Viajar es lo más. Así, simple y llanamente. Cada vez que mi agenda y, sobre todo, mi bolsillo me lo permiten, marco en el calendario una escapada a cualquier rinconcito. Descanso rural, viajecito a la costa, fin de semana en la capital, todo vale. Viajar como terapia para los que se pasan toda la mañana frente a un ordenador, para los que tienen turnos de 12 horas, para los que estudian, para los que están jubilados, para los peques de la casa, para las parejas que acaban de empezar, para los que quieren romper con la monotonía o para los que solo compran un billete, no hay reglas.

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No importa el cómo, el destino da igual, lo valioso es lo que encuentras en él. La seguridad para enfrentarte a la vida, un cambio de perspectiva y la sabiduría para tirar por la borda los lastres emocionales. Vencer tus miedos, curar la inseguridad y conquistar a la ansiedad, en definitiva, encontrarse a uno mismo. No hagas la maleta con la intención de huir, porque cuando toque deshacerla encontrarás kilos de arena de playa en las toallas y todos los temores que esperabas olvidar.

Al fin y al cabo, no se viaja para escapar de la vida, se viaja para que la vida no se escape. ¿Te animas?

  • Porque te encuentras contigo mismo

A menudo gastamos nuestro tiempo en cosas que no nos llenan y en personas que ni siquiera nos importan. El autoconocimiento corre peligro en una sociedad frenética donde apenas hay tiempo para pararse a pensar.

Al distanciarnos de la rutina “restablecemos” nuestro ritmo vital, con calma, observando todos los detalles que día a día pasamos por alto. Alejados de las distracciones, queda liberada la capacidad para procesar todos los pensamientos que nos acompañan durante el caos de la monotonía diaria. Es el momento perfecto para descubrir lo esencial para ser feliz y aquello de lo que queremos prescindir.

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  • Porque te despides de los malos hábitos

Durante esos instantes de introspección es habitual descubrir los hábitos negativos de nuestra rutina, como una relación tóxica, una ligera obsesión con el trabajo, una amistad que no da más de sí o unas costumbres sedentarias.

A veces somos un poquito sosainas y nos acostumbramos a la comodidad de la monotonía. Aunque la zona de confort no es el infierno, hay personas que se agobian al acampar en ella, pero se sienten abrumadas por el miedo de dar un paso hacia lo desconocido. Si eres una de esas personas, intenta encontrar el botón para cambiar de hábitos, algo tan sencillo como “turistear” por tu ciudad puede convertirse en el click que cambie tu vida.

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  • Porque ganas perspectiva

Puede que probar todos los chupitos de Benidorm no sea la experiencia de tu vida, pero hay viajes que nos hacen adoptar una actitud más tolerante y respetuosa. Cuando conocemos a personas completamente diferentes absorbemos, aunque sea mínimamente, su visión de la vida.

Es importante recordar que hay mundos, costumbres y culturas completamente diferentes separados por un billete de avión. Del individualismo al colectivismo, de la riqueza a la escasez, de la libertad a la represión. Al conocer la desigualdad que los mapas no reflejan, es inevitable valorar un poco más lo que tenemos en casa.

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  • Porque nos hace valorar el presente

Cuando metes los pies quemados por la arena en el agua te das cuenta de la importancia del “ahora”. Cuando te paras a beber agua en lo alto de una montaña mientras atisbas los últimos rayos de sol en el horizonte valoras realmente el “aquí”.

Es entonces cuando te parecen ridículas todas las veces que has pospuesto el viaje, todas las excusas que te pusiste para no llenar el depósito de gasolina y todo el dinero que sacaste del tarro donde ponía “billetes de avión” para gastártelo en cubatas de fiesta. Cada trago de Ron con Coca Cola te parecerá mediocre al compararlo con los sorbos de vida que da viajar, te lo prometo.

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  • Porque nos enfrentamos al miedo

Ay, el miedo… Pero, ¿qué hay detrás de él? Da igual lo lejos que viajes, la compañía que lleves o las situaciones a las que te enfrentes, al final viajar se reduce a un único miedo: enfrentarte a ti mismo.

Al viajar no solo te encuentras contigo mismo. A veces no queda otra que afrontar las decisiones que tomamos a lo largo de nuestra vida y que nos han llevado al punto en el que nos encontramos ahora mismo, y con ello a la persona en la que nos hemos convertido. Te guste más o te guste menos, esa eres tú.

Cuando salimos de nuestro territorio de confort, es normal preguntarnos si seremos capaces de hacer frente a lo desconocido, la respuesta es siempre «sí». Al viajar nos zambullimos de lleno en la zona oculta, es el momento perfecto para ver lo que hemos crecido y para explorar nuestra capacidad de toma de decisiones, a veces equivocadas, pero siempre encaminadas hacia el aprendizaje. Hacer las maletas puede marcar un antes y un después, ¿te atreves?

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  • Porque liberamos estrés

La luz solar es un “remedio natural” para el estrés, e incluso numerosos estudios han demostrado que se asocia con una recuperación más rápida en personas con depresión y ansiedad. Y, ¡sorpresa!, no hace falta pasar 15 días tostándote en la playa para conseguir un chute de energía.

Si por motivos económicos, laborales o personales, no puedes programar unas vacaciones largas, keep calm, los puentes relámpago han llegado para salvarte el culo. Un fin de semana será el encargado de liberar todo tu estrés acumulado. ¿Nunca has escuchado eso de que la siesta ideal dura 30 minutos? Pues la ley de ricitos de oro también se aplica a las vacaciones. ¡Que el tiempo no sea una excusa!

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  • Porque aumenta las emociones positivas

La ilusión pre-viaje, la emoción durante el trayecto, la tranquilidad que aporta la naturaleza de las preciosas playas o de los impresionantes bosques made in Spain, la despreocupada energía de una nueva ciudad, la curiosidad al descubrir lugares y platos desconocidos, los dulces nervios cuando conocemos a gente nueva y la tierna melancolía cuando nos despedimos de un lugar, que para bien o para mal, ahora forma parte de nuestro corazón.

Al llegar a casa comprenderás que un viaje se disfruta tres veces: cuando lo sueñas, cuando lo vives y cuando lo recuerdas.

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  • Porque estrechamos vínculos

Recuerdo con mucho amor el primer viaje que hice con mi mejor amiga. Juntas, solas, y en un país desconocido. Logramos entendernos la una a la otra, y en un idioma diferente que tiene más mérito. Tras cuatro horas buscando Abbey Road sin Google Maps –y sin éxito– ella quiso matarme, pero cuando llegamos a nuestra “casa de acogida” y yo, una loca de la limpieza, me topé con su desorden, hicimos tregua.

Discutimos, lloramos, reímos, nos acojonamos –resulta que los tíos perturbados que te meten fichas de forma creepy son internacionales–, bailamos y sangramos –las rozaduras en los zapatos son signo de que has disfrutado–. ¿Quién nos iba a decir que saldríamos de Zamora con cicatrices en el corazón para volver con heridas en los pies? Al llegar a casa el mundo siguió girando, pero encontré a alguien que me ha ayudado a sujetar su peso durante todos estos años –y los que quedan–.

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Aunque los barcos están a salvo en el puerto, no son construidos para permanecer quietos. Róbale el timón al miedo y sal a navegar, porque el cementerio está lleno de valientes, pero son los que más flores tienen.