Anoche le estuve dando vueltas a un asunto que sinceramente, me tocó un poco las narices y por eso hoy lo comparto con el mundo. Sin rencores ¡eh!
Vinieron unos amigos desde bastante lejos para pasar el fin de semana en la capital y ya sabemos lo que eso conlleva… ¡comer fuera! Debo admitir que me encanta cocinar, aunque si me pones una buena hamburguesa a la parrilla y hecha con mucho amor, no me voy a resistir.
El caso es que decidimos ir a una hamburguesería que han abierto hace relativamente poco y echar allí unas buenas risas acompañadas de buena comida para nuestros queridos estómagos. Pedimos lo de siempre, unas aguas, unos refrescos y unas cervezas, unos entrantes y nuestras hamburguesas. ¡La cosa pintaba que flipas!
Se acerca el camarero y nos trae nuestras bebidas con ese toque de desconcierto por no saber por donde empezar a repartirlas. Y cómo no, me planta a mi una cerveza y a mi compañera el agua. No supuso ningún problema cambiarle la bebida a mi compañera ya que yo bebo agua. Al rato llegan los entrantes, unos nachos con queso y picante, mucho picante. Os podéis imaginar esa explosión obscena de sabores y la cara que se nos quedó al probarlos. ¡Nos vinimos arriba como podéis imaginaros!
Al rato y después de reponer nuestras caras de satisfacción, llegaron nuestras temidas hamburguesas, y efectivamente eran tal y como esperábamos. Comenzaba el desfile de carne y salsa por doquier. El mismo camarero se disponía a repartirlas y a disfrutar con nuestras caras de ansia viva por hincarle el diente a semejante obra de ingeniería. Con esa gracia y ese desparpajo del camarero majete y «salao» deposita el plato ante mis amigas con mucha delicadeza y finalmente termina conmigo y dice «Y para ti la grande!».
¿COMORL? ¿Qué te hace llegar a esa conclusión?
Puedo pasarte que me pusieras una cerveza y no el agua, pero ¿por qué das por supuesto que la hamburguesa grande es para mi? ¿Solo por ver mi tamaño? ¿Qué hubiese pasado si por ejemplo me hubiese pedido yo la hamburguesa pequeña? Son preguntas que me hago cada día que salgo a tomar algo fuera de casa y os sorprenderíais las cantidades de comida que han acabado en estómagos mas pequeños que el mío pero siempre soy yo el que escucha «Joder macho, invitarte no sale barato eh».
No te guardo rencor, no tiene sentido, pero tronco, no des por supuesto ciertas cosas basándote en la apariencia de las personas. Por suerte yo estoy curado de espanto y tengo la suerte de tomarme las cosas con humor y mucha gracia, pero estoy seguro de que hay mucha gente que estas cosas no les sienta nada bien y lo mismo te llevas una sorpresa.
Menos mal que meterle mano a esa perfecta construcción de sabores y grasas de diferentes índoles hizo que me olvidara de todo por unos instantes, y esa sensación de sentirte idiota por un momento se desvaneció. ¡Por no hablar de las lágrimas que cayeron por mi mejilla! Lágrimas de emoción, de pena no, que a eso ya soy inmune.
