Recientemente leí la noticia de que Galicia era la segunda comunidad autónoma con menos alcaldesas de España. Sólo un 10% frente al 20% nacional. Ridícula es el segundo porcentaje en un país moderno como suponemos que es España con un número importante de universitarias mujeres en sus aulas. Pero más me llamó la atención, que en una sociedad matriarcal como es la gallega, que  el bastón de mando de los municipios no lo lleve en mayor porcentaje, una mujer.

Constante en nuestro ámbito fue la emigración o la faena en alta mar del hombre durante meses e incluso años, quedando las mujeres a cargo de la casa, la finca y los hijos. Encargadas de gestionar e invertir el patrimonio ganado por el varón en el extranjero con el fin de hacer prosperar a su familia. En la mía, familia del Ribeiro con viñas a su cargo, la voz de la mujer era la que ponía inicio y final a las tareas del campo. Comentándolo en su día con compañeras de universidad navarras o castellanas, contaban que sus abuelas estaban relegadas a la casa y su participación en la vida exterior de la economía familiar no eran tan habitual. Me acuerdo del orgullo que sentí por la fuerza y entrega de las mujeres que eran como yo, gallegas. De la importancia de su palabra. Y me niego a creer que en las decisiones políticas de la Galicia moderna y futura que quiero para mis hijos no esté presente la tradición femenina del rural.

La sumisión que siempre se le ha atribuido al pueblo gallego parece que le afecta más de lo que creía a las mujeres que lo componen. Si el sufragio pasivo es universal, deberíamos ser elegidas en la misma proporción que los hombres.  Me desconcierta, cuando mucha iniciativa empresarial del rural se visibiliza en mujeres de pueblo que siguiendo la tradición de lucha y entrega de sus madres, se embarcaron en un proyecto económico cuando el paro y la pobreza de su familia tocaron a su puerta. No tuvieron miedo. Tomaron decisiones y acertaron.

Si continuamos educando a las niñas con madera de líder en que “no es femenino”, en el «no seas mandona” y en el “no seas rebelde”, tendremos mujeres gallegas sumisas que no se presenten a las alcaldías.  Por qué no enseñarle a las niñas la tradición de mando heredada de sus ancestras y que la hagan efectiva en la vida pública, en la toma real de decisiones.  La vida pública es la lanzadera perfecta para que carguen contra nosotras dardos a través de nuestra vestimenta, peinado o kilos de más. ¿Acaso a los políticos varones se les juzga en los ayuntamientos por lo acicalados que vayan? A nosotras se nos premia desde niñas si somos buenas, dulces o sumisas. El carisma no es algo propio de los hombres. En ellos es una gran virtud que los lleva al estrellato de su carrera política. A nosotras se nos recuerda que llevar la voz cantante es de “mandonas”=negativo.

Aquí, en Galicia, donde en  la cima de la pirámide familiar está  una mujer, no somos capaces de quitarnos el sanbenito para trasladar a las nuevas generaciones de niñas el valor del liderazgo en las mujeres gallegas.

No es circunstancial que la palabra del año en gallego sea femenina. AFOUTEZA: (2º acepción) Seguridade que alguén ten en si mesmo, carácter firme”.

                                                                                      A.G. Moreira