Lo admito, llevo el coche un poco guarro, pero sobre todo por la zona del salpicadero, que lo tengo estampadito de los sapos y culebras que salen de mi boca. Me acabo de dar cuenta, hace un rato en pleno atasco, que soy un poquito exaltada al volante. Y, además, prejuiciosa.

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Lo fácil, creo yo, sería echarle la culpa al empedrao: comerte un pack diario de 100 kilómetros y una media de tres horas desperdiciadas en los trayectos al trabajo es, simplemente, un mojón. Y justifica que se me acidifique un poquito el estómago, pero creo que me estoy pasando. Sobre todo, porque, analizándome, no me da por saco sólo lo obvio, sino que he detectado ciertas fijaciones y fobias.

Los pitoclaxons, los destellos, las prisas, los frenazos y el continuo embrague y desembrague puede que interfieran en mi estado físico y mental cada mañana. Pero lo que de verdad me hace mutar cada vez que entro por la puerta de mi utilitario es la mala hostia y la impaciencia ante la panda de gañanes que me habré de encontrar en el camino.

Una vez transformada, inicio la marcha y empiezo la diarrea verbal contra las santas madres y escasos coeficientes mentales de los comeculos con coche de tres letras, los carentes de intermitentes, los que se desperezan de la cabezadita matutina frenando en seco antes de tragarse al de delante, los que tiran colillas por la ventana (o cualquier tipo de mierda, incluidos pollos y espumarajos), los abuelos que van a dos, los que se quedan a tu misma altura y se preocupan por la presión del cinturón en tu airbag natural, las furgos culoinquietas que cambian continuamente de carril como si fueran los Autoslocos, los que se te meten por cojones, los coches Scalextric que van por todo el medio o las motos fantasmas que salen de la nada creyéndose inmunes por llevar las luces de emergencia cuando van por el arcén.

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Pero esa cagalera de improperios no es nada comparada a la que suelto cuando veo a mi gremio de conductoras más detestado:

Señoras maduras. Rubias. Con cochazo. Siempre hay una, con su tanqueta recién lavada, realizando alguna de estas acciones al volante en pleno atasco:

  • Chapa y pintura de la buena, con eyeliner y máscara incluidos, a 10 por hora.
  • Limado de sus garras acrílicas y sacudida de lima por la ventanilla.
  • Gesticulación extrema al volante hablando (o no) por el parrot o, lo que es mucho peor, móvil en oreja.
  • Depilación facial con pinzas. Verídico total, sí. De esas barbitas indiscretas que sólo ves con buena luz natural.

Ahí entra mi vena prejuiciosa, mi yo más pijarubimamáfoba. Porque da igual que la MILF platino vaya con su cara de sobada igual que yo, con el piloto automático que la lleva al curro. No importa. Ahí estoy yo, ávida de que ralentice una milésima de segundo el tráfico, se le cale el portaaviones que lleva, o dé un pequeño trompicón al confundir los, tan sólo, dos pedales que presumiblemente tenga su coche, para gritar e increpar haciendo alusiones a lo más obvio:

Por favor, escoja la opción que considere y complete la siguiente frase: “¡_______, tenías que ser!”

A. Vieja                   B. Rubia                      C. Pija

Arggg, no quiero ser así, de verdad… Yo, que detesto cualquier tipo de prejuicio. Así que prometo cambiar de actitud y ser tan amable con ellas como su chófer. Mierda, lo he vuelto a hacer…

Marisa R. Abad