Perdón. Perdón a todas las mujeres con las que me crucé en el camino y traté mal. Perdón por sentir envidia de muchas y canalizarla a través de malas palabras, críticas o rechazo. Lo siento de corazón cuando hablaba por detrás del físico de alguna, mientras por dentro rezaba que nunca fuese yo la protagonista de esos comentarios. Perdón por anteponer cosas que no me importaban a mis compañeras. Perdón por llamar “puta” a aquella chica del instituto que disfrutaba de su cuerpo, por llamar “estrecha” a la que no quería tener relaciones. Perdón por no creeros, por juzgaros, por todo lo que he podido dañar por mi paso por la vida con la venda en los ojos.

Ahora es diferente. Ahora la venda ya no existe, ha desaparecido. Al principio cuesta ver qué hay alrededor, ves sombras y luces, estás desorientada y no sabes ni lo que tienes al lado. Pero encuentras una mano, una sonrisa cómplice, un abrazo que calienta. De repente ves una persona, que aparentemente no tiene nada que ver contigo pero que descubres que tiene tantas cosas en común que asusta. Parece que no nos parecemos en nada, que somos tan distintas, vivimos en lugares diferente, pensamos diferente e incluso soñamos con cosas diferentes, pero claro que hay algo en común; somos mujeres. De repente descubres que valemos mucho más juntas, que tenemos más fuerza, que el entendimiento tan grande de una persona desconocida es extraño, pero reconfortante. “Menos mal, no soy la única”, “No solo me pasa a mí”, “alguien más hizo/no hizo/evitó/provocó lo mismo que yo”, “a alguien más también le asusta eso mismo”. Son pensamientos que seguramente todas hemos tenido a lo largo de nuestra vida, pero hasta que algo no te hace un “click” en la cabeza no te das cuenta de ello.

Por eso, gracias a la que me escucha en los baños de la discoteca un sábado cuando todo se me derrumba y alguna se acerca a mí ofreciéndome un pañuelo. Como también gracias a la que presta su pintalabios o su sombra de ojos en ese mismo baño. Pero gracias también a la que me lanza una mirada de comprensión y de complicidad cuando ve que se está poniendo fea una discusión con un chico, o cuando me siguen por la calle y otras compañeras me ayudan, me dan seguridad, me cuidan. Gracias por las conversaciones sobre lo horrible y genial a la vez que es tener la regla, gracias por enseñarme que mi cuerpo es hermoso tal y como es, por descubrir que nosotras también hablamos de sexo sin tabúes, y cómo se necesitan esas conversaciones, por el apoyo incondicional durante todos estos años. Gracias por no ver en mí una competidora en ningún ámbito, sino una compañera. Porque eso es lo que somos; compañeras. La RAE (vale, igual no es la mejor institución para hablar de esto) define compañera como:

m. y f. Persona que se acompaña con otra para algún fin.

Y qué gran verdad, qué otro fin es tan importante, complicado, especial, maravilloso y terrorífico como es la vida. Por esto, y mucho más. Perdón y gracias, compañera.

Marta Pérez Souto