Creo que debería dejar claro desde el principio que odio las bodas y todos los paripés que las rodean, así que si queréis atacar este artículo ya os dejo en bandeja el argumento de «claro, es que como a ti no te gustan…». Pues no, señora, no me gustan las bodas. Pero dejad que me explique antes de que me crucifiquéis: soy fans del amor y de las muestras de amor, públicas y privadas. Lo que no soporto es esa boda más artificial que la cara de Belén Esteban. La boda del postureo, la boda de jajaja qué felices somos, jajaja cuánto estamos disfrutando, jajajaja a ver esos regalos, jajaja es el día más feliz de nuestras vidas. Y aunque muchas bodas nacen del amor y las ganas de dar un paso adelante en una relación, prácticamente el cien por cien acaban sumidas en el más absurdo postureo.

Hay varios elementos que nos ayudarían a distinguir una boda de «celebremos que nos queremos con nuestros amigos y familiares» de la boda postureo de «tenemos que dar la mejor fiesta del siglo para ser la mejor pareja de la historia». El lugar elegido, la decoración, el tamaño de los canapés… pero mi favorito, sin lugar a dudas, es el reportaje de fotos.

El reportaje de la boda es un plus que siempre ha estado presente y del que prácticamente ninguna pareja prescinde, y yo lo entiendo, porque para un día que te vistes como del siglo XIX, por lo menos que te lleves el recuerdo. Lo entiendo todavía más teniendo en cuenta la época en la que nos estamos moviendo, que hacemos fotos hasta de los calcetines que nos ponemos cada día… ¡cómo no vamos a hacer fotos de nuestra boda! Y ya que las hacemos, que nos las haga un profesional, que mi madre siempre mete el dedo en las fotos y a mi prima le salen siempre movidas.

El reportaje de fotografías de una boda solía componerse de una colección de ranciedades, a saber:

https://www.instagram.com/p/B1trCZZDMJQ/

https://www.instagram.com/p/_DNB0zOPMw/

https://www.instagram.com/p/BbO5KShgY7p/

Hasta hace no demasiado tiempo todos los reportajes de boda solían ser iguales. Y entre la crisis y que prácticamente todas las parejas que querían casarse tenían un cuñado que se había flipado con su nueva Nikon D-60 y podía copiar cada foto rancia para el recuerdo de la pareja, muchas tomaron la decisión de prescindir del fotógrafo profesional, ahorrarse unos euros y dejar al cuñado que se moviera a sus anchas por la boda.

Sin embargo, los fotógrafos de bodas tenían que seguir comiendo, así que decidieron apostar fuerte, tan fuerte, que algunos se pasaron de apuesta, en mi modesta opinión. Apostaron por la originalidad, cosa que podría sonar a total acierto pero que, viendo los reportajes de boda más modernos, suena a error totalmente.

El nuevo fotógrafo hambriento tenía que inventarse lo que fuera para rascar seiscientos euros a los novios, y sabía perfectamente qué tipo de parejas debía ser su presa: aquellas que deseaban una boda postureta. La picaresca del fotógrafo autónomo que tenía que pagar su cuota, trabajase o no, fue capaz de inventar conceptos nunca vistos que rompían por completo lo que se había hecho en una boda hasta ese momento y convertía a los recién casados en las parejas más guays del universo, y a sus modernas fotografías de boda en las que más likes aglutinaban en los muros de Facebook.

No obstante, ese primer cambio de lo rancio a lo moderno, a lo divertido, a lo diferente, sentó la mar de bien al reportaje de boda:

https://www.instagram.com/p/BBlREocPg2S/

https://www.instagram.com/p/BmJ0plFgNxy/

https://www.instagram.com/p/B0aemgBAF_d/

Lo malo fue que estas fotos «originales» cayeron enseguida en el saco de «lo de siempre» y el concepto de innovación se convirtió en una máxima a mejorar prácticamente de reportaje en reportaje. El fotógrafo estaba obligado a demostrar su valía para ser el elegido componiendo las imágenes más surrealistas, y los novios no iban a ser menos, no iban a ser menos que sus últimos amigos los que se casaron e hicieron un reportaje de bodas pintando graffitis en el vestido de la novia. Y aquí es, queridos lectores, cuando llegamos a la originalidad ridícula que nunca necesitamos en un reportaje de fotografías para recordar una boda y plasmar el amor de una pareja.

El montaje: el fotógrafo ha aprendido a manejar photoshop y ofrece su nueva habilidad con más o menos gusto:

https://www.instagram.com/p/77dZ-iFZGs/

El trash the dress: o, lo que es lo mismo, destrozar el vestido para la foto: total, si no te lo vas a volver a poner y solo nos costó dos mil euros. Pero lo bien que nos van a quedar esas fotos… no tiene precio.

https://www.instagram.com/p/BtzulqEgh_2/

Uno más de la familia: muchas parejas deciden fotografiarse con su mascota, otras simplemente alquilan una para la foto.

https://www.instagram.com/p/Bvzxg4Xgksl/

Lo último de lo último: meter traje y vestido en una maleta e irse a hacer el reportaje a otra ciudad. Desde lo más rancio, como París, la ciudad del amor, a lo más cool, como subirse al Empire State.

https://www.instagram.com/p/B0VqyjWpa2T/

Las aficiones: esta pareja se conoció en clases de batuka, son madridistas hasta la muerte, el novio es muy taurino, la novia hace ganchillo… personalicemos nuestra boda con fotos que reflejen quiénes somos en realidad.

https://www.instagram.com/p/B1r13Kahw8F/

Y si el deseo de una pareja ha sido tener como recuerdo fotos como estas… ¿quién soy yo para juzgarlos? Lejos de ofenderme con tanta tontería, aquí me tendréis para reírme por lo bajini con vuestras ridiculeces. Es más, para todos aquellos que ahora estáis planeando vuestro enlace: aquí os dejo una idea para que seáis los más originales con las fotos de vuestra boda, algo que todavía no se había visto nunca en un reportaje de novios.