Quien dice ansiedad social (autodiagnosticada, God bless google) dice “soy incapaz de controlar mis nervios en situaciones sociales». En ese pack podéis incluir desde lo más rutinario (¿Pedir la cuenta en un restaurante? No gracias. Prefiero estar allí sentada hasta que la muerte venga a por mí) a circunstancias un poquito más especiales como una primera cita con tu crush o conocer a tu ídolo. La cosa es que sabiendo que te vas a poner nerviosa (ya nos conocemos) intentas parecer “normal”, te colapsas y el resultado habitual es que acabas quedando como una lunática.

Estas son solo algunas de las idioteces que hago cuando me pega fuerte la ansiedad social (o como queráis llamarlo, que no soy psiquiatra). Decidme, por favor que no soy la única y así por lo menos la próxima vez  (ya lo doy por perdido) sabré que no estoy sola.

 

Sufrir Diarrea verbal

Con eso de no querer parecer tímida te obligas a hablar y…y…una vez que empiezas no paras. Vamos que eso de “no callarse ni debajo del agua” podría ser literal. Hablas y hablas sin decir nada y a una velocidad que hace que los estribillos de las canciones más movidas de Shakira parezcan nanas. Hablas del tiempo, de la de gente que hay en el centro Madrid los fines de semana, de la última etapa pictórica de Picasso, de que dicen por ahí en internet que van a hacer una peli nueva de avatar, pero que tampoco estás segura porque a ti ni fu ni fa…la cosa es que aunque quieras, aunque seas consciente de que te estás pasando de plasta y aunque hasta a ti te de igual lo que estás diciendo…NO PUEDES PARAR.

Yo a mi misma

 

O de Mutismo

No sabría deciros que es peor, si esa sensación de querer callarte y no poder echar el freno o cuando intentas entablar conversación y…no….vaya…parece que se te ha olvidado cómo usar el castellano. Esos tensos momentos de silencio en los que todo el mundo te mira y tú te imaginas que estarán pensando “Esta chica es tonta”  mientras intentas decir algo (porque sí, esto suele pasar cuando SI tenías algo que decir) pero no te sale la voz. POR QUÉEEEEEEEEE.

 

Ser torpe no, lo siguiente tampoco, lo del pueblo de más allá de Mordor. Pues así de torpe.

Y si de por sí eres una torpe no quiero ni contarte. Ironías de la vida, se ve que sentirte más consciente de ti misma y de todo lo que haces te vuelve más disfuncional: tiras y rompes cosas, tropiezas contigo y con los demás… Vamos, que eres un peligro. Un par de consejitos: evitar situaros cerca de bebidas calientes y/o objetos valiosos; no lleveis zapatos muy pesados o con un tacón muy fino; si es posible EVITAD MOVEROS A TODA COSTA.

 

 

Hacer cosas que no quieres.

A estas alturas del post queda claro: estás volando sin piloto, nena. Se ve que con esto de  estar pendiente cada mínima interpretación posible de todo lo que haces uno se vuelve más sugestionable. Por lo menos en mi caso. Te ofrezcan lo que te ofrezcan la respuesta programada es sí. ¿Quieres un chicle?, ¿nos sentamos?, ¿estás en la cola?, ¿cómo te llamas?, ¿qué hora es?, ¿qué opinas de la posición económica de Gran Bretaña a nivel internacional después del Brexit? SI A TODO. Aquí hay dos opciones, o quedas como una lerda o acabas mascando un chicle de menta cuando odias la menta o saliendo de fiesta cuando lo que querías era irte a tu casa a sacarle partido a su suscripción de Netflix, pero ¿QUÉ HACES, TÍA? Ni que fueses un elfo doméstico. ¡Reacccccciona!

 

 

Olvidar nombres.

Vamos a ver si os suena esta situación. “Hola, soy *insertesonidosinsentidoquetucerebronoprocesaaquí*, ¿y tú?”.

Intentar huir.

No sería ni la primera ni la última vez que me siento tentada de dar media vuelta al ver a la gente con la que he quedado en la puerta de un restaurante o en la boca del metro (que da lo mismo que les conozcas de quedar dos veces o que os conozcáis desde de primaria), ni tampoco sería nada nuevo tener que salir de una fiesta a coger aire y fuerzas o directamente encerrarte quince minutos en el baño para mentalizarte de que tienes que volver a salir ahí fuera (el baño en las fiestas y eventos sociales, ese gran aliado de introvertidos y timidos. Eso sí, que no se te olvide tirar de la cadena antes de salir para disimular. Mejor que piensen que has hecho un 2 a que sepan que te da vergüenza estar en la amista habitación que un montón de desconocidos OH DÍOS MÍO SOCORRO).

Venga, hasta luego.

 

Ser rarita

Así en general, pero no porque seas una rara de la vida (que ahí pues puedes amarte y ser cool, sabes, rarita pero guay, no rarita peroquehagoconmividasomeonehelpme), sino porque se te sobrecarga el cerebro y acabas olvidando los pocos protocolos sociales que te sabías.

 

 

Manda narices que mi fobia a llamar la atención y a hacer el ridículo acaben provocando que meta la pata cada vez que estoy en público. Estupendo. Maravilloso. Un aplauso para mi instinto de supervivencia. BRAVO.

Claro que, a veces me pregunto que fue antes, si el miedo o el ridículo.