Sí, esas fueron las palabras que dijo mi mejor amigo cuando anuncié mi gran noticia, iba a reducirme el pecho. Claro, mi cara fue una especie de mezcla entre un pez globo al cual acaban de pillar hinchado y una hiena macabra a punto de comerse a una débil gacela. Una mezcla entre sorpresa y cólera que solamente podía comparar con animales, pues de no haber sido por su novia, que ya le escarmentó gravemente, posiblemente le hubiese arrancado la cabeza de un mordisco.

No podía creer lo que escuchaba, y menos cuando –más adelante- la mayoría de conocidos y amistades se tornaron a mi contra; me decían que si me operaba, perdería lo mejor de mí y lo que me representaba –claro, es que solo soy un par de melones enormes-, que si decidía eliminar mi martirio los hombres no se fiarían en mi persona.

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¿Y a mí qué narices me importa que los hombres se fijen antes en el par de berzas que comparto con el ADN de las mujeres de mi familia?

Desde la tierna edad de los once años, vivo sexualizada: ¿Vas a ir así por la calle? ¿No tiene eso mucho escote? Son frases que me ha dicho gente de mi entorno desde que empezaron a salir bultos más grandes que una pelota de pimpón en mi pecho, hasta que crecieron a ser pelotas de fútbol.

Quizá yo también era consciente que me ponía escotes para llamar la atención, o a veces, para molestar a mis padres. Empecé a ignorar el hecho de que mucha gente me miraba por la calle, o de que me gritaban cosas solamente relacionadas con mis súper tetas. No me compensaba, y empecé a notar disconformidad. Y no, no era con mi cuerpo, era con mi espalda y mi postura. Era el momento de despedirse de Amy Poehler y Tina Fey (bautizadas hará unos años por una de mis amigas más especiales).

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Así me presenté a mi cirujano, con una sonrisa esperanzada y sin miedo, y acordamos una fecha que cae en menos de dos meses; aun mi convicción, me dijo que lo pensara antes de tomar el camino que fuese a escoger.

La decisión está tomada, voy a perder mi gracia, pero si me ahorra tener que aguantar a amistades tóxicas, creo que va a merecer la pena.  

Autor: San Iglesias