Tengo una costumbre fea, feísima. Consiste básicamente en que soy incapaz de decir que no a salir a comer fuera de casa. Y, además, tiendo a rodearme de gente a la que ir de restaurante en restaurante le resulta de lo más divertido. Procuro controlarme, lo juro, pero en cuanto recibo una oferta para ir aquí o allí el monstruo foodie que llevo dentro se despierta y no hay cómo hacer que vuelva a relajarse.

El caso es que el domingo pasado, mientras me encontraba en pleno fregoteo de mi mansión de tres plantas (entiéndase la ironía), recibí un whatsapp de un amigo que me invitaba a comer a un local de Malasaña del que todo el mundo habla y en el que es prácticamente imposible sentarse sin reserva. Así pues, solté el mocho, me pinté el ojillo y salí hacia el Ochenta Grados.

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De camino en metro me pongo a cotillear en Internet y veo que el sitio en cuestión cuenta con valoraciones buenísimas, y las fotos que han ido colgando los visitantes me hacen intuir que iba a tener una comida más divertida que los macarrones que se habían quedado en la nevera de casa. Porque no, comer pasta un domingo no es mal plan pero lo que me esperaba tenía mejor pinta.

Llegamos, y nada más entrar ya se ve que el sitio mola. Pero mucho, mucho. Nos llevan hasta nuestra mesa, y nos cuentan que los platos que pidamos saldrán muy rápido de cocina y todos a la vez, así que lo recomendable es ir pidiendo por tandas para evitar que se quede frío. Así que, siguiendo estos consejos, pedimos cinco platos para compartir y un distinto de verano, su bebida insignia.

Pedimos los ñoquis con salsa de setas, el huevo trufado, el steak tartar, el salmorejo con helado de queso y la royal de foie. Cada cual estaba más bueno que el anterior, y lo mejor de todo es que no son tapas grasientas, si no que sales de allí con la sensación de haber comido variado, limpio y con muchísimo sabor. Si os quedáis con ganas de más, no dudéis en probar sus postres; nosotros nos entregamos a la leche con galletas y al blanco limón y fueron todo un acierto.

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El precio medio es de unos 20-25€ por persona, lo que resulta bastante ajustado teniendo en cuenta lo riquísimo que estaba todo, el buen ambiente del local y el servicio, que fue rápido y amable, dispuestos a hacer sugerencias y a explicarnos cualquier duda que pudiéramos tener. Un sitio cuqui que ya lleva algo más de un año abierto y que, de seguir así, continuará atrayendo a más y más fans en el futuro.

Cristina Carpintero