Estoy segura de que muchas de las aquí presentes hemos pasado nuestra adolescencia viendo las típicas películas de instituto americanas. En mi época fueron ’10 razones para odiarte’ (ay, Heath…), ‘A por todas’, ‘Fuera de onda’, ‘Chicas malas’, ‘Jóvenes y brujas’ (que una era cursi, pero tenía alma de rebelde) y otras muchas del estilo, que te permitían pasar una tarde de domingo entretenida al tiempo que perpetuaban toda una serie de estereotipos. ¿Eras rubia, con un pelazo, guapa y delgada?, ¡bienvenida al equipo de animadoras! ¿Eras deportista y un poco cazurro para las matemáticas?, hola nuevo quarterback del equipo de football. Si por el contrario eras feo/a, gordo/a, gafotas o simplemente el empollón de turno, tu vida en el instituto estaba predestinada a trascurrir en el Club de Ciencias, el equipo de Ajedrez, el Club de Lectura o, con suerte, podrías llegar a ser la profesora particular del guapísimo quarterback. Ay tía, y lo mismo al final de la película hasta se enamoraba de ti…

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Mis hermanas y yo hemos sido muy fans de las películas de instituto. Pero fans de las de ‘Yuju, peli de instituto en Antena 3 después de comer, ¡al sofá!’, de las de ir al videoclub (mi adolescencia fue hace bastante tiempo ya) y alquilar la misma peli de instituto una y otra vez. Hemos llegado al punto de sabernos los diálogos y he de confesar que a mis 32 años aún disfruto me descojono con pelis como ‘Una conejita en el campus’.

Pero a pesar de que la americana que hay en mi siempre ha querido vivir la adolescencia en USA, conducir un descapotable a los 16 años, emborracharme ilegalmente en una fiesta de instituto jugando al beer pong y llegar a ser capitana del equipo de animadoras y reina del baile, me alegro de que fuera mi padre quien vino a España y no al revés, porque no hubiera llegado a ser ninguna de las dos cosas. Yo he sufrido una adolescencia de gafas y aparato, yo no hubiera sido la novia del quarterback del equipo, hubiera sido la pringada del instituto.

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Porque como todas sabemos, en las películas de instituto americanas todos los personajes están definidos por unas características físicas específicas y yo, por muy rubia y de ojos azules que haya sido toda la vida, nunca hubiera llegado a lo más alto de la pirámide estudiantil con mis gafas, mis brackets y mis rizos. Si, amichis, en los institutos americanos los rizos también te imposibilitan para ser guay. En las pelis americanas gafas + rizos = pringada, pero lentillas + pelo liso = reina del baile. Esto es así, a las chicas de las películas no se les ha ocurrido en 16 años de vida pasarse una plancha por el pelo y quitarse las gafas, pero claro, llega el guaperas de turno al que le estás enseñando matemáticas y te cambia la vida en menos de lo que aprende qué es un logaritmo neperiano.

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Toda mi adolescencia tirada a la basura por no haber tenido unas GHD a mano…

Menos mal que una aprendió pronto a desarrollar la personalidad, a no dejar que los estereotipos le afectaran y sobre todo a ver que su vida no era una película de instituto americana. Porque por suerte mi padre cruzó el charco y acabó aquí, y en mi instituto del extraradio madrileño nunca llegué a ser la pringada que hubiera sido en un instituto americano, a pesar de mis rizos, de mis gafas y de mis brackets, a pesar de no ser la chica guapa y de que mi novio de la época no fuera el quarterback del equipo. En aquella época todas fuimos unas pringadas, porque una llevaba gafas, pero otra era gorda, y otra tenía bigote, y otra vestía con la ropa que había heredado de su hermana 8 años mayor, otra no conocía la mascarilla capilar, y otra llevaba gafas de culo de vaso. Era difícil no ser una pringada.

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Al menos no tuvimos que aguantar a la capitana del equipo de animadoras mirándonos por encima del hombro, no nos vimos relegadas al Club de Ciencias ni nos humillaban a gritos por los pasillos del instituto y por suerte no tuve que conquistar a un hombre dándole clases de matemáticas… No tuvimos que aguantar la humillación de ser las lentas de la clase de gimnasia (oh, bueno, eso un poco si), ni los nervios de encontrar pareja para el baile del instituto. Ni llevar esos vestidos, por dios, qué malos fueron los 90… Sin embargo, no puedo evitar pensar que me hubiera encantado experimentar la adolescencia americana, aunque fuera por una corta temporada, y suspirar por el quarterback guaperas, esconderme a fumar debajo de las gradas del campo del rugby y pasarme el curso entero esperando que Michael / Johnny / Dylan me invitaran a ir con ellos al baile de promoción. Ay, ¿quién no ha soñado alguna vez con ser prom queen?

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Hubieran sido años duros pero ahora luzco mis rizos, mis gafas y mis dientes colocados y grito con orgullo que ¡hoy soy como soy porque yo también fui una pringada!