A todas y cada una nos ha pasado: da igual que haya sido en el metro, a la salida del trabajo o mientras vuelves a casa, algún hijo de puta se ha cruzado en tu camino y te ha dicho algo que te ha hecho agachar la cabeza y callarte.

Hace una semana, mientras iba de camino a casa, un tío intentó cogerme del brazo y me preguntó si tenía Facebook entre risitas con sus dos amigos. Iban borrachos. Lo primero que pensé al verlos venir fue que debía alejarme de su camino, pero cuando me quise dar cuenta ya era tarde: estaba metida en otra de esas situaciones de mierda. Sin embargo, esta vez no mire hacia el infinito ni pasé como si no hubiera oído nada, no.

¿Sabéis lo que hice? Le insulté. Le grité en medio de una de las calles más pijas de Madrid. Le dije que aunque lo tuviera (Facebook) no se lo daría. Que era un cerdo y que bien podría ser su hija. Que intentara tocar a su madre.

Lo primero que pensé, tras esto, es que me sentía orgullosa… ¿Sabéis que el resto de la gente pasó de largo y ni si quiera me miraron cuando lo escucharon? ¿Qué hubiera pasado si en vez de decirme una tontería, hubiera pasado algo? ¿Habrían reaccionado?

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Después de este hecho me fijé en tres cosas: (1) el imbécil acabó agachando la cabeza y yéndose rápido. (2) Gritar lo que otras veces he repetido para mí, me hizo sentir bien. (3) A nadie le llama la atención un hecho así, nos hemos acostumbrado.

Llegados a este punto os pido que gritéis: basta ya de sentir vergüenza por andar por la calle, por llevar una falda o lo que nos de la gana. Basta ya de que se sientan con el poder de increpar a quien les salga en gana cuando ellos quieran, de permitir que el resto de la pandilla se ría o incluso de sentir vergüenza ante una situación similar.

Gritad. Porque solo haciéndoles pasar a ellos vergüenza podremos sentirnos más fuertes. Podremos indicar que eso no es normal y evitar que otras pasen por lo mismo. Podremos demostrar que nos molesta y que no tienen el derecho a hacerlo. Que debe terminar. Tenemos que hacer que sean ellos los que se avergüencen y que sea a ellos a los que la sociedad rechace y discrimine.

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Basta ya de justificar «es que ibas provocando»; «vamos, solo es un piropo»; mujer, no seas tan seria/borde». Es suficiente. Hasta que no consigamos poder andar por la calle sin parecer un producto de pescadería, no podremos sentirnos como iguales. Así que gritad siempre que algo os moleste. Siempre que un tío te diga algo con lo que te sientas incómoda o te mire demasiado. Ya hemos pasado vergüenza suficiente, es hora de que la vergüenza la pasen ellos.

Miryam Artigas

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