Te sientas en el autobús y en la siguiente parada se sube un señor mayor que se sienta a tu lado. Te hace un par de comentarios acerca del tiempo y le respondes amablemente, como te han enseñado que se debe hacer con las personas (y más si son mayores). Pero entonces ese abuelete que parece entrañable empieza a hacer comentarios que no tienen lugar, subidos de tono: “antes venía una chica a mi casa, pero ahora estoy solo. Me dijo que me dejaba porque con su novio disfrutaba más. Yo le ofrecí usar gomita, pero ella tomaba pastillas. Ahora ya no viene y estoy muy solo. Cuando venía le daba algo de dinero. Si algún día quieres venir tú…” Y, muy amablemente todavía, rechazas su oferta. Flipante.

Podríais pensar que por qué no le dije un par de cosas bien dichas, que por qué no hice algo que le dejase claro que me estaba ofendiendo y que me hacía sentir acosada. Lo mismo me dijeron en casa cuando lo conté. Pero la verdad es que aún ahora, pasados unos días, no sabría qué haberle dicho. Al principio me sentí idiota por no haberse soltado una buena respuesta pero, pensándolo bien, nunca podría haberla encontrado. ¿Que por qué? Pues porque me han educado en la igualdad y el respeto, sobre todo a mis mayores. Porque vivo en el mundo de Yupi y me olvido de que existe el machismo. Porque yo no tendría por qué saber defenderme de algo así, simplemente es algo por lo que no debería de pasar.

Y, echando la vista atrás, tampoco debería de haber pasado por otras muchas cosas que parece que resultan tan normales. Como aquel chico que al que le dije que no quería salir con él porque no me interesaba en ese sentido. ¿Sabéis lo que me dijo? Que no lo entendía porque era guapo y tenía coche. Gracias majo, cuando tengas cerebro avisa.

O aquel otro chico que pasó de mí porque yo quería ir despacio y no acostarme con él a la primera. Aquel otro al que le encantaba mi forma de ser, pero “la otra chica está más buena”. Aquel al que le dije que tenía novio y me dijo que no le importaba, que él no era celoso. Aquel que se creyó con derecho a tocarme el culo repetidas veces en el pub. Aquel que pasando a mi lado cuando se acercaba a la barra, me besó porque le dio la gana. Aquel desconocido que me molestó toda una noche a pesar de decirle que no quería ir con él, que sólo quería bailar tranquila con mis amigas. Aquel otro que, mientras yo bailaba, se metió en el medio del grupo y empezó a pegarse a mí y a agarrarme. Aquel al que empujarse con sus amigos encima de mis amigas y de mí todo el rato le pareció divertido. Aquel que me miraba las tetas mientras hablábamos. Aquel tío que se enfadó porque estaba con mis amigas y le dije que esa noche no podría quedar, porque luego descubrí que era obligatorio quedar sólo cuando a él le apetecía. Aquel que me llamó zorra por pasar de él. Aquel que me soltó piropos que consideró “agradables” supongo. (Aunque a ver si le gustaría que se los dijesen a su hermana). Aquel que me dijo que “las minifaldas sólo en casa” y para él. El que me dijo que debería de vestir más sexy. El que me dijo que mis gustos no eran propios de chicas. El que me dijo que no me pasaba el balón porque era chica. El que me dijo que me fuese a jugar con las Barbies…

Podría pasarme así muchos párrafos más, pero seguramente tendría que acabar añadiendo a la lista un “aquel que me dijo que me quejaba de tonterías de feminazi”.

La verdad, reconozco que no soy muy echada pa´ lante a la hora de dar contestaciones ante este tipo de sucesos. También puede ser que sea un poco exagerada en cuanto a esos actos, pero simplemente son cosas que me molestan. Y llamadme loca, pero soy muy seguidora de la frase “mi libertad empieza donde acaba la tuya”. Así que creo que toda persona debe de evitar hacer aquello que pueda molestar a la otra, eso es todo.

Feminista ilustrada
Feminista ilustrada

Ahora es cada uno quien debe de juzgar si son cosas machistas o no, pero lo que se debe tener presente es que pueden ofender y dañar a las personas que se vean involucradas en hechos así.

Así que, por lo que a mí me atañe, no quiero sentirme objeto sexual, no quiero que se me infravalore por ser mujer, no quiero que nada de lo que he pasado se vuelva a repetir. No quiero añadir más “aquel que…” a la lista. Y, sobre todo, no quiero tener que saber defenderme de algo así. Quiero que esas acciones dejen de parecer habituales y quiero que se deje de pensar que las mujeres tenemos que lidiar con ello y punto.

Quiero un mundo más respetuoso y más igualitario, ¡joder!

Reena