El tipo de hombres del que quiero hablar no es fácil de describir, ni tampoco de descubrir. No todos son iguales, eso a estas alturas ya todas lo sabemos y ese precisamente es el problema, no los identificamos a primera vista.

Cuando conocí a Álvaro no se me ocurrió pensar en la clase de persona que tiempo después me descubriría que era.

Él era alto, moreno, guapo, con una sonrisa encantadora siempre en los labios y con la frase adecuada en cada momento. No era la típica persona de la que vayamos a sospechar, al menos no de la que yo fuera a hacerlo, ¿por qué iba a hacerlo si siempre era agradable conmigo, me ayudaba, me complacía…? Pero, ¿por qué siempre me complacía, por qué tenía esa necesidad imperiosa de hacerme feliz?

Estando con él, no era rara la ocasión en la que sentía que se adelantaba a mis deseos, que conocía mis pensamientos, mis miedos, mis gustos, mis ideas sobre la vida… Ahora lo entiendo, él ya lo sabía todo.

Yo vivía en otra ciudad y Álvaro no tenía problemas en venir a visitarme, cambiaba sus planes, dejaba eventos familiares, yo siempre era lo primero. Esto puede enamorar a una mujer, semejante entrega y dedicación puede resultarnos encantadora, pero a veces me preocupaba porque yo ya le había dicho que no quería una relación formal con él, que me divertía y estaba a gusto, pero no era su novia ni quería serlo. Él lo aceptaba, o eso pensaba yo al principio, pero seguía dándomelo todo, ¡hubo un tiempo en el que yo me sentía culpable por él!

Con el tiempo, (no fue necesario demasiado), empezó a enfadarse por motivos que no le correspondían, planes que yo hacía con otras personas, que conseguía sonsacarme a veces sin entender cómo, hechos de mi pasado, mis relaciones con la gente (no solo con otros chicos). Odiaba a mi mejor amiga y no desaprovechaba la oportunidad de hablar mal de ella, de malmeter, de intentar separarnos, cosa que nunca consiguió ya que más que amigas éramos hermanas, vivíamos juntas y si quería venir a verme tenía que verla a ella también. Ojalá la hubiera escuchado cuando me decía que Álvaro no le daba buena espina…

Sabía cosas de mis amigos que yo no le había contado, estaba segura de que no lo había hecho y eso fue una de las primeras cosas que me hizo sospechar.

Un día, después de una discusión, de insistirle pidiendo explicaciones, me confesó que había leído mi correo electrónico. Según él, había adivinado la contraseña porque soy muy previsible, tiempo después descubrí que había entrado en la cuenta de Facebook de varios amigos míos. Eran tales sus celos que no podía evitar confesarlo con tal de hacerme saber de lo que se había enterado.

  • ¡Te acostaste con él antes de romper con tu ex! No me lo niegues porque lo sé…

Pero, ¿cómo podía saberlo? Si yo no se lo había contado a nadie, si no teníamos amigos comunes, si nadie que nos conociera lo sabía… Porque cometí un error, un error muy grave, que fue perdonar la primera vez que descubrí que había leído mi correo, porque a fin de cuentas no era mi pareja ni vivíamos juntos, porque prefería tenerle como amigo que como enemigo, porque no conocía a nadie más a quien le hubiera pasado y me daba vergüenza contarlo, porque me daba miedo.

  • He entrado en su Messenger y he leído el mensaje que le mandaste para despedirte, sé hasta que llovía aquella noche.

Aquello era humillante, había leído mis mensajes más íntimos, privados, dejándome totalmente al descubierto. Pero él prefería confesar su delito a pesar de ser consciente de su gravedad, con tal de demostrar su teoría, que podía variar dependiendo de su estado mental y emocional. A veces la culpa era mía por ser una golfa que utiliza a los hombres, otras veces la culpa era de él por ser tan miserable y no merecer que quisiera estar con él. Sé que hubiera hecho cualquier cosa porque yo le dijera que quería una relación, porque me que me hubiera ido a su ciudad a vivir a su lado, perdonando lo que él consideraba que eran todos mis pecados, si yo hubiera dicho “me voy contigo, te quiero para siempre”.

 

Me costó mucho, pero abrí los ojos, o más bien me los hicieron abrir. Recuerdo la noche en que conseguir cerrarle todas las puertas de mi vida. Salí con mis amigos y él no paraba de mandarme mensajes y de llamarme, pero yo no le contestaba. Hasta que harta de aguantar aquella situación le escribí un mensaje:

“Estoy en la cama durmiendo, me duele la cabeza, ya hablaremos”

Y su mensaje de respuesta me puso la piel de gallina:

“No es verdad, estás con tus amigos en el Bar Madrid”

Al leer ese mensaje se me heló la sangré, se lo conté todo a los amigos que conmigo estaban en ese momento. Recuerdo que no me atrevía a salir a la calle por si me lo encontraba, a pesar de estar arropada por mi gente. No hubiera sido la primera vez que tras una discusión me lo había topado horas después esperándome en la puerta de mi casa, a más de 400km de donde él vivía.

Años después, después de denuncia y bloqueo (¡y de jamás quitar ese bloqueo!) en todas las redes sociales, teléfonos, whatsapp, y cambiado todas mis cuentas de correo… alguna vez me dan escalofríos y pienso si me sigue espiano, si habrá hackeado otra vez las cuentas, si sabrá donde vivo ahora o a qué me dedico, o si me lo voy a encontrar una noche al doblar la esquina.

 

Marina Castro