Sábado noche. Cinco amigas de toda la vida se reúnen –es más fácil organizar la Tercera Guerra Mundial que quedar con mi grupo de coleguis–. Prefiesta en casa con botellas de Yllera de marca blanca, pizza cuatro quesos y la última temporada de Paquita Salas de fondo. Nos pintamos la cara con highlighter bien potente, eyeliners que parecen cuchillas de lo afilados que son y pintalabios rojos, burdeos y granate. No queremos ir sutiles, queremos parecer bolas de discoteca. Salimos despreocupadas y llegamos al primer garito, donde corren las cervezas. De ahí pasamos al siguiente, y del siguiente al siguiente. La noche se anima y acabamos en una discoteca para bailar como si no hubiera un mañana.

Un grupo de chicos empiezan a mirarnos y les devolvemos las miradas. Se acercan y comenzamos a hablar. Yo congenio con el morenito de ojos verdes y barba de tres días. Es guapo y gracioso, justo lo que le pido a un rollo de una noche. Tres chupitos de ron miel después e incontables cervezas, empieza el tonteo bestia. Me gusta ligar de fiesta, no lo voy a negar. Ese cosquilleo en el estómago previo al primer beso, las caricias por encima de la ropa, la intriga por saber cómo acabará la noche. Recuerdo que ese sábado me sentía especialmente optimista y mi plan era acabar en casa con ese chico. Imaginaos lo mucho que debió cagarla con una sola frase para que le pusiese la cruz y no quisiese saber nada más de él durante el resto de la noche.

Sin irme por las ramas, el desafortunado comentario –o afortunado para mí, porque me libre de un gilipollas– fue:

‘Si te digo la verdad tú eres la más atractiva de todas tus amigas. Les das mil vueltas.’

¿Eing?

A ver, tío random de la discoteca, mis amigas no son mi competencia. No tienes que compararme con ellas para ensalzar mi autoestima porque ya venía bien alta de casa. Ni quiero ser la más guapa de mi grupito ni quiero darles mil vueltas.

A lo mejor te pensaste que soltándome esa frasecita manida ibas a llevarme a la cama, pero sólo has hecho que se me cierre el chichi como una almeja en la playa. No me gusta que critiquen a mis chicas, porque son unas putas diosas y las adoro más de lo que podría adorar a cualquier rabo con patas. Sorry not sorry, eso es así.

Recuérdalo para futuras noches de desenfreno: comparar a las mujeres no es una forma de asegurarte un polvo, sino un truco infalible para demostrar que eres un señoro inmaduro con más polla que cerebro –por mínima que sea esta–.