Lo hacemos cada día, así que no es extraño. Nos levantamos, nos preparamos el café en la máquina, calentamos la leche, sacamos el zumo y lo ponemos en un vaso, mezclamos leche con cereales o bien tostamos pan y lo untamos con mermelada. Ese proceso de preparación bien lleva un rato, así que… ¿a que cuando lo tenemos todo dispuesto y delicioso en la mesa… nos sentamos a comerlo? Claro, ¡impensable no hacerlo! No te has matado todo ese rato para preparar algo que luego no te vas a comer… Pues, amigos. En el mundo de las relaciones debería de ser así. Si calientas a alguien lo mínimo que deberías hacer después… es comértelo.

No calientes nada que no te vayas a comer, nene.

Yo estuve unos meses en un trabajo en cuya pantalla tuve un post-it pegado con esa frase. Mi compañera en su día tuvo a bien escribir y pegar la nota para que no se me olvidara un mensaje tan importante en un posible flirteo de oficina. Lo damos por hecho, pero se nos olvida que existen especímenes que calientan el plato para luego no comerlo.

Y claro, tú eres el plato. Como tal, pues imagínate en la tesitura. Sales del microondas humeando. Calentita, burbujeando, llena de excitación, esperando a que un tenedor venga y te clave bien el tridente y se te lleve a la boca. Pero pasa el rato y nada sucede. Los segundos se traducen en ansiedad y comienzas a notar que se enfrían los bordes. Poco a poco lo esponjoso se transforma en acartonado y, cuando te quieres dar cuenta, te enfrentas a la cruda realidad de que te han calentado para no comerte y tienes ganas de tirarte al cubo de la basura, que es al fin y al cabo donde ha pensado que perteneces el dueño del tenedor.

¿Os habéis sentido alguna vez de este modo? Universal, donde lo haya. ¿Incomprensible? Cuando nos lo hacen. Llevas tiempo tonteando con un tío a nivel fuerte, las coñas cada vez van a más, lo que antes eran sutilezas ahora son dardos candentes que piensas que se acabaran transformando en empotramientos contra la pared. No puedes esperar el siguiente encuentro, aguantas los ratos intermedios con ese crecimiento porque sabes que, eventualmente, ese calentamiento ha de culminar. Sin embargo… repetidamente ves que el tío llega lo más cerca que le está permitido y luego, pies-para-qué-os-quiero. ¿Qué coño está pasando?

El pela-gambas.

Te sientes como en esas cenas de navidad, cuando tu familia te pone a pelar gambas porque no te gusta el marisco, y algo has de hacer para entretenerte hasta que llegue el segundo plato. Estás pelando comida… que se va a comer otro.

Porque alguien que calienta el plato y luego no se lo come no es porque le guste pasar hambre, es porque tiene comida esperándole en otra mesa, y se contenta con buscar manjar apetecible y hacer creer al manjar que puede ser elegido. Similar a cuando te alimentas con los ojos pero luego nada llega a tu estómago delante de la vitrina de una pastelería.

emma stone

¿Qué hacer en estos casos? Respirar, recoger la dignidad, tirar las partes podridas y volver a la nevera. Esperar a que el siguiente comensal realmente se merezca la comida y no vaya solo a jugar con ella y dejarla en el plato. Eres de calidad como para ir regalándote, y más aún cuando los hay que no valoran la alta cocina.

¿Tú también lo has hecho? A todos nos ha gustado alguna vez tontear con la idea de un plato y al final no comérnoslo. El tonteo está bueno a niveles brownie con helado de vainilla derretido por encima… pero ese postre tiene un precio. Tal vez, la próxima vez que estéis siendo vosotros “el microondas”, deberíais pensar en la pobre persona que se va a quedar con las ganas de que le hinquen el diente. No hagas aquello que no te gustaría que te hicieran a ti.

Si pasas el trabajo de pelar pistachos, al menos, cómetelos.