respiro si no cumples los cánones estéticos. Mostrar que, a pesar de tener un culo del tamaño de la Maestranza, he logrado que un tipo maravilloso quiera pasar el resto de su vida a mi lado.

Esta es mi forma de hacer un corte de mangas a la sociedad, demostrando que puedo casarme igual que las flacas, con vestido, anillo y mega viaje de novios. Un corte de mangas, al mundo hecho de manga francesa y tul.

60 semanas por delante.  ¡Resistiré!

-S-