Hace unos días, se publicó un estudio muy interesante en la afamada revista Science, que dice que las niñas de seis años ya tienen tan interiorizados los estereotipos de género que creen que eso de ser «brillantes» es solo cosa de hombres. Ni que decir tiene que esto nos hace llorar fuertecito porque, entre otras cosas, demuestra que aún queda mucho trabajo por hacer.

No voy a entrar a explicar en profundidad en qué consiste el estudio, ni qué pruebas realizaron para llegar a esas conclusiones, porque, aunque esté en inglés, podéis leerlo directamente en la revista (además de que varios medios españoles como vozpópuli se han hecho eco de él y lo explican muy bien). Prefiero invitaros a  la reflexión porque parece ser que, por mucho que nos esforcemos, algo seguimos haciendo mal. Y es que los estereotipos de género son, al fin y al cabo, un reflejo de la sociedad.

Ahora que este estudio (como muchos otros) dota de base científica una realidad que (casi) todas suponíamos y, teniendo en cuenta que la primera sociabilización humana se realiza mediante la imitación de roles, no nos queda más remedio que revisar todos esos comportamientos que, sin apenas darnos cuenta, repetimos una y otra vez delante de los más pequeños. No se trata exclusivamente de culpar a los mensajes externos que recibe la infancia, que también. Esto va más allá de una princesa Disney, el proceso de interiorización de los roles de género depende de muchas «sutilezas» cotidianas. Pongamos un ejemplo muy simple: un «mamá siempre tarda mucho en arreglarse», genera un imaginario concreto que se fija en la psique de las más pequeñas, transmitiendo la idea de que «si quieres parecerte a mamá tienes que arreglarte mucho».

Tenemos que tener especial cuidado en estos primeros años para poder ofrecer una educación y unos valores lo más paritarios posible. Alguna cosa se nos escapará (es imposible tener controlados siglos de patriarcado), pero es muy importante buscar referentes femeninos (que los hay, aunque ninguneados por la historia) y reivindicarlos de una forma pedagógica para ir  moldeando una sociedad más justa. No se les puede privar a las niñas de sentirse representadas por distintos tipos de mujer, no podemos excluirlas de sentirse merecedoras de lo que sea. Lo ideal sería potenciar los elementos que convierten en único a cada individuo, al margen de los genitales con los que hayan nacido, pero al partir de una situación desigual, estas acciones positivas se hacen muy necesarias.

Las niñas y los niños deberían poder construir su identidad liberados de toda carga sexista. Pero, como el mundo es así y no nos lo hemos inventado nosotras, lo único que podemos hacer (además de nuestra propia lucha diaria) es intentar no reproducir estos estereotipos en el ámbito privado. Se trata en realidad de estar en constante revisión y hacernos responsables de la parte que nos toca y de todas las pequeñas cosas que tenemos que cambiar si queremos que nuestras niñas se empoderen y sean lo más libres posible