Quizás he generalizado demasiado. Puede que dos o tres veces en mi vida me llamasen gorda a la cara o desde la acera de enfrente, pero os prometo que las restantes (unas cuantas decenas, sin exagerar) han sido siempre desde un coche.

Me parece un fenómeno curioso y digno de estudio. ¿En qué momento un tío se sube a su automóvil y se siente lo suficientemente poderoso como para atacar a la peña desde dentro? Normalmente van acompañados de otros garrulos como él, así que el efecto es contagioso. Uno grita y te insulta y los demás le ríen la gracia como gorilas al compás. Pero a veces el idiota va solo, no tiene a nadie delante del que fardar e igualmente baja la ventanilla en el semáforo para gritarte ‘gordaaaaaaaaaaaa‘. A veces me dan ganas de responder: ‘¿Se siente ya usted mejor, caballero?’. Porque es tal la agresividad y el asco con el que te agreden que realmente parece quieren deshacerse de sus propios miedos y mierdas a través de de 5 letras: G-O-R-D-A.

El coche protege a estos cobardes como si de una armadura se tratase. Saben que las probabilidades de que respondas son bajas, pero si lo haces, siempre podrán pegar un acelerón y perderte de vista en un segundo sin tener que escuchar tu reprimenda. Son la cobardía personificada, la peor calaña de esta sociedad que se permite el lujo de agredirte sin que tengas margen ni para defenderte. Acomplejados llenos de rabia que vuelcan el odio que se tienen a si mismos en personas que caminan alegremente por la calle sin hacer daño a nadie.

Mírenme a los ojos, señores. Mírenme y atrévanse a decirme lo mismo que aúllan desde sus coches pero a la cara. Que la que se va a reír soy yo.

Fattie Bradshaw