Tinder lo carga el diablo, ahora lo tengo más claro que nunca. Estoy convencida de que ha arruinado más relaciones que el alcohol y los «es mi ex pero seguimos siendo amigos». De todos modos seamos realistas, la culpa no es de Tinder, sino de la peña que es una mierda.

Ahora que he echado toda la bilis que tenía acumulada, os contaré mi historia.

Mi novio (ex), Toño, y yo llevabamos juntos la friolera de 7 años. Habíamos hablado de boda, de hijos y de comprar una casa. Como veis, iba todo muy en serio.

Pese a llevar juntos tanto tiempo, estábamos mejor que nunca (o eso creía yo). La vida sexual seguía siendo buena y de media lo hacíamos 4 veces a la semana. Ambos estábamos satisfechos. Seguíamos teniendo citas, seguíamos teniendo detalles románticos, y seguíamos divirtiéndonos incluso en los momentos de rutina, que para nosotros tenían encanto. Éramos felices (repito, o eso creía yo).

Un sábado mis amigas y yo decidimos hacer una cenita. Los astros se alinearon y coincidimos las 5 en la ciudad, así que esa ocasión había que aprovecharla. Quedamos en casa de una de ellas y cada una llevó un plato. Rocío llevo empanadilla, Laura una tortilla, Martita (que era la que puso la casa) hizo risotto, Miriam llevó la bebida y yo hice el postre.

Estábamos pasándonoslo de miedo y surgió la conversación de «Tinder sí, Tinder no». Laura había roto con su novio en verano y cada vez tenía más ganas de conocer maromos y pasarselo bien, pero le daba palo crearse un perfil en Tinder. Nosotras con todo nuestro buen corazón y la borrachera que llevábamos, nos ofrecimos a personalizarle el perfil para que ligase esa misma noche.

Pusimos una bio divertida y las mejores fotos, y empezamos a dar likes y nopes a diestro y siniestro. De repente a todas se les cambia la cara. Yo no estaba mirando en ese momento, pero noté que todas tenían los ojos fijados en mí.

– ¿Qué pasa?

– Mira.

Y en cuanto vi el teléfono se me calló el mundo al suelo. Era mi novio.

En ese momento se me pasaron todas las justificaciones del mundo por la cabeza. Que alguien le había robado los datos. Que se lo había creado por hacer el tonto con sus amigos. Que era alguien muy parecido a él con el mismo nombre. No me lo quería creer.

Esa misma noche llegué a casa y hice algo que muchas pensaréis que está mal: cotillearle el móvil. Había personalizado el icono de Tinder y había desactivado las notificaciones, pero ahí estaba la dichosa aplicación. Decenas de conversaciones, decenas de chicas con las que había quedado, decenas de fotos subidas de tono.

Al día siguiente me piré del piso y le pedí a mi hermano y mi cuñada que fuesen a por mis cosas porque no quería ni verle. Él me llamó mil veces e intentó ponerse en contacto conmigo por todas las vías posibles, pero no quise saber nada de él.

Ahora ha pasado bastante tiempo y me lo tomo a risa. También sé a ciencia cierta que hice lo correcto. No habría podido perdonarle jamás, además no fue algo aislado sino cuernos constantes. El lado positivo es que me quité de encima un capullo, el lado negativo es que no quiero ver el Tinder ni en pintura, lo que reduce mis posibilidades de ligar bastante en pleno siglo XXI.

 

Anónimo