Verdad como la vida misma: mi madre me ha regalado una cita con una endocrina.

¿Cómo? Pues mira, ha cogido vez en una endocrina, le ha pagado por adelantado, ha escrito en un papel la hora y el lugar y lo ha metido en un sobre. ¡Tará! ¡Regalo de Navidades al canto!

Que no pasa nada, que lleva arrastrándome a consultas y metiéndome en dietas desde los 10 años, estoy acostumbrada señoras.

Aunque no te voy a mentir, me sigue ardiendo el alma por dentro de ira, furia, incomprensión y angustia. Y ¿Por qué no decirlo? No sé tú, pero cuando alguien intenta que me avergüence de mi cuerpo o que me sienta miserable por no desear adelgazar, a mi me entran unas ganas de comer croquetas que se te va la puta olla. ¡Croquetas a puñados!

Y como decía antes, mi madre me ha regalado una cita con una endocrina. Ahora, a mis 34 años. Ahora: cuando por fin he conseguido mirarme al espejo desnuda y no sentir lástima, cuando he conseguido aceptar y respetar mi propio cuerpo.

Después de tantísimos años escondiéndome en ropa over size, después de pasar tantas angustias como tantísimas chicas con sobrepeso. Ahora que todo el trabajo en mi autoestima da sus frutos y empiezo a sentirme plena, completa, libre y feliz, va mi madre y me hace una sesión de “intervención” en plena comida Navideña.

Cuando abrí su regalo y leí el papel, mi cara debía de ser un poema barroco. No pasa nada por regalar un servicio de un profesional si es lo que la otra persona desea, de hecho, me parece una buenísima idea y una muestra de apoyo maravillosa.

Pero señoras, este no es el caso.

Llevo adelgazando y engordando toda mi vida. He rebotado, venido y vuelto mil y una veces. Siendo ya una mujer totalmente desarrollada mi peso ha oscilado entre 55 y 135 kg. ¿Por qué? Porque llevo toda mi vida sintiendo ansiedad por mirarme al espejo, tristeza cuando consigo hacerlo y culpabilidad cada vez que mi físico no está a la altura de los estándares de mi propia madre.

Mi madre lo ha probado todo conmigo. Pasé un mes entero comiendo sólo pollo hervido, un verano entero desayunando un huevo cocido a punto de pasarse y mil historias más. Lo he pasado francamente mal durante mucho tiempo. Quizás algún día tenga los ovarios para abrirme en canal y hablar en profundidad sobre ello, pero no me quiero enrollar.

El caso, que hace 5 años empecé a ser consciente de que algo en mí no estaba bien y aún teniendo CERO autoestima me animé en invertir en mi bienestar. Con el paso del tiempo y mucho trabajo personal he conseguido mantenerme en un espacio mental saludable. Eso se ha traducido a que me he mantenido también en el mismo peso desde hace 3 años ¡Estoy super orgullosa!

¿Qué peso? Pues sí, tengo sobrepeso, tengo un sobrepeso de 15 kg. ¿Y qué? Me alimento equilibradamente y estoy sana. Aunque me alimentara como el culo y me pasara 20h al día en posición horizontal ¿A quién coño le importa?

¡Es MI problema y MI responsabilidad!

Mi madre me ha regalado una cita con una endocrina y me jode ¡Así de claro! Creía haber ganado la eterna batalla con mi madre porque llevaba más de 2 meses sin decirme que parezco una bola y que me voy a morir de gorda.

Creía que algo milagroso había ocurrido y que mi madre finalmente había dejado de sentir asco por mi físico.

No sé, no me digas por qué pero incluso creía se arrepentía de haberme obligado y empujado a tantísimas barbaridades durante todos mis años de adolescencia. Y no te voy a engañar, por un momento pensé en que quizás podríamos entablar una relación sana, porque después de muchas batallas, por fin veía que mi madre no me aconsejaba violentamente qué hacer con mi físico.

¡Já! ¡Que te lo has creído!

Mi madre me ha regalado una cita con una endocrina para tener la oportunidad de hacerme una “intervención sicológica de emergencia” con toda la familia delante, en el día de Navidad.

Cuando abrí el sobre, mi madre me cogió de la mano y me dijo lentamente “Creo que es hora de que te pongas en manos de un profesional antes de que te sucedan cosas terribles”

Yo no sé si empezaron a salir llamas de mi cabeza, pero te juro que le hubiera metido la tableta de turrón enterita en la boca y bien dentro.

Por más que intenté contenerme mi madre proseguía con su discurso “Dentro de poco te costará andar y cuando eso suceda tendrán que cortarte las piernas. Después de eso nadie te querrá y acabarás tu vida sola. Debes imperativamente bajar de peso ya”

Todo escudado bajo el discurso de «Me importas y lo hago por tu bien» ¡CLARO QUE SI CAMPEONA!

Yo miré a mis familiares y todos estaban flipando en colores. Mi tía le miró a mi madre y le dijo “A tu hija no le sobran más que 10kg, déjala tranquila por favor”

Entonces mi madre le devolvió la mirada enfurecida y me dijo después “Hay famosas que se ponen bozales, le dan la llave a otra persona y así no pueden comer en mucho tiempo ¿Quieres que lo probemos?”

Sé que esto es fuerte, pero es que si no lo suelto exploto.

Yo perdí la compostura, le cogí de la mano a mi chico y le pedí que nos fuéramos. Cogimos nuestras cosas y nos fuimos. Salí de casa de mis padres con mucha angustia y sin haber terminado de comer.

De camino a nuestra casa paramos en Burger King y arrasé de irá y ansiedad con dos putos menús enteros. Es lo que hay, hay cosas que por desgracia se quedan con nosotros para siempre.

La cita con la endocrina la dejé encima de la mesa y desde el 25 de Diciembre no he vuelto a hablar con mi madre.

Y tampoco tengo planes de hacerlo.