Agosto, mes de viajes y traslados por excelencia. Aunque sólo te vayas un par de días al pueblo, acabas cargando con media casa: eso es así. Empiezas con una bolsa pequeña porque total, sólo son dos días y vas añadiendo progresivamente una segunda, una tercera para los zapatos, el neceser… Vamos, que sería mucho más cómodo coger directamente la maleta grande.

 

Sin embargo, por mucha capacidad que tenga y mucho que metas dentro, siempre habrá algo que se olvide y un sinfín de cosas que sobran. Porque claro, antes del día en cuestión, preparas la lista de lo necesario. Empezamos con lo imprescindible pero a medida que se alarga la lista, se van colando elementos cada vez más prescindibles. Los más prácticos –que son esos que luego te piden a ti lo que ellos no llevan– simplifican: total, como nunca vas a acertar, confórmate con cubrir las necesidades más perentorias.

Ya está claro: hago una lista con lo que necesito y solo meto en la maleta lo imprescindible. Vale, perfecto, parece fácil. Pones la maleta encima de la cama, comienzas a colocar lo imprescindible y entonces siempre pasa lo mismo: justo en ese momento, sin tiempo para reflexionar, piensas «Esto también por si acaso…». Y ahí, en ese «por si acaso» estás muerto: la lista de básicos se multiplica hasta el infinito.

Aunque el destino sea una playa del Caribe, nuestro yo precavido nos obliga a última hora a meter un suéter de lana por si refresca. Por el contrario, si tenemos billetes para Groenlandia terminamos por hacerle hueco al bañador, las toallas y las chanclas: «No vaya a ser que haga buen tiempo y me apetezca pegarme un chapuzón», se nos ocurre cuando ya es casi hora de salir de casa.

 

 

A cambio, para aliviar nuestra conciencia, sacamos algo de la maleta. ¿Qué quito? Pues los medicamentos porque estando de vacaciones, estaré feliz, relajada y seguro que no me hacen falta. Error: justo ese viaje te pican todos los mosquitos de la zona, te pega un tirón en la pierna y no puedes ni moverla, te baja la regla y el dolor de cabeza no cesa. ¿Busco una farmacia? Sí, claro… igual en el Caribe no nos pillan muy a mano.

Capítulo aparte merecen nuestros aparatitos: no viajo sin mi móvil… ni sin mi cámara ni mi tablet ni el portátil ni la consola… porque ya hemos dicho que no tenemos problema de espacio. Y el innumerable amasijo de cargadores y cables que llevan consigo.

Estos extras que al final no utilizamos parece que duplican su volumen cuando toca hacer la maleta de vuelta. Porque hay una ley que bien podría haber escrito Murphy que dice que si diez elementos caben holgadamente en una maleta, a la hora de rehacer esa maleta, esos diez elementos ¡ya no caben!

Súmale a ese misterio terrorífico el bajón por la vuelta a casa y el fin de las vacaciones… Dame veneno que quiero morir, dame veneno…

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