No sé cómo llegamos a esto pero desde hace unos años, y de repente, que la cosa fue de un día para otro, TIENES que ser feliz. No hay opción, era una obligación. A ver, es verdad que la felicidad siempre ha sido una triquiñuela muy recurrente en publicidad y demás pero una cosa es ver un anuncio de BMW con un tío sacando la mano por la ventana y disfrutando de la brisilla preguntándose «¿Te gusta conducir?» que entrar en cualquier tienda, en cualquier web y hasta en el gimnasio y ser bombardeada sin piedad con mensajes de «hoy vas a ser feliz», «sonríe que te dé el sol en los dientes» y «la felicidad está a un paso del acantilado aquel que como no me dejéis en paz me tiro, ME TIRO».

Ser feliz se lleva. Y, en teoría, esto debería de ser lo mejor de lo mejor y tendríamos que estar todos estupendamente. Pero, joder, seamos realistas. Nadie es feliz. Ni tú, ni yo, ni tu instagramer favorita, ni Paula Echevarría con novio nuevo. Nadie es feliz, pero todos hemos caído en la trampa. No me voy a meter en el debate de si la felicidad existe o la hemos creado nosotros porque nos dan aquí las mil y yo solo tengo una hora para escribir esto antes de la merienda. Que yo no me salto una merienda.

Donde me quiero meter es en por qué se empeña todo el mundo en que seamos felices, y por qué, por más que lo intentemos, nunca lo somos. Bueno, responder a este segundo intríngulis que parece irresoluble es supersencillo: por más que te repitan que sonrías, que seas optimista, que huelas una flor y que cagues rosa, como eso no sea exactamente lo que tú quieras hacer y lo que de verdad te llena y solo lo estés haciendo porque lo has leído en una agenda chachipiruli… más que feliz lo que vas a ser es gilipollas. Pero disimulas, porque nadie quiere reconocer que es gilipollas. Prefiere decir que es feliz, aunque no lo sea. Ahí está la cosa, que si nos sentamos a pensar y lo analizamos fríamente, nadie se siente feliz, pero todos nos sentimos gilipollas. Normal. Estamos guiando nuestras vidas por lo que pone en una agenda. Qué coño esperabas.

Las expectativas, amigas, cómo son.  Y es que nos han engañado como a los niños con los Reyes Magos. Nos han hecho creer, primero, que la felicidad existe (que no me meto en este debate, coñe, pero yo pienso que la felicidad no existe, que es como la línea del horizonte, es un concepto válido socialmente, que significa algo, pero que realmente «no está ahí»), que podemos alcanzar la felicidad (como lo del horizonte: que no, chica, que no, que por más que remes no va a llegar), que depende únicamente de nosotros (pa que luego te sientas culpable pensando que si no eres feliz es culpa tuya o estás haciendo algo mal) y que está al alcance de cualquiera, y mira, casi lo peor de todo: que nos lo merecemos. Merecemos ser felices, coño, que somos gente de puta madre.

A lo mejor alguna se está preguntando que pa qué tanta chorrada  y tanto lío si al final lo de la felicidad era mentira. Pues como lo de los Reyes Magos: ¿le verdad? Que lo hacemos por los niños, para que tengan ilusión. ¿La verdadera verdad? Que te gastas mucho dinero para VER FELICES a tus hijos.  Mira por aquí ya empezamos a encajar cosas.

La felicidad está íntimamente ligada con el dinero. Aunque te hayan dicho muchas veces que el dinero no da la felicidad, jajajaja. La felicidad es un concepto que se usa, sobre todo, para vender. Y funciona de la hostia. Primero te hacen ver que no eres feliz y luego te venden mogollón de cosas que te van a sacar una sonrisa. Y algunos son tan listos que ya no necesitan ni venderte «cosas», que nosotras no somos nada materialistas.

Una escapadita romántica (vaya, los hoteles, el turismo en general, son gratis, y no son un negocio en auge para nada), un poquito de ejercicio cada día (los gimnasios y los batidos también son a cero euros), una tarde de relax con un masaje, que te lo has ganao (la señora del masaje tampoco cobra, lo hace por gusto, porque ella también es feliz), la agenda que te da mensajitos que te alegran el día (las regalan en Callao), la comida eco (porque cuidar de ti y de los que más quieres es la base de la felicidad, así te pueden vender los tomates dos euros más caros, que se note esa diferencia con la gente que no se cuida).

La felicidad es un negocio que ahora está funcionando porque después de tanto mensaje negativo que recibimos por todas partes y desde que empezó la crisis necesitamos aferrarnos a cualquier cosa que nos diga «no pasa nada, que las cosas también pueden ir bien». La felicidad es sacarte los cuartos sin que te des cuenta y fomentar tus frustraciones para que te entren ganas de quitarte el malestar soltando más pasta. Querer ser feliz es estar condenada a estar amargada todo el día, pensando en que no lo eres y creyendo que los demás sí. ¡Que aquí no es feliz ni el tato, mujer, convéncete!

Mira, yo te voy a contar una cosa: yo no quiero ser feliz. Yo solo quiero estar satisfecha. Que parece lo mismo, pero no es igual. Estar satisfecha es gratificante desde el primer momento. ¿Puede decir eso la felicidad? Pensar en lo que de verdad te gusta, hacerlo (porque tú quieres, no porque te lo dice una agenda o una instagramer), disfrutarlo, gastarte el sueldo porque te apetece, porque ir al cine te divierte y tomar unas cañas con tus amigos te da la vida. Pensar en el ahora, y no en el futuro, cuando serás feliz porque estás pagando un gimnasio que ya verás como sí, como un día te miras y dices «dios, soy superfeliz». Pasa TODOS LOS DÍAS.

Hoy por hoy, la felicidad es hacer aquello que los demás quieren que hagas, mientras que la satisfacción es pensar en ti mismo y en… eso, satisfacerte. Conocerte, averiguar lo que te gusta, hacer aquello que de verdad te relaja, comprarte el libro que te recomendó una amiga y no el que te recomienda la Fnac. Viajar a donde te dé la gana, y no a Formentera, que es donde la gente es feliz, vestir como te apetezca y pensar lo que te salga del coño. Cuando te conoces a ti misma y sabes lo que te hace sentir bien, preocuparte por la felicidad es totalmente innecesario.

Así que te propongo un propósito de verano: ¡manda a tomar por el culo la felicidad! Y grítalo si hace falta, díselo a tus amigos, a tu familia y a tus followers: ¡la felicidad me importa una mierda, la felicidad, pa vosotros, infelices! Pruébalo, y si te gusta, ole, y si no te gusta, ningún problema: ya habrás dado el primer pasito en busca de tu satisfacción personal, ya que has averiguado algo que te no te va. Ahora, sigue probando.