La idea de amor romántico me ha perseguido desde niña. No voy a entrar en profundidad a analizar cada uno de los agentes socializadores que me convencieron  de esta “meta” vital ya que todos somos conscientes de ellos pero lo  resumiré en varios conceptos: mariposas en el estómago, el amor todo lo vale, media naranja y ensoñación excesiva con un “príncipe” que más bien podría llamar a día de hoy “rana con vocación de princeso”.

Esto me llevó a creer que las relaciones amorosas sólo podrían ser orientadas hacia una relación de pareja convencional en la que podemos diferenciar estas fases: fase del  flirteo; fase del enamoramiento loco; fase del “24/7”, esto es, ver y hablar con la otra persona 24 horas de los 7 días de la semana;  fase del arco iris, en la que nuestra vida parece una comedia romántica; fase de la rutina  y fase de la superación o ruptura, en la que más bien parece que vivimos en las películas de los Juegos del Hambre.

De acuerdo a esta tendencia, cada vez que conocía a alguien y me gustaba creía que era amor y quería vivir todas y cada una de las fases de la misma forma. Si veía que alguna de ellas no se producía comenzaba a sumirme en un estado de tristeza profunda por no ser correspondida o a convertirme en una cazadora salva-hombres-que-no-saben-lo-que-quieren sin darme cuenta de que una relación con cualquier persona ( y más en términos emocionales) no puede reducirse al mismo patrón porque todos y cada uno de nosotros somos un mundo y tenemos un tamaño, circunstancias vitales y forma de pensar diferente y por eso no  puede existir una relación “de talla única”.

 Y es que, podemos conocer a una persona y congeniar a un nivel que no podemos definir como amistad pero tampoco como amor romántico y entramos en una especie de vacío conceptual en el que la sociedad y la inercia nos llevarán a etiquetarlo, en ocasiones, de forma equivocada. Es una persona por la que sientes algo pero no la sensación de enamoramiento profundo. No hay mariposas pero hay calma, risas, complicidad en todos los sentidos e intimidad.  Es una persona que aparece en tu vida  para recordarte todas las cosas buenas que tiene, para hacerla aún mas bonita y regalarte parte de su propia esencia.

Llega sin expectativas, sin prisas ni exigencias. Cuando estás con ella parece que todo es más fácil y creedme, se agradece mucho en un mundo en el que todo es demasiado complicado. Puede que no hables con ella todos los días, quizá lo hagas cada semana o mes y que le veas un par de veces cada cierto tiempo pero todos y cada uno de los encuentros serán especiales porque ninguno espera nada del otro y por eso  lo intentas dar todo. No se les llama “novio o novia”, ni se va de la mano con ellas por la calle (o quizá si pero no diariamente), no le presentas a tu familia ni a tus amigos , no le debes fidelidad aunque si mucha sinceridad y te van a completar a un nivel diferente pero no peor. Y es cierto que no puedes definirlo como amor romántico porque no lo es, ni siquiera podrías definirlo como amor, pero hay algo. Algo que no tiene nombre ni lo espera, algo que te hará feliz durante el tiempo que tenga que durar, que puede que sea para siempre o no. Puede que avance o retroceda. Puede que no llegue a más o que lo llegue a ser todo pero nunca será un error.

Vega