Y digo yo ¿se puede saber a quién puñetas se le ocurrió semejante estupidez? Sin duda, a un misógino odioso y de una tacañería más que evidente. De hecho, seguramente sea el mismo que tiene contratado al mono, al que mi compi Amanda Vázquez hace alusión en sus estupendas viñetas. Me da igual que Brandy Melville (por poner un ejemplo) inunde su tienda con esos cartelitos tan monis y cuquis de madera lavada y pintura pastel, que promulgan lo guay que es eso del “One Size fits all”, es todo una tomadura de pelo. Más que nada, porque su maravillosa prenda de talla única, no es más que una maxicamiseta corriente y moliente, que te queda como a un santo dos pistolas y cuyo precio por cierto, no tiene nada de corriente ni de moliente. El caso es, que esto de la talla única me parece la peor idea del siglo XXI, después de los pantalones con falda encima, claro. Ninguna moda por horrible que sea, será peor que esa.

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Razones por las que digo NO a las tallas únicas:

Estallan.

Y además en el momento más inoportuno. Si has decidido que por tus santos ovarios esa chaqueta te la vas a poner sí o sí, te doy un consejo: no te la pongas en momentos importantes o correrás el riesgo de que ese maravilloso efecto brazofaja, por el que te da igual mover los brazos como un Playmovil, desparezca dejando a su paso un desgarro más que considerable. Y no, ese agujero no te saldrá en cualquier sitio que va, te saldrá en pleno alerón, el cual, ese día no te habrás depilado.

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Caberte no es valerte.

Dentro de los derechos fundamentales debería estar el derecho a tener una talla propia. ¡Pero si hasta mi perra tiene la suya! Ahí estás tú, entrando en tu tienda favorita cuando de repente, ves el vestido de tus sueños. Corres las perchas cual posesa, buscando a tu gran aliada, la L. La única talla en la que tus tetas tienen cabida. Pero ni rastro de ella. En su lugar etiquetas de la talla M se repiten como el ajo, una tras otra. Y tus peores presagios se confirman: es talla única. Con un último atisbo de esperanza te diriges al probador. Parece que te vale. Tardas casi 10 minutos en que la costura de la cintura logre superar la cordillera formada por tus domingas antes de morir asfixiada, pero lo consigues. Y cuando cierras la cremallera y escuchas en tu mente los primeros acordes de Pretty Woman, te das la vuelta para mirarte como te queda por detrás y entre frunces y pliegues, ahí está: el rollo. Ese michelín trasero que te tiene amargada la existencia y que bien podría hacerte pasar por la tercera hermanastra de Cenicienta, pero sin necesidad de usar Polisón.

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Si es verdad que es One Size, es visto y no visto.

Una prenda bonita que le quede bien a todo el mundo, es más difícil de encontrar que la sangre de unicornio. Cuando milagrosamente das con una, la sociedad se paraliza y de repente, todo quisqui está obsesionado con lo mismo que tú. Pero como era de esperar, el fabricante en cuestión, habrá pensado que ya ha hecho suficiente con hacer una prenda que no sea un saco sin forma, como para despilfarrar más dinero haciendo varias unidades. Os juro que conozco gente cuya única ilusión durante semanas, se basaba en que le llegara ese deseado email avisándole de que la prenda estaba de nuevo en stock.

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Con todo esto no busco otra cosa, sino reivindicar mi derecho a ser diferente, a que la moda se adapte a mi y no yo a ella. Trabajo me ha costado aceptarme tal y como soy, como para que ahora me vengan a excluirme si mi cuerpo no se adapta a algo que se supone que le vale a todo el mundo. Cada mujer es completamente distinta, por lo que resulta prácticamente imposible y ridículamente contraproducente, intentar que una prenda de únicas medidas le quede bien a todo el mundo. Al igual que no usamos , los mismos tampones, el mismo sujetador o los mismos zapatos, ¿por qué coño lo íbamos a hacer con la ropa?