Hace un par de días por azares del destino coincidieron en la misma línea espacio/temporal varios eventos: un «sarao» + tres días libres + un vuelo barato. ¿Respuesta? ¡VA-MO-NOS!

Mutant, uno de los grupos de música con los que trabajo había sido nominado como mejor banda de metal en los Premios Martín Codax de la música y tal magno evento no me lo puedo perder ¡y más si hay vino de por medio!

Soy viajero habitual en compañías Low Cost desde que comenzaron su andadura hace ya muchos años y sigo vivo como podéis comprobar. No se ha caído ningún avión, ni han tenido que parar a repostar de emergencia en el desierto vallisoletano ni han sacrificado y cocinado al grupo de chavales que no paran de dar por culo y aplaudir cuando aterriza el avión ni nada por el estilo.

Me encanta viajar, es una de las cosas que mas disfruto, y más si voy solo. Me permite reflexionar y apreciar cosas que no veo cuando estoy rodeado de gente o en medio de una conversación. Me encanta llegar con toda mi soberbia del viajero frecuente y adelantar en la fila a todos los «pringaos» que no están preparados para el control de seguridad del aeropuerto y se tiran 25 minutos sacando cosas de la maleta o discutiendo sobre su botella de agua recién comprada. True Story.

 

Disfruto mucho pasando por el Duty Free y ver los perfumes en liquidación a 20€ y te llevas un chollo en la maleta (y aprovechas y te bañas en colonia pero solo un poquito por si te encuentras al amor de tu vida en ese vuelo que sale a las 7 de la mañana). De hecho creo que tengo un serio problema con las colonias, tengo demasiadas y no paro de comprarlas. Antes mi problema era comprar guitarras, a las cuales no les daba uso, pero me rehabilité y ya no compro más, pero es que las colonias me FLI-PAN y no puedo evitarlo. Y creedme, la diferencia entre los dos vicios es abismal.

Solo hay una cosa que me molesta de los aviones de compañías Low Cost, y es como os podéis imaginar, su reducido espacio.

Para los novatos en esto, volar en Low Cost significa: mucha gente en un espacio reducido maximizando la ocupación para conseguir precios mas económicos, aunque no siempre ¡ojocuidao!
Así que nos enfrentamos a un problema. No estoy cómodo.

Era un jueves muy temprano, y ya estaba en la puerta de embarque viendo como la gente se estaba peleando por ponerse a la cola, ¿no saben que los asientos están numerados? Después de aguantar a un par de cansinos con sus maletas excesivamente grandes y un par de protestas, subí al avión y me fui a mi asiento. Por suerte tengo ya un perfil creado en Ryanair, y después de hacerte miles de preguntas para recabar información sobre ti y tus gustos, te preguntan preferencia de sitio para futuras compras, y por supuesto ‘PA SI LLO’ en letras gigantes, como yo. Así que fui a mi flamante asiento de pasillo a comenzar el ritual. Chaqueta y bolsa de viaje en el maletero, me siento y el cinturón abrochado. Como siempre entro de los últimos todos mis compañeros de fila de asientos están sentados así que ya puedo instalarme. Incrusto mi culo en el asiento y me inclino 45º grados hacia adelante y apoyo mi cabeza contra el asiento de delante con la capucha puesta y así no me deja marcas en la frente (el error del novato) y ¡a sobar! ¡Ni te enteras!

Aquí el ejemplo

Hasta aquí todo bien ¿No?Pues la vuelta siempre es peor, ¿sabéis por qué? Porque has bebido y has comido de más y vienes con una resaca o modorra que flipas y lo vas a pasar mal. Además dio la casualidad que ganamos el premio como mejor banda de metal y eso había que celebrarlo.

Vamooo locooo

Omitiré esta parte porque os la podéis imaginar, y yo apenas me acuerdo de ello. Solo se que al día siguiente tenía un tatuaje en el brazo para conmemorarlo. Lo bueno se acaba y tenía que volver a la rutina madrileña en un vuelo que salía a última hora de la tarde, con el brazo dolorido, la herida del tatuaje fresca, sin crema y mi cuerpo hinchado de beber tanta cerveza.

Después de llegar al aeropuerto con las compras de última hora en el Gadis y en el Froiz, atravesar el control de seguridad y encontrarme a los mismos Guardias Civiles, los mismos seguratas, y el mismo personal de tierra que me llevo encontrando desde hace ya años, tocaba esperar un buen rato y montar el campamento previo al embarque y ver los aviones y los pajarracos pasar. Unas fotitos ‘pal insta’ para que se note que eres un viajador (no viajero ojo!) y un par listas de reproducción del Spotify en bucle y un bonito atardecer en la inmensa cristalera del aeropuerto para que parezca una película. Sin duda lo mejor de las vueltas a casa. ¡Poca broma!

Pasadas casi dos horas desde mi llegada (me gusta ir con tiempo) comienza el embarque con sus historias de siempre y llega el temible momento de volver a apoyar tu culo en el asiento y compartir reposabrazos con un desconocido que no sabes si es un esmirriado al que le vas a aplastar o un bicho como tu de grande, lo cual no mola.

Pero siempre hay algo, una halo de esperanza, un milagro y según cruzas la rampa para embarcar lo vas notando «hoy va a pasar algo grande» te dices a ti mismo, y efectivamente ahí está.

Un auxiliar de vuelo GRANDE!

 

 

Mirada y sonrisa de complicidad previa, me indica que mi asiento está al final del avión y que deposite mis cosas ‘en el maletero rápidamente para facilitar el embarque y el despegue’. Y yo,  tranquilo Alberto (recuerdo que empezaba por A el nombre),  tengo ya experiencia en esto. Hace unos dos años estuve una temporada formando auxiliares de vuelo, una experiencia muy gratificante y completa en mi carrera profesional (Hola 324S, ¡os quiero un huevo!), pero a su vez un mundo cruel y difícil de aguantar, especialmente si hablamos de cuestiones de físico o mantener relaciones sentimentales, y me alegró ver un tío con semejante porte, ya que no cumple para nada los estándares de las compañías aéreas. Y como veis, quien la sigue lo consigue.

Me acerco a mi asiento y efectivamente, la mirada de la angustia de mi corpulento compañero de fila lo decía todo. «Lo vamos a pasar fatal hermano». Pero de pronto, noto la cálida mano de alguien en mi hombro y era él, invitándome a cambiarme de sitio para estar más cómodo.

 

Mientras me acompañaba al asiento de salida de emergencia me decía que sabe perfectamente lo que es viajar en estos aviones y que siempre que puede recoloca a los pasajeros para que estén más cómodos. Sin duda un gesto que le hace más grande de lo que ya de por si es. Pero no todo van a ser cosas positivas, y como bien decía mi querida Beatriz Emperatriz hace un rato, el asiento de salida de emergencia es un arma de doble filo. Si eres alto perfecto, puedes estirar las piernas, pero si eres ancho vas a estar estirado y encajonado, ya que los reposabrazos no son abatibles y son de una pieza fija que no permite hacer el ‘esparcimiento de lorzas’ en el asiento. Por suerte, un par de ronquidos después, ya estaba en la capital dispuesto a volver a mi querida cama a pasar este tormento esta resaca post-viaje sin demasiado problema y a curarme la herida sin demasiadas molestias.

Así que coleguis, se puede volar barato sin sufrir demasiado, solo hay que creer en los milagros.

Por cierto, no aplaudáis cuando aterrice el avión, que como os pille os lanzo la revista del avión a la cabeza.