Yo no sé si os pasa a todas o sólo a mis amigas y a mí, que estamos un poco trastornadas, pero hay algunos zapatos con los que tenemos una relación así como un poco tóxica, bueno un poco no, toxicómana perdida vaya.

Porque existe un tipo de zapatos que son preciosos, que los adoras, que cuando los ves en las estanterías de tu vestidor te sacan una sonrisa pero, ay amiga cuando te los pones. Muerte, destrucción, sufrimiento puro y ganas de morir a los cinco minutos de meter tus pies dentro de ellos.

Pero ¿tú los tiras? ¡Pues claro que no!, ¿cómo te vas a desprender de algo tan bello aunque te haga tanto daño? Relación tóxica nivel 10000000.

Yo por ejemplo por culpa de Sexo en Nueva York hice una hucha durante un año para comprarme unos Manolo Blahnick. Como en Barcelona no había tienda por aquel entonces me tuve que ir en puente aéreo hasta Madrid, comprarme  los puñeteros zapatos y llevármelos puestos porque claro yo no podía esperar a que mis pies estuvieran dentro de ellos. Pero… (cuando hay un pero ya se sabe que la cosa va a empezar a ponerse fea pero muy fea).

A los cinco minutos de andar, yo ya me di cuenta de que yo los amaba a ellos pero ellos a mí me habían cogido manía. Y allí estaba yo, andando por la calle Serrano, oyendo la música de Sexo en Nueva York en mi cerebro y en vez de andar glamourosa, pues pareciendo un pato del dolor de pies de los puñeteros Manolos. Que si fuera ahora hubiera pensado: «No soy Carrie, soy Paquita Salas». Pero claro como no existía aún, pues no había consuelo alguno.

Total que volví a coger mi avión hacia Barcelona con mi bolsa y mi caja maravillosa pero con unas ganas de tirar los puñeteros zapatos por la ventana del avión y verlos volar por las nubes. ¡Qué estafa tan grande!, Carrie andaba de maravilla, la hija de p..  corría  y todo por las calles mal asfaltadas de New York con ellos y yo ni cinco minutos por Serrano.

Total que ellos siguen aquí conmigo, han superado tres mudanzas, y jamás los tiro, de hecho cuando los miro aun sonrío, y no sé por qué, son odiosos y traicioneros, pero son tan bonitos.

A tomar por saco los Manolos.

Pero aun sabiendo eso pues luego vas y te compras unos Jimmy Choo y te pasa lo mismo, porque tú cuando te los pruebas ya ves que tu relación con ellos no va  a ser fácil pero piensas como cuando eres joven que conoces un tío y dices: «Ya lo amoldaré a mí». ¡Los cojones! eso no se amolda en la vida querida, pues los zapatos tampoco. Así que ya tienes dos en el vestidor y además los pones juntos para ver su maldad más grande. Y sigues sonriendo cuando los ves. Es un amor odio que no se puede explicar si no eres fan de los zapatos. Y claro pues  no los tiras jamás, primero porque te han costado un riñón y una hucha que parecía que no se llenaba nunca y segundo porque los amas.

 

Y de vez en cuando te los vuelves a poner con la esperanza absurda de que ellos hayan cambiado o tus pies se hayan hecho a su forma,  y te vas a de cena con ellos, y del coche al restaurante vas bien pero cuando ves el restaurante cerca rezas al señor y a todos los santos porque haya aparcamiento en la puerta porque sabes que como aparques a dos manzanas no llegas ni en tres años andando como Chiquito de la calzada.

Y al final de la noche con los pies llenos de rozaduras, vuelves a casa y los vuelves a dejar en su lugar presidencial del vestidor y vuelves a sonreír, porque eres así de gilipollas, y porque no puedes odiarlos.

Así es que nada, ahora estoy ahorrando para comprarme unos Louboutin, y claro pues ¿alguien en el mundo cree que van a ser cómodos?

Pues yo. Que mi cabeza me dice: «A ver, que estos van a ser los peores que tienes».  Y yo: «¿Pero  y lo bien que van a quedar al lado de los otros dos?».