Largo y tendido se ha hablado, discutido, escrito y discurrido sobre todo tipo de prendas en según qué tipos de cuerpos. Hemos llegado a leer y escuchar auténticas barbaridades, incluso nosotros mismos nos hemos visto juzgados continuamente cuando nos ponemos algo que se supone que “no deberíamos” ponernos porque, claro, ¿cómo va alguien gordo a ponerse unos shorts o un crop-top?

Esas prendas que siempre van a provocar el suspiro de “esto es demasiado… (Rellénese con “ajustado”, “corto”, “escotado”, “extremo”)… para ti”. Porque ¡he ahí la cuestión, amigos! El caso se complica cuando nos enfrentamos a situaciones en las que hay un dresscode, una ropa determinada que todos han de vestir, a la única persona a la que le ponen pegas es a ti.

Sea un disfraz conjunto, damas de honor en una boda o mismo en el trabajo. Esas prendas que en una persona son un “sí” pero en ti son un “no rotundo”. Y, pese a entender con lógica y aplicándole paciencia, los argumentos de los demás, no puedes evitar pensar: Pero, ¿por qué? ¿Por qué, joder? ¿Porque ella sí y yo no?

Sin ir más lejos, es el caso de Ariel Winter en estos últimos Emmy, a donde llevó un vestido que ya se había puesto Kylie Jenner… Claro que, a la que cayeron chapurrones por esa pieza ajustada de escote fue a Winter y no a Jenner, por tener una figura a la que los canones de Hollywood no están acostumbrados

Me he encontrado a lo largo de mi vida en diferentes circunstancias laborales en las cuales una prenda ha sido un factor determinante en este contexto. Sin ir más lejos, en un trabajo sin código de vestimenta establecido, coincidía que mi compañera y yo teníamos el mismo vestido azul. El mismo modelo, claro, ella tenía la S y yo la XL. Y ahí radicaba la diferencia cuando un día ella lo llevó al trabajo y todo el mundo le decía que estaba preciosa (con su espalda cruzada, con su ligero escote) pero el día que decidí llevarlo yo, me pidieron amablemente ponerme una americana y taparme.

¿Por qué? El vestido no me apretaba ni enseñaba ninguna parte del cuerpo que no hubiese enseñado mi compañera. Pero en su cuerpo, esa zona era más pequeña, sus omoplatos, sus brazos, todo más pequeño, más aceptable a la vista. En el mío, no.

Lo he pensado recientemente cuando, de nuevo, en un trabajo con un código de vestimenta de oficina, gente con un cuerpo más menudo puede permitirse largos de falda más recortados o prendas de arriba más escotadas y tú, por tener más de todo, pasa a ser demasiado. Ya no llevas un vestido, llevas algo exuberante, llevas algo provocativo. Está claro que esos calificativos no los proporciona la prenda si alguien con un cuerpo diferente al tuyo se lo pone y no suscita la misma reacción. Ahí está en vestir algo como nadie más puede. Un vestido que a ti te queda como una servilleta cubriendo una patata a otra persona con otro cuerpo puede parecer ser el vestido de su boda.

Gran parte de esta magia está en saber sacarse provecho (¿por qué, si no, Sofía Vergara se viste siempre con el mismo estilo de ropa?). No niego eso, lo que me enfada de la situación es que cuando la servilleta le queda como un guante a dos personas de diferentes cuerpos, por qué se le da el beneplácito a una y a la otra no. ¿Quién decide qué queda mal y qué no, qué es válido? Ese juicio que ya está en la mente de muchos y que, como si de los policías de la moda se tratase, emiten dictámenes de lo correcto o incorrecto. Creo que tenemos que acostumbrar la vista (y la mente) a ser un poco más abiertos con los pases de “sí” y no “no” que damos en cuanto al estilo de los demás en función de su cuerpo. Y si se quieren poner la servilleta, que se la pongan.