Mido 1,57 m. Sólo 3 centímetros me separan de la media española y, para mucha gente, esto no es ser tan bajita. Pero para los altos es casi como ser un pitufo. Un gnomo de los bosques. Un pequeño hobbit. Un llaverito. De bolsillo. Desde luego, creatividad no les falta.

Ahora mismo no tengo ningún problema ni complejo por mi altura, pero los he tenido. ¡Vaya que si los he tenido! En el colegio, ser diferente (por exceso o por defecto) era motivo de burla. A algunos los insultaban por gordos, a otros por llevar gafas y yo era la enana.

¿Hobbit yo?
¿Hobbit yo?

El complejo se agrava cuando tu propia madre te lleva al endocrino porque “la niña es bajita”. Percentiles y radiografías de muñeca que dicen que vas un año por detrás de tu edad y que no llegarás al ansiado metro sesenta. Aún así, me mandaban pastillas de vitaminas que (teóricamente) daban hambre, a ver si así comía más y mejor (no sé por qué milagro esperaban que comiese verdura entonces) y llegaba a una altura aceptable para mi edad, aunque después me fuese a quedar bajita igual.

No lo conseguimos y seguí creciendo al mismo ritmo. Mis amigas iba pegando el estirón (aunque algunas se frenaran justo después por reglas tempranas) y yo me preguntaba cuándo llegaría. Sabía que no iba a tener nunca una altura media, pero me hacía ilusión saber cómo era eso de crecer un montón de golpe. No llegó. Yo crecía a mi ritmo, lento pero seguro.

Con la pubertad, llegaron otros complejos y mi altura pasó a un segundo plano. Nunca faltaba el imbécil que te palmeaba la cabeza en la cola de una discoteca, el que te preguntaba si a ti “no te daban dos” (maldigo todos los anuncios de jugadores de baloncesto anunciando Petit Suisse) o el que se apoyaba en ti para hacer la “gracia”. Pero aprendí que el problema lo tenían ellos, que eran gilipollas, y eso tiene peor solución.

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He aprendido a ver la parte positiva. No me golpeo al pasar por sitios bajos, la ropa puede acortarse pero no alargarse, si no llegas puedes subirte a una banqueta o, aún mejor, QUE LO HAGA OTRO POR TI. Y hacer cobras es muy fácil porque los ves venir de lejos.

Eso sí, no soporto eso de “bajitas con bajitos”. Para empezar, porque viene de la tontería  de que, por estética, el chico tiene que ser más alto que la chica. Conozco a chicas altas dispuestas a perderse a personas maravillosas porque “con ellos no pueden ponerse tacones” y claro, los bajitos para las bajitas. Pues mi chico mide unos 30 cm más que yo y, aunque estemos “descompensados”, a mí me encanta. Además de alto es grande y, cuando me abraza, me tapa entera. Y aprovechamos cualquier bordillo, escalón, escalera o desnivel para darnos un beso. ¡Y eso no lo pueden hacer las parejas simétricas!

Sandra Llopis