Hace unos días, nuestra neurocientífica favorita (que además lo es en la realidad, no solo en la ficción) se marcó un vídeo al más puro estilo youtuber. ¿La razón? Quejarse de la infantilización de la mujer por parte de la sociedad. Sí, sabemos que en español diferenciamos entre «niña» y «chica» y que es diferente al inglés. Sí, es verdad. Pero ahora, te hago una pregunta a ti, mujer mayor de edad (con casa, hipoteca, hijos, trabajo o sin nada de todo esto), ¿no te han llamado nunca «niña»? Porque a mí (y a la mayoría de mujeres que conozco sí), a pesar de tener 33 años, un hijo y canas, se me ha llamado «niña». Y no señores de 90 años, no. Señores que tendrán como mucho 8 o 10 más que yo. Y no solo nos llaman eso también podemos ser denominadas «guapa» o «rubia».

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Como bien dice Mayim Bialik, las palabras que utilizamos para referirnos a las personas importan porque a partir de ellas nos formamos una idea de la realidad. No entraremos hoy a hablar de lo machista que es nuestro lenguaje (zorra vs zorro, coñazo, nenaza) pero sí sobre cómo al llamar a una mujer «niña», «guapa», «cariño» o «rubia» la estamos trivializando, infantilizando y restándole importancia. No las tratamos igual que a los hombres adultos. Y si no te lo crees, solo te hace falta leer los periódicos o mirar la televisión donde a las políticas se las llama por su nombre y no por su apellido. Piensa en Soraya o Hillary. Pero nunca hablamos de Mariano, Pedro, Pablo y Albert. Puede que el vídeo de Mayim Bialik te parezca exagerado pero, si prestas atención, encontrarás ejemplos a tu alrededor continuamente. La mayoría de chicas a las que pregunto tienen ejemplos. Sin embargo, he tenido becarios y hombres a mi cargo y nunca se me ha ocurrido llamarles «niño», ni «guapo», ni «moreno».

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Si queremos un mundo diferente y sin desigualdad, debemos empezar por romper nuestros tics, la estructura a la que estamos acostumbradas, con nuestra manera de hablar y actuar diferente. Vamos a dejar de soltar piropos y a dejar de defenderlos como halagos, vamos a dejar de asumir que la bebida con alcohol es para el chico, vamos a dejar de bromear con que una chica necesitará a un amigo que le cuelgue los cuadros en casa, que los médicos dejen de dirigirse a la madre cuando preguntan cosas sobre los hijos, no asumas que el director de una empresa es siempre un hombre o que el que va a utilizar el coche es él y no ella (esto va por los mecánicos y los vendedores en concesionarios). Porque no solo se trata de la palabra «niña» pero por ahí se empieza. Las mujeres somos seres humanos adultos, válidos, serios y con objetivos en la vida más allá de pintarnos las uñas, cuanto antes empecemos a tratarlas como tales, mejor.

¿Créeis que Mayim Bialik tiene razón o está exagerando?

 

YouTube video

«Voy a ser molesta ahora mismo, porque voy a hablaros de algo de lo que la mayoría de la gente no quiere hablar. Hace poco estaba en un bar con dos amigos de unos 40 años. Uno le dijo al otro ‘Oh, dios mío, tío, mira a la chica sentada en la barra, es preciosa’. Y yo empecé a mirar alrededor preguntándome quién habría dejado entrar en un bar a una niña.

Entonces me di cuenta de que cuando él dijo ‘chica’, quería decir ‘mujer’. Pero como se encuentra en ese rango de edad super estrecho entre los 5 y los 55 años, no sabemos cómo llamarla. Así que la llamamos ‘chica’. Lo siento amigos, pero tengo que hacer esto. Tenemos que dejar de llamar a las mujeres ‘chicas’.

¿Por qué? Porque importa lo que llamamos a las personas. El lenguaje importa. Las palabras tienen significado y la forma que tenemos de usarlas cambia nuestras percepciones mentales. Buscad en Google Sapir-Whorf si no me creéis. Es ciencia.

Así que cuando usamos palabras para describir a mujeres adultas que típicamente se usan para niñas, cambia la forma que tenemos de ver a las mujeres. Incluso inconscientemente. No las igualamos a los hombres adultos. De hecho, implicamos que son inferiores a los hombres, incluso si no es lo que la mayoría de personas pretenden hacer. Las palabras tienen un impacto en nuestro inconsciente.

Un ejemplo: nunca le dirías a nadie ‘Ve y pregúntale al chico del banco si el notario está aquí’ (si el chico es un señor). Nunca llamamos ‘chicos’ a los hombres porque es humillante y «castrante».

Hay mujeres a las que no les importa ser vistas como más pequeñas, porque piensan que los hombres deberían estar al cargo y ellas ser tiernas y delicadas. Por supuesto que las hay, y también hay todo tipo de hombres y mujeres, y eso está bien. Pero a esas mujeres les diría lo siguiente: hay una cosa que ocurre cuando crecemos en una sociedad centrada en los hombres como esta en la que vivimos. Comenzamos a creer que las cosas son así porque tienen que ser así. Empezamos a aceptar los prejuicios y juicios que se atribuyen a las mujeres desde tiempos históricos, cuando no éramos respetadas o aceptadas en la esfera social.

Los términos que usamos para las mujeres son anticuados e insensibles. Una consecuencia de asumir una estructura de poder en la que los hombres están en la cima y las mujeres abajo del todo. Y en determinados países y zonas del mundo esta forma de pensar ha persistido durante mucho más tiempo del que debería. Ahora sabemos hacerlo mejor. Depende de nosotros el cambiar esta narrativa.

A aquellos que llamáis a las mujeres ‘chicas’, os diré lo siguiente: se que vuestras intenciones son buenas, pero espero que seáis capaces de ver el impacto impremeditado y negativo que vuestras palabras pueden tener.

Si estáis confusos y no sabéis si debéis llamar a alguien ‘mujer’ o ‘chica’, dejadme ayudaros. Decide si el ser humano que tienes delante es una chica. Indicaciones de que podría ser una mujer son una educación superior, un trabajo, un coche con seguro, una hipoteca, una casa a la que puede llamar la suya o un buen sueldo. Las chicas suelen tener menos de 18 años y típicamente viven con sus padres. Ser una madre es un indicativo muy fuerte de que alguien es, de hecho, una mujer.

Lo que necesitamos comenzar a hacer, como mujeres y como personas que no son mujeres pero conocen y aman a mujeres, es corregir de forma constante, educada y amable a las personas que llamen a las mujeres ‘chicas’.

He encontrado algunas formas de hacerlo que hacen que la gente me odie cuando me marcho, pero que a la cara parecen ser muy receptivos. Cuando alguien se refiere a una mujer como ‘chica’ y sé que es una mujer, lo digo. Algunas veces digo cosas como ‘Tiene un trabajo a jornada completa y 150 personas en plantilla, estoy bastante segura de que es una mujer’ y sonrío. Porque atraes a más abejas con miel (es decir, consigues mucho más con una sonrisa). O si alguien me dice ‘tu publicista es una chica genial’ yo contesto ‘es la directora de operaciones, eso la convierte en una mujer’.

Quién sabe. Quizá si comenzamos a usar lenguaje que eleve a las mujeres y no las convierta en cosas pequeñas, dulces y tiernas, empezamos a tratarlas como algo más que eso. El lenguaje sienta expectativas. Esperemos nosotros mismos tener más mujeres que se comportan como personas responsables y maduras. Así alentaremos a las mujeres a seguir siendo esos seres complicados, maravillosos, únicos y talentosos que son.»